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LA IGLESIA ABIERTA AL MUNDO SIN RENUNCIAR A SUS PRINCIPIOS


Enviado por   •  14 de Agosto de 2014  •  1.457 Palabras (6 Páginas)  •  242 Visitas

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Quien es incluyente no pone fronteras, sino que establece puentes. No cierra la mano, sino que la ofrece con franqueza a todos. No insulta al diverso, sino que lo respeta. No condena, sino que comprende. La inclusión, por lo tanto, implica apertura, tolerancia, espíritu de respeto, capacidad de diálogo: virtudes fundamentales para vivir en una sociedad pluralista como la nuestra.

Ser “excluyente”, en cambio, sería lo malo, lo que ha de ser evitado como fuente de intolerancia, de conflicto, de sinrazón intelectual. Quien es excluyente condena, desprecia, insulta, rechaza al que piensa de otra manera, al que defiende otra doctrina, al que reza de un modo distinto del propio.

Algunos aplican estos términos a la Iglesia católica para juzgar su modo de existir en un mundo globalizado. Por eso es fácil encontrar a quienes acusan al Papa, a los obispos, a algunos o a muchos católicos de ser “excluyentes”. Es decir, hay quienes piensan que la Iglesia se atrinchera en actitudes que llevan a levantar muros en vez de construir puentes, cuando la sociedad necesitaría lo opuesto: menos fronteras y más pasaportes para todos.

Los que abanderan estas críticas desean y trabajan por conseguir una Iglesia más “incluyente”; una Iglesia que esté abierta al pluralismo, enemiga de actitudes dogmáticas e inquisitoriales, respetuosa hacia las otras posiciones religiosas o filosóficas, incapaz de repetir excomuniones y condenas propias del pasado.

En esta propuesta se esconden, sin embargo, confusiones y errores importantes. En primer lugar, porque no es correcto reducir el modo de considerar a la Iglesia según parámetros puramente sociológicos, o según criterios que nacen de las distintas corrientes ideológicas.

Es cierto que la Iglesia tiene una dimensión humana y social muy visible. Es cierto que la Iglesia camina en la historia y está formada por hombres y mujeres concretos. Es cierto que pueden darse, entre los católicos, actitudes erróneas, intolerantes, “excluyentes”. Pero ello no nos permite aún conocer cómo es la Iglesia, cómo se presenta ante el pluralismo moderno, qué criterios usa a la hora de mirar a quienes no acogen los dogmas cristianos.

La Iglesia defiende y propone que existe en cuanto querida por Dios, en cuanto fundada por Cristo. Muchos, desde luego, no aceptarán estas afirmaciones. Pero no podemos impedir a la Iglesia que reconozca y que defienda su propia identidad y que hable con franqueza a los hombres y mujeres de nuestro tiempo desde lo que ella siente de sí misma. Lo contrario sería engaño, lo cual es uno de los mayores enemigos para un diálogo auténtico.

Pues bien, el Papa Francisco en lo que lleva de su pontificado ha mostrado actitudes y llamamientos radicalmente concordantes con los Evangelios que recogen los intereses esenciales del pueblo de Dios creado y conformado por los creyentes y no creyentes, porque en definitiva todos somos sus hijos sin exclusiones de ninguna índole, dotados con el libre albedrío intrínseco de la condición humana que ha sido forjada a imagen y semejanza del propio Dios, lo que implica una plena libertad de opción personal para creer, dudar o no creer conforme a nuestro propio pensamiento, nuestra libertad de conciencia y nuestra libertad de expresión. También muy recientemente el Papa Francisco con esas mismas intenciones, ha llamado a los obispos a “escuchar más a la gente, caminar y estar cerca de ella”.

En mi criterio lo que está proclamando el Papa Francisco concuerda dramáticamente con la radicalidad de los Evangelios. Así tenemos, por ejemplo, que Jesús cuando se le acerca un joven justo y específicamente rico a preguntarle lo que ha de hacer de bueno para conseguir la vida eterna y además le informa que él cumple con todos los preceptos de ley, Jesús entonces le responde que “si quieres ser perfecto anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, luego sígueme” (Mt. 19,16-22). El joven no se dispuso a hacerlo y cuenta el Evangelio que Jesús se entristeció. Son muchos los ejemplos de radicalidad de Jesús en la opción por los pobres; pero en mi criterio, quizás este es el más hermoso porque habla de la tristeza que siente Jesús por la negativa explícita del joven a desprenderse de sus riquezas y dársela a los pobres para entonces seguirlo. No debería haber dudas en consecuencia sobre la radicalidad de opción por los pobres que contienen los Evangelios, lo cual en mi opinión muy personal significa una verdadera contradicción para quienes se proclaman cristianos a partir

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