San Agustin
Enviado por NaniLu • 31 de Julio de 2013 • 1.700 Palabras (7 Páginas) • 327 Visitas
PENSAMIENTOS DE SAN AGUSTÍN
"Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti"
“Ama a Dios, y haz lo que quieras.” –Sermón acerca de Juan 1, 7:8.
“El amor es la belleza del alma.”
“Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé. Tú me has llamado, y me has llamado insistentemente, y has suprimido mi sordera. Tu has brillado con luz y has puesto mi ceguera a volar! Tú has emanado fragancia, y me he quedado sin aliento, y he suspirado por ti. Te he conocido, y he tenido hambre y sed de Ti. Tú me has tocado, y he sido encendido por tu paz.” -Confesiones, Capítulo 1.
"¡Oh verdad, verdad, cómo suspiraba ya entonces por ti desde las fibras más íntimas de mi corazón!".
¡Pobre de mí, que me creí apto para el vuelo, abandoné el nido y caí antes de poder volar!".
"La medida del amor es el amor sin medida"
"¿Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje de los mares, el copioso curso de los ríos, los movimientos de los astros. Y, sin embargo, pasan de largo de sí mismos".
"No busques que dar. Date a ti mismo".
"Conocerse de verdad a uno mismo no es otra cosa que oír de Dios lo que el piensa de nosotros".
"El hombre bueno es libre, incluso cuando es esclavo".
"Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad".
“Nada conquista excepto la verdad y la victoria de la verdad es el amor.” -Sermones 358, 1
LAS VIRTUDES MORALES-CARDINALES
(Las costumbres de la Iglesia Católica, cap. 15, 19, 22, 24, 25) A-DEO/VIRTUDES/Ag VIRTUDES/A-DEO/Ag
Como la virtud es el camino que conduce a la verdadera felicidad, su definición no es otra que un perfecto amor a Dios. Su cuádruple división no expresa más que varios afectos de un mismo amor, y por eso no dudo en definir estas cuatro virtudes—que ojalá estén tan arraigadas en los corazones como sus nombres en las bocas de todos—como distintas funciones del amor. La templanza es el amor que totalmente se entrega al objeto amado; la fortaleza es el amor que todo lo soporta por el objeto de sus amores; la justicia es el amor únicamente esclavo de su amado y que ejerce, por lo tanto, señorío conforme a la razón; finalmente, la prudencia es el amor que con sagacidad y sabiduría elige los medios de defensa contra toda clase de obstáculos.
Este amor, hemos dicho, no es amor de un objeto cualquiera, sino amor de Dios; es decir, del Sumo Bien, Suma Sabiduría y Suma Paz. Por esta razón, precisando algo más las definiciones, se puede decir que la templanza es el amor que se conserva íntegro e incorruptible para Dios; la fortaleza es el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista fija en Dios; la justicia es el amor que no sirve más que a Dios, y por esto ejerce señorío, conforme a la razón, sobre todo lo inferior al hombre; la prudencia, en fin, es el amor que sabe discernir lo que es útil para ir a Dios de lo que puede alejarle de Él.
TEMPLANZA (...) Pongamos primero la atención en la templanza, cuyas promesas son la pureza e incorruptibilidad del amor, que nos une a Dios. Su función es reprimir y pacificar las pasiones que ansían lo que nos desvía de las leyes de Dios y de su bondad, o lo que es lo mismo, de la bienaventuranza. Aquí, en efecto, tiene su asiento la Verdad, cuya contemplación, goce e íntima unión nos hace dichosos; por el contrario, los que de ella se apartan se ven cogidos en las redes de los mayores errores y aflicciones. La codicia, dice el Apóstol, es la raíz de todos los males, y quienes la siguen naufragan en la fe y se hallan envueltos en grandes aflicciones (1 Tim 6, 10). Este pecado del alma está figurado en el Antiguo Testamento de una manera bastante clara, para quienes quieran entender, en la prevaricación del primer hombre en el paraíso (...).
Nos amonesta Pablo (cfr. Col 3, 9) que nos despojemos del hombre viejo y nos vistamos del nuevo, y quiere que se entienda por hombre viejo a Adán prevaricador, y por el nuevo, al Hijo de Dios, que para librarnos de él se revistió de la naturaleza humana en la encarnación. Dice también el Apóstol el primer hombre es terrestre, formado de la tierra; el segundo es celestial, descendido del cielo. Como el primero es terrestre, así son sus hijos; y como el segundo es celestial, celestiales también sus hijos, como llevamos la imagen del hombre terrestre, llevemos también la imagen del celestial (1 Cor 15, 47); esto es despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. Ésta es la función de la templanza: despojarnos
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