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Quién como Dios?


Enviado por   •  20 de Abril de 2013  •  Ensayo  •  1.057 Palabras (5 Páginas)  •  280 Visitas

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¿Quién como Dios?

Como católicos, sin lugar a dudas, hemos escuchado hablar algo de la Virgen María… sea porque nuestros padres nos hablaron de ella en nuestra tierna infancia, sea que en las actividades de la fe católica hayamos escuchado algo de ella, sea que en un momento determinado la hemos buscado para pedirle un “milagrito” que necesitábamos… Sea lo que sea, algo hemos oído hablar de la Virgen María…

Pero, ¿quién es la Virgen María en verdad? ¿Qué puede hacer por mí?, más aún ¿qué puedo hacer yo por ella? Tenemos que reconocer con humildad que, en muchas ocasiones, la relación que hemos tenido con Nuestra Señora ha sido lo que San Luis María Grignón de Montfort llama “una devoción interesada”. En efecto, de los “devotos interesados” nos dice el Santo: “Son aquellos que sólo acuden a María para ganar algún pleito, evitar un peligro, curar de una enfermedad o por necesidades semejantes... sin las cuales no se acordarían de Ella.”[1] ¿Cuántos rosarios hemos rezado en momentos de necesidad? ¿Cuántas visitas a Santuarios Marianos? ¿Cuántos martes de María Auxiliadora para pedir ayuda a Nuestra Señora? ¿Con cuánta fe hemos portado el escapulario carmelita? ¡No voy a decir que esto está mal! Hay que reconocer que esto manifiesta la firme convicción que tenemos los católicos respecto a la intercesión de la Inmaculada… esta certeza de su intercesión está bien respaldada por las Sagradas Escrituras (cfr. Jn 2,1-11) y el magisterio de la Iglesia cuando afirma que “La misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia”[2]. Sin embargo, me veo en la obligación de decirles, mis queridos hermanos, que esto es apenas una cara de la moneda. Así es. Cual moneda de oro finísimo, la devoción a la Virgen tiene, por decirlo así, “dos rostros”, de los cuales conocemos, casi exclusivamente, uno: su poder de intercesión. Sin embargo, repito, hay que reconocer que hemos descuidado, casi por completo, el otro lado de la moneda que se encuentra opaco y casi no se puede distinguir… me refiero a la imitación de las virtudes de María, a su conocimiento y seguimiento como primera discípula… en pocas palabras: la devoción a María como modelo. A este respecto nos dice el Papa Juan Pablo II: “los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos”[3].

Es que en medio de este mundo post-modernista, configurado por el facilismo y sentimentalismo al exceso, resulta nada cómodo imitar a la Virgen María… ¡Y es que su vida tiene mucho para decirnos! Las múltiples facetas de la vida de la Virgen que podemos contemplar en el Evangelio se convierten para nosotros en un itinerario de vida y de seguimiento del Señor… La docilidad de esta mujer, nos exhorta a ser verdaderos seguidores del Señor.

Cuando observarnos a Nuestra Señora llena de fe, diciendo su “Fiat” ante el Ángel (cf. Lc 1,26-38), sentimos que su fe nos exhorta a lanzarnos confiadamente a los brazos del Señor… cuando la contemplamos yendo “cum fastinationem”[4] a servir a su prima Isabel (cf. Lc 1,39ss) sentimos que su caridad ardiente nos quema y nos abraza…

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