La lectura espiritual
Enviado por marccesol • 22 de Junio de 2014 • 3.649 Palabras (15 Páginas) • 227 Visitas
La lectura espiritual
152. Hay una forma concreta de escuchar lo
que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de
dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que
llamamos « lectio divina ». Consiste en la lectura de
la Palabra de Dios en un momento de oración
para permitirle que nos ilumine y nos renueve.
Esta lectura orante de la Biblia no está separada
del estudio que realiza el predicador para descubrir
el mensaje central del texto; al contrario,
debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le
dice ese mismo mensaje a la propia vida. La lectura
espiritual de un texto debe partir de su sentido
literal. De otra manera, uno fácilmente le hará
decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva
para confirmar sus propias decisiones, lo que se
adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en
definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio
beneficio y trasladar esa confusión al Pueblo
de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces « el
mismo Satanás se disfraza de ángel de luz » (2 Co
11,14).
153. En la presencia de Dios, en una lectura reposada
del texto, es bueno preguntar, por ejemplo:
« Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué
quieres cambiar de mi vida con este mensaje?
¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué esto no
me interesa? », o bien: « ¿Qué me agrada? ¿Qué
me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por
qué me atrae? ». Cuando uno intenta escuchar al
Señor, suele haber tentaciones. Una de ellas es
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simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse;
otra tentación muy común es comenzar
a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar
aplicarlo a la propia vida. También sucede que
uno comienza a buscar excusas que le permitan
diluir el mensaje específico de un texto. Otras veces
pensamos que Dios nos exige una decisión
demasiado grande, que no estamos todavía en
condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas
a perder el gozo en su encuentro con la
Palabra, pero sería olvidar que nadie es más paciente
que el Padre Dios, que nadie comprende
y espera como Él. Invita siempre a dar un paso
más, pero no exige una respuesta plena si todavía
no hemos recorrido el camino que la hace posible.
Simplemente quiere que miremos con sinceridad
la propia existencia y la presentemos sin
mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos
a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que
todavía no podemos lograr.
Un oído en el pueblo
154. El predicador necesita también poner un
oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles
necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo
de la Palabra y también un contemplativo
del pueblo. De esa manera, descubre « las
aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras
de orar, de amar, de considerar la vida y
el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto
humano », prestando atención « al pueblo concreto
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con sus signos y símbolos, y respondiendo a las
cuestiones que plantea ».120 Se trata de conectar
el mensaje del texto bíblico con una situación
humana, con algo que ellos viven, con una experiencia
que necesite la luz de la Palabra. Esta
preocupación no responde a una actitud oportunista
o diplomática, sino que es profundamente
religiosa y pastoral. En el fondo es una « sensibilidad
espiritual para leer en los acontecimientos
el mensaje de Dios »121 y esto es mucho más que
encontrar algo interesante para decir. Lo que se
procura descubrir es « lo que el Señor desea decir en
una determinada circunstancia ».122 Entonces, la
preparación de la predicación se convierte en un
ejercicio de discernimiento evangélico, donde se intenta
reconocer —a la luz del Espíritu— « una
llamada que Dios hace oír en una situación histórica
determinada; en ella y por medio de ella Dios
llama al creyente ».123
155. En esta búsqueda es posible acudir simplemente
a alguna experiencia humana frecuente,
como la alegría de un reencuentro, las desilusiones,
el miedo a la soledad, la compasión por el
dolor ajeno, la inseguridad ante el futuro, la preocupación
por un ser querido, etc.; pero hace falta
ampliar la sensibilidad para reconocer lo que tenga
que ver realmente con la vida de ellos. Recor-
120 Ibíd., 63: AAS 68 (1976), 53.
121 Ibíd., 43: AAS 68 (1976), 33.
122 Ibíd.
123 Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis
(25 marzo 1992), 10: AAS 84 (1992), 672.
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demos que nunca hay que responder preguntas que
nadie se hace; tampoco conviene ofrecer crónicas
de la actualidad para despertar interés: para eso
ya están los programas televisivos. En todo caso,
es posible partir de algún hecho para que la Palabra
pueda resonar con fuerza en su invitación a la
conversión, a la adoración, a actitudes concretas
de fraternidad y de servicio, etc., porque a veces
algunas personas disfrutan escuchando comentarios
sobre la realidad en la predicación, pero no
por ello se dejan interpelar personalmente.
Recursos pedagógicos
156. Algunos creen que pueden ser buenos
predicadores por saber lo que tienen que decir,
pero descuidan el cómo, la forma concreta de desarrollar
una predicación. Se quejan cuando los
demás no los escuchan o no los valoran, pero
quizás no se han empeñado en buscar la forma
adecuada de presentar el mensaje. Recordemos
que « la evidente importancia del contenido no
debe hacer olvidar la importancia de los métodos
y medios de la evangelización ».124 La preocupación
por la forma de predicar también es una
actitud profundamente espiritual. Es responder
al amor de Dios, entregándonos con todas nuestras
capacidades y nuestra creatividad a la misión
que Él nos confía; pero también es un ejercicio
exquisito de amor al prójimo, porque no quere-
124 Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre
1975), 40: AAS 68 (1976), 31.
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mos ofrecer a los demás algo de escasa calidad.
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