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LAS LLAVES DE LA FELICIDAD: FIFELIDAD Y CRUZ


Enviado por   •  16 de Diciembre de 2012  •  1.027 Palabras (5 Páginas)  •  344 Visitas

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Las llaves de la felicidad: Fidelidad y Cruz

Pero las únicas llaves de la felicidad, que nos unen a Dios, son aquellas que Él nos ha dejado con su Encarnación: la fidelidad y la cruz

El refranero, en su sabiduría, enseña que «no hay mejor salsa en el mundo que el hambre». Pero entre todas las apetencias, existe una que es reduplicadamente hambre: el deseo de felicidad. Y es que todo hombre se presenta ante la vida como un “obrero de patio”, cuya única especialización es su necesidad de ser feliz.

Si abrimos nuestros ojos y acotamos un pedazo de planeta, advertiremos que vivimos perpetuamente preocupados por tejer sueños e ilusiones que nos lleven a la felicidad. El trabajador la busca en una nómina más justa. El futbolista en los vítores arrancados de las gargantas de la afición. Los niños en juguetes tan maravillosos como terroríficos sus precios. La señora en unos coquetos y no siempre discretos, escaparates de moda. El vanidoso en las proezas y cremas que lo cotejarán al 007. Y hasta el pobre suicida la buscaba ciegamente en el ojo del arma letal. Pero lo que es un hecho, es que todos, en todos los tiempos y en todas partes, de uno u otro modo buscamos la felicidad.

La palabra “felicidad” tiene un aire positivo en nuestras conversaciones, fiestas, propagandas comerciales, y todo tipo de circunstancia, asociándola generalmente al confort y bienestar. Pero un cristiano sabe que la felicidad es Dios mismo: el Único que es digno de ser amado «con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente».

Pero ¿por qué los cristianos no siempre somos felices, si es que poseemos el gran secreto? Quizá por el mismo motivo por el que los incrédulos no lo son: porque no sabemos por qué y cómo debemos ser felices; es decir, porque nos hemos quedado con el vestido de Primera Comunión, y la definición de felicidad no es más que un dato de nuestro surtido bagaje cultural, sin llegar a entender y menos a encarnar lo que ello significa.

La felicidad no se da sin la fidelidad y la fidelidad nunca aparece sin la felicidad. La fidelidad es la respuesta adecuada a una promesa que se hace en virtud de la confianza que se tiene en una persona que se ama.

Para hacer una promesa de amistad, no se necesita cruzar el Atlántico en el vientre de una ballena, encontrar el arca de Noé o tomarse una foto con King-Kong. No, prometer nuestra amistad es una acción más sublime que todo ello; es una actividad creativa que implica valentía, soberanía de espíritu, y una gran capacidad de sacrificio frente a los cambios que uno pueda experimentar en el futuro. Pero tal promesa sólo se transforma en fidelidad cuando la edificamos día a día con el fuego del amor con que la emitimos, y no nos quedamos únicamente en buenas “intenciones platónicas”.

La promesa de fidelidad, por su parte, crea un vínculo interpersonal que sólo puede sostenerse en el amor. La fidelidad, por lo tanto, no es aguantar, tarea propia del borrico,

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