Horticultura
Enviado por iris30fresa • 30 de Abril de 2015 • 2.379 Palabras (10 Páginas) • 147 Visitas
Charles Darwin, el viajero del Beagle (1). Los antecedentes de un espíritu seglar
REBECA
La publicación, en 1859, de “On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for life” (El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida), una de las dos grandes obras de Charles Darwin (1809-1882), cambió por completo la historia de la biología. Al¬gunos años después, Sigmund Freud (1856-1939) señalaría a la revolución darwiniana entre las tres heridas "a su ingenuo amor propio" que la humanidad había soportado, aquella que “redujo a la nada el supuesto privile¬gio que se había conferido al hombre en la Creación, demostrando que provenía del reino animal y poseía una inderogable naturaleza animal". Por eso la teoría darwiniana de la evolución resulta también el punto clave de una revolución cultural y antropológica y se ubica en el centro de una compleja y extendida trama de consecuencias extraordinarias, refractaria a cual¬quier lectura simplista y lineal.
Tampoco fue simplista y lineal el camino recorrido para llegar a la concepción de semejante obra. Darwin fue un mucha¬cho entusiasta cuyo interés mayor pasaba por disfrutar de largas veladas con amigos, salir a cazar y cabalgar, mientras al mismo tiempo es¬taba imbuido de las creencias corrien¬tes de la época y sin la más mínima intuición acerca de lo que ocurriría luego con su carrera y su teoría. Parece claro que en su juventud Darwin iba a infringir muchas expectativas. Su padre esperó que llegara a ser médico como él, o clérigo, pero no consiguió ninguna de las dos cosas. Darwin se largó despavorido de la sala de operaciones las dos veces que asistió y, a pesar de que según una sociedad de frenólogos alema¬nes “tenía la protuberancia de la reverencia de¬sarrollada como para diez sacerdotes”, su obra contribuyó más bien a hacer crujir los primeros pasajes de las Sagradas Escrituras, al tiempo que avanzó hacia un pro¬gresivo escepticismo. La afición del joven Darwin a la colección de insectos, que hizo te¬mer a su padre por su futuro, lo preparó no obstante para algo determinante: un viaje de casi cinco años alrededor del mundo a bordo del bergantín HMS Beagle de la Marina Real Británica. “El viaje del Beagle ha sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida y ha determinado toda mi carrera”, diría años después. En él, Darwin acumuló gran cantidad de observaciones que iban a ser básicas para sus aportaciones a la geología y al estudio del mundo orgánico.
Hasta el siglo XVIII -dice el historiador de la ciencia y filósofo español Antonio Beltrán Marí (1948-2013) en “Revolución científica. Renacimiento e historia de la ciencia”- se creía que la Tierra y todas sus criaturas habían sido creadas por Dios desde hacía entre cuatro y seis mil años. En ese si¬glo, el naturalista sueco Carl von Linneo (1707-1778), basado en la creencia de la inmuta¬bilidad de las especies, pretendió hacer una clasi¬ficación definitiva de todos los seres vivos que, en gran parte, sigue siendo útil. Pero ya desde fina¬les del siglo XVII, con las nuevas filosofía y física, el sistema solar y la Tierra empezaron a tener his¬toria. Y los fósiles parecían implicar al mundo vivo en esa historia. Hasta el siglo XIX se opusieron dos grandes teorías.
PAOLA
la catastrofista afirmaba que la Tierra, desde la creación, había sufrido grandes cataclis¬mos globales (el diluvio universal habría sido el último), que modificaban drásticamente su topografía. El zoólogo francés Georges Cuvier (1769-1832), con su gran prestigio, impulsó la idea de que, tras cada catástrofe universal, Dios creaba de nuevo la flora y la fauna adecuadas, que cons¬tituían un paso progresivo hacia el hombre y su Tierra actual. Los uniformistas, desde los franceses Georges Leclerc de Buffon (1707-1788) y Jean Baptiste de Lamarck (1744-1829), botánico uno, paleontólogo el otro, hasta los británicos James Hutton (1726-1797) y Charles Lyell (1797-1875), ambos geólogos, por su parte afirmaban que el aspecto actual de la Tierra era el producto de procesos naturales constantes, uniformes y lentos, como los que ac¬túan hoy: vientos, mareas, sedimentos, etc. La Tierra tenía, pues, millones de años. Pero las di¬ferencias entre los fósiles y los animales actuales tenían que explicarse de manera distinta.
Para Hutton, considerado por muchos el padre de la geología, los vestigios fósiles hallados en el interior sólido de la Tierra proporcionaban información acerca de extensos períodos de la historia natural. El conocimiento de los procesos geológicos -afirmaba- permitiría establecer la época desde la cual las especies que produjeron dichos fósiles habitaban la Tierra. En sendas reuniones de la Sociedad Real de Edimburgo llevadas a cabo los días 7 de marzo y 4 de abril de 1785, Hutton presentó una teoría por la que sería acusado de herejía. La misma recién fue publicada en 1788 y se titulaba “Theory of the Earth, or an Investigation of the laws observable in the composition, dissolution, and restoration of land upon the globe” (Teoría de la Tierra, o una Investigación de las leyes observables en la composición, disolución y restauración de la tierra firme del globo). En ella, sostenía que en todas las transformaciones de la naturaleza, lo único que permanecía sin cambio eran las leyes que las regían. Un concepto avanzado y blasfemo para su época.
Aproximadamente un siglo después -recuerda Beltrán Marí en la obra mencionada-, Lyell con base en el estudio de las rocas, sus tipos, su grosor, los fósiles que contenían y otros factores, calculó para la Tierra una edad aproximada de 600 millones de años, una cifra aceptable para las distintas muestras de rocas que él observó. Creador de la geología moderna, en sus conceptos fue más lejos que Hutton, aportando nuevos elementos y dándole a la geología un carácter eminentemente evolucionista. Indirectamente, Lyell sería también el responsable de la teoría de la evolución de las especies por la relación e intercambio de ideas que sostendría con Darwin. Fue crucial el antecedente de la geología de aquél para que éste imaginase su teoría de la evolución. La teoría de Darwin requería que la Tierra tuviera una edad de cientos de millones de años. La geología le proporcionó los elementos que necesitaba. De ese modo, tanto Hutton como Lyell desempeñaron un papel fundamental en la evolución del pensamiento científico. Así como Nicolás Copérnico (1473-1543) y Galileo Galilei (1564-1642) habían quitado a la Tierra del centro del Universo; con Hutton y Lyell el tiempo adquirió otro sentido y la creación y evolución de la vida en la Tierra
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