María Madre
Enviado por PedroAranda • 8 de Noviembre de 2013 • 4.312 Palabras (18 Páginas) • 458 Visitas
Mi intención en esta noche es poder acercarnos a aquellos textos del cristianismo naciente que recogen y proponen la vida de María. He escogido como medio de presentación el seguir un recorrido temporal en la redacción de las obras: desde los primeros escritos paulinos hasta el Evangelio según Juan y el Libro del Apocalips, para poder contemplar con nitidez cómo las primeras comunidades cristianas van a poseer un creciente interés sobre María, ante todo desde tres planos distintos pero entrelazados: como objeto del culto o de la veneración; como modelo de imitación; como principio eficiente con Cristo y con la Iglesia.
Así pues, mi exposición poseerá cinco partes: los escritos paulinos (datados en las décadas de los 40-50), el evangelio de Marcos, el evangelio de Mateo, los escritos lucanos (Evangelio y Hechos de los Apóstoles) y los escritos joánicos (Evangelio y Apocalipsis; datados en torno al año 100). Terminando con una conclusión que nos permita dibujar los contornos de este personaje nuclear para la historia de nuestra salvación.
En el epistolario paulino encontramos datos sueltos de la vida de Jesús, tales como la compañía de los Doce, con mención especial de Cefas (Pedro); la existencia de hermanos, con la alusión expresa a Santiago; y la referencia a la cena de “la noche en que iba a ser entregado”, a su crucifixión y sepultura. Pero algunos de estos datos históricos son generales y vagos, como es el caso de su nacimiento terreno o su inserción en el mundo judío. Hay que reconocer que la relación de Pablo con Jesús no es fácil. Por ese motivo el filósofo Nietzsche aseguró: “En el fondo ha existido solamente un cristiano, el que murió en la cruz. El “Evangelio” murió en la cruz. Lo que a partir de aquel momento se designó como evangelio era ya la antítesis: una mala noticia, un “disangelium””. Pero es que silencio no significa desconocimiento. Pablo no dice o no explicita datos de la vida de Jesús en sus cartas porque sus lectores ya conocían la tradición de dichos de Jesús, que había tenido un ámbito propio de transmisión: la catequesis. Es decir incluso, si la comunidad de Corinto no hubiese tenido problemas en la comida comunitaria, no habría llegado a nosotros de manos de Pablo el relato de la institución de la eucaristía. Además, entre Jesús y Pablo se sitúan tres realidades objetivas: la experiencia de la resurrección, la constitución de la comunidad y la misión a los gentiles, cada una de las cuales supuso una modulación nueva de las tradiciones históricas de Jesús. Por tanto, Pablo no obvia el ministerio terreno de Jesús, sino que lo supone, tratando de penetrar ahora en el misterio de la identidad más profunda del Señor.
Desde este horizonte es desde donde debemos observar la ausencia del nombre de María en las cartas paulinas, aunque hay claras referencias al nacimiento de Jesús. En éstas podemos distinguir, por un lado, los posibles testimonios de una tradición anterior que recoge Pablo, es decir, primitivos himnos cristianos que Pablo trasvasa de la liturgia a su pensamiento; y, por otro lado, los textos de origen paulino claro, datados a comienzos de la década de los 50. En los primeros tenemos el Himno de Filipenses (2,6-7) y el saludo inicial a los Romanos (1,3-4). En la Carta a la comunidad de Filipos, Pablo afirma la preexistencia de Jesús (“existía en forma de Dios… se despojó tomando forma de siervo, naciendo a semejanza de los hombres”), aunque falta toda referencia a la concepción virginal de Jesús, o sea, no se menciona el modo en que Jesús fue concebido. En la Carta a la comunidad de Roma, Pablo realiza un paralelismo a) nació – designado; b) de la simiente de David – Hijo de Dios en poder; c) según la carne – conforme a un espíritu de santidad a partir de la resurrección de entre los muertos. La clave está en el verbo de la frase, que en griego (“ginesthai”) significa tanto nacimiento como origen. De ahí que el interés de Pablo no es tanto poner a Jesús en la descendencia de David, cuanto afirmar que Jesús, el mesías davídico, ha resucitado. Además en el AT (Gén 12,7; Sal 89,4) encontramos la alusión a la progenie y no al semen viril. Como vemos, Pablo no habla de la acción del Espíritu como principio generador en el nacimiento de Jesús, como sí lo atestiguan los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, como veremos. El interés de Pablo está en afirmar que a raíz de la resurrección, Jesús se ha hecho principio vivificador, que infunde nueva vida en los cristianos; y ello por virtud del Espíritu. Pablo así acude a Pentecostés.
En la Carta a los Gálatas tenemos una alusión al nacimiento y otra alusión a la familia de Jesús. Pablo explica que el Padre envió a Cristo Jesús para redimir a quienes pongan la fe en él y garantizarles la posición de verdaderos hijos y herederos, como descendencia de Abraham: “Mas cuando llegó plenamente el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, de suerte que fuésemos adoptados como hijos”. Pablo tiene interés en relacionar redención y filiación adoptiva con un momento de la salvación: cuando Jesús se hizo miembro de la raza humana y del pueblo judío. Para ello recalca la humanidad de Jesús: nacido de una mujer; y su relación con Israel; nacido bajo la Ley. La expresión que nos atañe “nacido de una mujer”, no hemos de verla como denigrante hacia María, sino como propia en el judaísmo, para expresar la condición humana (Job 14,1; Lc 7,28; Mt 11,11 para referirse a Juan Bautista). Con respecto a la familia de Jesús, Pablo se refiere a Santiago, el hermano del Señor, personalidad de la Iglesia de Jerusalén; nos preguntamos: ¿cuál es el sentido de hermano? ¿Es hijo de María?
Para dar respuesta a esta pregunta es necesario que acudamos a la primera biografía de Jesús, el Evangelio de Marcos, que conocieron y utilizaron como fuente tanto Mateo como Lucas. En el Evangelio de Marcos, María aparece de una forma muy peculiar. La primera información sobre la madre de Jesús es para señalar que “los suyos” tienen noticia de los actos de Jesús y salen para detenerle, ya que sostienen que está “fuera de sí”, está loco. Ante la información que Jesús recibe de que su madre y hermanos van en busca de él, declara de una forma solemne quiénes forman realmente su familia (3,20-21.31-35). El evangelista ha querido situar este episodio en la Casa de Cafarnaum, en un ambiente doméstico semejante al que permitía el encuentro y la celebración de la fe de los primeros cristianos. Jesús muestra quiénes forman su nueva familia, es decir, la que existe merced a su proclamación del Reino de Dios: se dirige a los que están dentro de la casa, alrededor suyo, y los define por hacer la voluntad de Dios. Jesús no menciona al padre.
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