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Mariologia


Enviado por   •  12 de Octubre de 2012  •  4.246 Palabras (17 Páginas)  •  1.217 Visitas

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MARIOLOGÍA

El estudio teológico de la Virgen María, Madre de Jesucristo, Hijo de Dios Humanado, Redentor del Mundo, suele denominarse hoy Mariología. En el transcurso de los tiempos tuvo otras denominaciones, como Mariale, Theologia Mariana, Tractatus de B. María Virgine, Theotocologia, etc. Como la vida y la historia preceden a sus teorizaciones, la Virgen tuvo un puesto de honor en la vida de la Iglesia antes de ser estudiada científicamente en tratados estrictamente teológicos. Éstos los iniciaron los grandes escolásticos medievales, especialmente S. Tomás, y se fueron desarrollando orgánicamente hasta constituir una teología mariana integral. La ocasión y el lugar de las cuestiones marianas fue primero el Tratado del Verbo Encarnado: ¿Quién y cómo era la Madre del Hijo de Dios Humanado?, era la pregunta que daba ocasión a la M. Al parecer, fue F. Suárez (v.) el primero en proyectar y ensayar un tratado mariológico desligado del De Verbo Incarnato, aunque luego lo incorporó refundido y mejorado en su tratado De mysteriis vitae Christi. El desarrollo alcanzado por la teología mariana en el s. xvn motivó la elaboración y publicación del estudio teológico de la Virgen en tratados independientes. Esta separación material de la M. fue el resultado connatural de su propia evolución científica. El primero en dar a la teología de María el título de M. fue Plácido Nigido en su obra Summa Sacrae Mariologiae, Palermo 1602.

1. Razón de ser de la Mariología y su lugar en el conjunto de los tratados teológicos. Es obvio que si por M. se entendiera sólo la historia de M., no tendría objeto plantearse el tema de su razón de ser. Pero hemos dicho que se trata de un estudio teológico; cabe, pues, preguntarse: ¿es legítima una teología de María?, ¿posee la M. títulos suficientes para ser reconocida como tratado teológico independiente?, y, en su caso, ¿cuál es el sentido y alcance de ese tratado?La Teología, como su mismo nombre lo dice, tiene por objeto a Dios y, por ser Dios principio y fin de sus criaturas, también a éstas, en cuanto relacionadas con Él y en la medida de esta relación. Ésta es la causa de que la Virgen pueda ser objeto de un estudio teológico y de que la M. pueda constituir un tratado propio, que es incluso el tratado más teológico luego de los que versan sobre el mismo Dios y sobre Jesucristo: la vincultión de María con Dios es singular e impar, ya que posee la condición única de Madre de Dios humanado. La divina maternidad que une a María con su Hijo «con vínculo estrecho e indisoluble» (Cono. Vaticano II, const. Lum. gent. 53) la asocia maternalmente a toda su obra redentora, constituyéndola en Madre de la humanidad redimida. Es por ello, al lado de su Hijo, protagonista imprescindible en la economía providencial de la salvación, y, por esta razón también, el estudio de María adquiere un relieve teológico de primer plano.

Pero si el misterio de María es claramente un misterio teológico, ¿cuál es su lugar en el conjunto de la Teología? Preguntado de otro modo: ¿dónde ha de estudiar la Teología el misterio de María? Este tema se planteó con especial agudeza durante los trabajos del Conc. Vaticano II, cuando el día 29 oct. 1963 se preguntó a los Padres conciliares si les placía que el esquema sobre la Virgen, que hasta entonces formaba un documento a se, se convirtiese en un capítulo del esquema sobre la Iglesia. De 2.193 Padres, 1.114 votaron a favor del cambio, y 1.074 en contra. ¿Tan importante es el lugar de la exposición de la doctrina mariana como para motivar una división en dos grupos casi iguales de los miembros de un Concilio ecuménico? No era en realidad el hecho material del lugar en que se expusiera la doctrina sobre María, sino el posible o temible condicionamiento de esa doctrina por el lugar en que se la incluyera, lo que dividía a los Padres. Temían en efecto muchos de ellos que la inserción de la declaración conciliar mariana en el-esquema sobre la Iglesia fuera interpretada -yendo más allá de la decisión conciliar- como si impusiera al misterio de la Virgen unas delimitaciones eclesiales que no le cuadran porque las trasciende incomparablemente. La importancia, pues, del lugar de la M. está en su repercusión sobre la comprensión de la significación misma de María en la economía de la redención. Intentemos por eso precisar bien el problema.

Los autores antiguos trataban las cuestiones marianas sin agruparlas entre sí formando un tratado único, sino ocupándose de ellas cuando las suscitaba la exposición de algún tema afín: p. ej., la Maternidad de María en el tratado del Verbo Encarnado, su Concepción inmaculada al hablar del pecado original, etc. Como ya dijimos, desde el s. XVII se tiende, en cambio, a unir las cuestiones marianas en un tratado propio, dando así origen a la M. como rama de la Teología. Es a partir de entonces como surge el problema que nos ocupa y que divide a los autores en dos grupos. La tendencia más común -a la que nos unimos- es la que afirma que la M. (estudio teológico del misterio de María) es un tratado esencialmente dependiente de la Cristología (estudio teológico del misterio de Cristo). Otros teólogos, en cambio, conciben a la M. como la parte más excelente de la Eclesiología, considerando a la Virgen como culminación, figura y tipo de la Iglesia (cfr. Ch. Journet, L'Eglise du Verbe Incarné, t. 2,393).

Obviamente, no somos libres para inventar o construir la M. a nuestro talante. La verdadera M. ha de captar fielmente el misterio de María, tal cual Dios lo concibió, lo quiso y lo realizó; tal como nos lo descubre la Revelación divina, interpretada por la Tradición, el Magisterio, la vida misma de la Iglesia. Y a la luz de la Revelación, la razón de ser y la misión esencial de María es ser Madre del Hijo de Dios, Jesucristo, Salvador de los hombres. Del Génesis al Apocalipsis discurre el proceso de la Revelación divina, y en el uno y en el otro y en todos los oráculos intermedios alusivos a ella, aparece siempre en su condición esencial de Madre del Salvador. Ciertamente María es, a su modo, miembro de la Iglesia, pero no se la puede restringir a los módulos eclesiales porque es a la vez Madre de Dios y Madre de la Iglesia (cfr. M. Llamera, Lugar de la mariología en la teología católica, o. c. en bibl. 55-100). Es, pues, esta condición de Madre de Jesús, Madre del Señor, Madre de Dios, la que determina el puesto y la significación de María en la historia, en la doctrina y en la vida de la Iglesia (v. MARÍA II, 1).

María es lo más divina que puede ser una criatura sin ser Dios. Y lo es porque, después de la donación y unión hipostática, por la que la persona del Verbo asume la humanidad de Cristo, no cabe mayor donación y unión de Dios con una criatura que la donación y unión filial por la cual el

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