ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
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ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
LUNES, 31 DE MAYO DE 2010
El hombre como problema y la finalidad de una pregunta por el ser del hombre
La pregunta por el ser del hombre suele considerarse como nudo central en la reflexión antropológica, más determinadamente, por la antropología filosófica. Como lo señala Miguel Morey, esa problematicidad en buena medida viene dada por el carácter eminentemente problemático de su objeto, el hombre, de quien no poseemos una idea unitaria a pesar de los crecientes saberes parciales que sobre lo humano no dejan de acumularse. La conciencia de esta problematicidad permite establecer según Morey una demarcación para la antropología filosófica. Se trata de la distinción en la consideración del hombre entre tema y problema . Con el primer término se alude a cierto saber acerca del hombre, algo definido, estable y permanente que dominó hasta la concepción moderna del Universo. Desde allí, el hombre comienza a presentarse como problema en todos los órdenes, alcanzando la propia existencia, que se vuelve problemática. La antropología filosófica toma al hombre como un problema, y no como un tema, por ello no comienza su reflexión a partir de una definición acerca del hombre, sino que su carácter filosófico invita a abrir nuevos interrogantes. La pregunta por el ser del hombre no es punto de partida sino punto de llegada, como todo pensar que se busca a sí mismo para despoblarse de sus presupuestos (Morey, 1989: 10-12).
En la Modernidad el desplazamiento de la cuestión del hombre de tema a problema, trajo consigo la constitución del hombre como objeto de conocimiento. Esta voluntad de objetivación de lo humano sería responsable de las paradojas de la antropología filosófica como discurso, por ejemplo, en cuanto al interés de que el sujeto sea conocido como sujeto, cuando el sujeto puede ser conocido sólo en cuanto objeto. Poner al hombre como objeto de conocimiento trae como consecuencia la pérdida de la posibilidad de ponerse a sí mismo como medio de conocimiento (para sí mismo), de conocerse como sujeto que se constituye, o en las palabras de Píndaro, y luego de Nietzsche, de llegar a ser el que se es.
Ahora bien, ¿por qué intentar responder a la pregunta por el ser de hombre? ¿Se trata de satisfacer una curiosidad, un intento por controlar el objeto de la antropología mediante un saber acerca de él? ¿Es en definitiva aquél afán de conocimiento que nos permite controlar lo real? Estas preguntas se ubican más en el nivel del hombre como tema. Más bien nos inclinamos a pensar que la pregunta por el ser del hombre tiene una orientación ético-política, y que históricamente se ha constituido una reflexión acerca del hombre que ha tenido como objetivo determinar la relación con nuestro propio tiempo, atender a “lo que (nos) pasa” (Morey, 1989: 41), ser capaces de formar parte de nuestro propio tiempo. Se trata, en este sentido de una práctica vivencial y política de nuestro pensar.
Foucault ha enunciado como tarea de la filosofía realizar una “ontología de nosotros mismos” u “ontología del presente”, que nos permita responder a las preguntas “¿quiénes somos en este momento?”, “¿cuál es el campo actual de nuestras experiencias?”, interrogantes iniciados en la Modernidad por Kant en sus textos políticos como “¿Qué es la Ilustración?”, en los cuales la pregunta por el ser del hombre no se orienta hacia una analítica de la verdad, sino hacia la determinación del presente por lo que somos. El presente es para Foucault expresión de un proceso que concierne al pensamiento, de modo que el individuo mismo que habla –en cuanto pensador o filósofo- forma parte de ese proceso. “Y por eso mismo –dice Foucault- vemos que la práctica filosófica, o más bien, el filósofo, al emitir su discurso filosófico, no puede evitar plantear la cuestión de su pertenencia a ese presente” (Foucault, 2009: 30). De esta manera Foucault señalaba que el discurso tiene que tomar en cuenta su actualidad para encontrar su lugar propio y designar el modo de efectuación que realiza dentro de esa actualidad.
PUBLICADO POR SILVANA VIGNALE EN 13:04 8 COMENTARIOS:
ETIQUETAS: ANTROPOLOGÍA, HOMBRE, PROBLEMA
MIÉRCOLES, 11 DE NOVIEMBRE DE 2009
Experiencia de pensamiento
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En la práctica de la filosofía con niños y jóvenes, así como en prácticas filosóficas alternativas, como en cafés filosóficos, prácticas unas y otras que se desarrollan en diferentes espacios y contextos en América Latina, una experiencia de pensamiento es aquella que, a partir de un texto (que siempre es un pre-texto para el preguntar y dialogar filosófico), genera problemas e interrogantes y requiere de la traducción entre quienes dialogan y hace posible el encuentro de las diferencias en el lenguaje, en sentido benjaminiano. Una experiencia de pensamiento es tal cuando se sale transformado de ella, en cuanto a lo que pensamos, lo que sentimos, en cuanto a quienes somos. Se trata de una interpelación a la propia subjetividad, que nos invita a ser “otros de los que somos”, como en el juego infantil, y que impide que las cosas sigan iguales a partir de aquella experiencia. Pero como no puede predecirse o anticiparse una experiencia de pensamiento, por tanto, tampoco es posible garantizar que acontezca.
Las experiencias de pensamiento, como prácticas generadas en el marco de la filosofía con niños y en prácticas de la filosofía no academicistas, son alternativas a las prácticas tradicionales de la escuela en general, y propiamente a una determinada concepción acerca de la filosofía y su enseñanza. En la primera, en la medida en que sospecha del mito de la explicación como garantía del conocimiento. Jacques Ranciére denuncia la lógica de la explicación como el mito propio de la pedagogía, que esgrime la explicación como necesaria para la comprensión, pero sustentada en un principio jerárquico que divide el mundo en dos: las inteligencias superiores e inferiores, los capaces e incapaces, los inteligentes y los estúpidos. Es el explicador quien necesita del incapaz y lo constituye como tal: el pequeño explicado tiene que comprender que no comprende si no le explican. Se trata de la constitución del sujeto de saber, aquél que puede reproducir lo dicho por el maestro, pero que no ha sido transformado, sino en aquél que no confía en sí mismo, para quien el saber es algo intercambiable como mercancía, y no una experiencia que lo atraviese.
Del mismo modo, es largo el debate en relación a la filosofía respecto de su enseñanza. Por un lado, enseñar la historia de la filosofía, como algo acabado y universal; del otro, filosofar
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