La Conversion

LA CONVERSIÓN DE LA MUJER PECADORA

Lucas 7,36-50

Los pasos introductorios

Puesto de pie, un rato, considero cómo Dios me ve y lo saludo, “aquí estoy, Señor, para escuchar tu palabra”, u otro saludo, por ejemplo, el que pone San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, “que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente a tu servicio y alabanza” (E.E. 45).

Luego me siento, me acuerdo la historia que voy a meditar y me imagino el lugar de la historia, aquí el sepulcro vacío de Jesús.

En seguida, pido lo que busco en esta meditación, a saber, fe en la resurrección y gozo con Cristo resucitado.

Después de estos pasos introductorios, empiezo a leer el texto, pero lentamente, versículo por versículo. En una primera lectura, veo las personas de la historia y las identifico con personas y grupos en mi vida. Luego puedo pasar por el mismo texto una segunda vez, fijándome en lo que las personas dicen, es decir las citas literales que están entre comillas. Escucho estas palabras en su contexto histórico y luego las traduzco a nuestro tiempo y a mi vida. ¿Cuándo dije yo semejante cosa? ¿Dónde he oído cosas por el estilo en mi vida? ¿Con cuáles palabras? ¿Cómo me lo dice Cristo a mí? Y por fin puedo pasar por el texto una tercera vez, para mirar lo que las personas hacen y luego viendo qué es lo que yo hice en mi vida, qué es lo que Jesús me hace a mí, y qué es lo que yo debo hacer para Él.

El final de la meditación

Los últimos diez minutos de la meditación hablo espontáneamente con Jesús, con afecto, como un amigo con su amigo, o un discípulo con su maestro, e imaginándome que él me habla, también con afecto.

Después hacemos una evaluación de la meditación al contestar las tres preguntas:

1) ¿Dónde estuve cuando no estuve con Él?

2) ¿Dónde estábamos juntos?

3) ¿Qué siento para Él ahora, después de la medi¬tación?

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