La Muerte Y Resurreccion
Enviado por aldinito • 19 de Agosto de 2014 • 2.604 Palabras (11 Páginas) • 263 Visitas
EL CONFLICTO
Proceso, Muerte y Resurrección de Jesús
J. Mateos - F. Camacho. El Horizonte Humano. Ediciones El Almendro, Córdoba, 1998, pp. 131-142.
La condena a muerte
El juicio de Jesús se describe de diferentes maneras en los sinópticos y en Juan. En los primeros, Jesús comparece ante el Gran Consejo (Mc 14,53-65 par.), que estaba decidido de antemano a condenarlo a muerte como fuera. Sometido a interrogatorio, las acusaciones proferidas contra él, a las que Jesús no daba respuesta, no justificaban una condena a muer¬te. Ni siquiera el recurso a testigos falsos proporcionó moti¬vos suficientes para ella. Finalmente, el sumo sacerdote en persona se hizo cargo del interrogatorio y preguntó a Jesús si él era el Mesías, el Hijo de Dios.
Jesús lo confirma, pero añade unas palabras que darán pie a su condena. Les dijo: «Y veréis al Hombre sentado a la derecha de la Potencia y llegar entre las nubes del cielo» (Mc 14,62). Con esto declara Jesús en primer lugar su condición divina, la de Hombre-Dios, y, por tanto, que su persona y su obra están incondicionalmente respaldadas por Dios; su de¬claración implica que Dios desautoriza a los que lo condenan, a los dirigentes de la institución judía, que se consideran los legítimos representantes del Dios de Israel. En segundo lugar, predice Jesús la futura ruina de Jerusalén y de la nación («la llegada del Hombre»), mostrándoles las consecuencias de su opción contra él. Al condenar a Jesús, rechazando la vida que él ofrece, se condenan ellos mismos a la destrucción.
Los dirigentes religiosos no pueden soportar una declara¬ción que les niega a ellos y a su institución autoridad divina; es más, que los acusa de injusticia y los presenta como enemi¬gos de Dios. La reacción es unánime: el sumo sacerdote acu¬sa a Jesús de blasfemia, y todos lo declaran reo de muerte. Para los dirigentes, la persona, la obra y las pretensiones de Jesús constituyen el máximo insulto a Dios. Dios está con ellos y habla por medio de ellos; quien pone en duda su legi¬timidad o su doctrina, atenta contra Dios mismo.
En el Evangelio de Juan, los dirigentes, antes de detener a Jesús, acuerdan darle muerte, pretextando el bien de la na¬ción, que podría verse amenazada por el poder romano (Jn 11,47-53). Cuando prenden a Jesús, no se describe un juicio propiamente dicho, pues la comparecencia ante Anás, el po¬der en la sombra (Jn 18,12s.19-24), es puramente informa¬tiva.
No pudiendo infligir la pena de muerte, el Gran Consejo decide acusar a Jesús ante el gobernador romano, Poncio Pi¬lato. El tono de las acusaciones cambia por completo; no mencionan la blasfemia, cargo irrelevante para el gobernador, sino delitos políticos, que, dadas las frecuentes revueltas con¬tra Roma, podían alarmarlo (Lc 23,1-2 par.).
A pesar de la resistencia de Pilato, que no encuentra mo¬tivo para condenar a Jesús, y así lo manifiesta repetidamente, la saña de los sumos sacerdotes no desiste. Fuerzan al gober¬nador, representante de la justicia de Roma, hasta que éste, temeroso de poner en peligro su propia posición, prefiere en¬tregar al inocente al arbitrio de sus mortales enemigos (Mc 15,3-15 par.).
El pueblo, por su parte, que desde el principio de la acti¬vidad de Jesús había mostrado su simpatía por él y habla go¬zado con su crítica de los dirigentes (Mc 12,37), llegada la hora de la verdad se deja persuadir por los sumos sacerdotes y pide a gritos la muerte de Jesús (Mc 15,13 s). Entre la se¬guridad que ofrece la solidez del sistema injusto y el riesgo que implica la oposición a él, eligen la primera. En el fondo, se trata de optar entre una institución poderosa y la debilidad de quien se enfrenta a ella sin otras armas que la verdad y el amor. El pueblo oprimido, que hasta el último momento había estado en favor de Jesús, al ver que se ha dejado pren¬der sin resistencia y que a la fuerza de la institución no opone otra mayor, abandona su causa y, para congraciarse con los dirigentes, sus opresores, pide la muerte de Jesús.
Algo parecido ocurre con los discípulos. Hasta el final han esperado una reacción violenta de Jesús contra los diri¬gentes. Como ésta no tiene lugar, Judas, al ver el peligro que corre la vida de Jesús y, en consecuencia, la suya propia, lo traiciona (Mc 14,10s par.). Los demás discípulos, defrauda¬dos porque Jesús no opone resistencia cuando van a detenerlo, temiendo por sus vidas, lo abandonan y huyen (Mc 14, 50 par.).
El resultado final es el rechazo absoluto del proyecto de Jesús y el fracaso de su actividad con el pueblo judío. Ni el pueblo ni los discípulos han aceptado el ideal de plenitud hu¬mana a que Jesús los invitaba; no comprenden la libertad, la responsabilidad, el amor y la vida que él les ofrecía y que habrían sido la base para una sociedad nueva; siempre han soñado con un Mesías de poder, con un déspota ilustrado que les señalase el camino y les resolviese los problemas. Creen en la eficacia del poder y no en la fuerza del amor.
Sentido de la muerte de Jesús
La insistencia de los evangelios en presentar y subrayar el conflicto permanente entre Jesús y los dirigentes judíos pone de manifiesto cuál fue el motivo histórico de su muerte. Los evangelistas pretenden mostrar a sus lectores las causas intrahistóricas que llevaron a la muerte de Jesús. Su condena fue la consecuencia del mensaje predicado por él y de su acti¬vidad liberadora, expresión de sus propias opciones.
El enfrentamiento fue radical. Jesús nunca usó la violen¬cia física, pero con su mensaje y actividad destruía los ci¬mientos de la sociedad judía: la elección del pueblo, los ideales nacionalistas, la institución familiar, la doctrina oficial, la idea tradicional de Dios, el concepto de pecado, la margina¬ción social, las instituciones religiosas (Ley, templo, sacrifi¬cios, autoridad de los libros sagrados), la sacralidad del poder y, en general, el modo de entender la relación del hombre con Dios y con los demás hombres.
Queda, pues, claro que no fue Dios el responsable de la muerte de Jesús, sino los que se llamaban representantes su¬yos, quienes combatieron tenazmente la propuesta que Dios mismo hacía a los hombres a través de Jesús. La muerte fue la consecuencia previsible del compromiso de Jesús por el bien de la humanidad, que encontró la oposición de todos los poderosos.
Dios, el Padre, no fue el responsable, pero aceptó esa muerte como necesaria para la salvación de la humanidad. De hecho, para mostrar el amor de Dios y su proyecto de pleni¬tud para el hombre era inevitable que Jesús chocara con los poderes establecidos. Para ser coherente consigo mismo, Jesús no podía esquivar este choque ni sustraerse a sus consecuen¬cias. Por su parte, tampoco el Padre podía
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