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Acciones feministas en la ciudad y campo artístico

soany10 de Septiembre de 2012

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Acciones feministas en la ciudad y campo artístico

En 1972 numerosas feministas de la agrupación UFA (Unión Feminista Argentina) irrumpían en la feria Femimundo 72. Exposición internacional de la mujer y su mundo, desarrollada en el Predio Ferial de Exposiciones de la ciudad de Buenos Aires. Comenzaron a repartir impresos que denunciaban la construcción de una determinada mujer funcional al patriarcado, para y por su conveniencia, lo cual quedaba claramente explicitado desde el título. Dicho momento quedó filmado por María Luisa Bemberg, el mismo formó parte del corto de esta directora que lleva por título el nombre de la muestra: Femimundo, también del año 1972.

Esta acción de denuncia política concibe a lo político no sólo como lo que afecta al Estado y al bienestar público, sino también al entramado de lo privado con consecuencias en lo público. Así, lo privado es político, lo personal –desvelaron y proclamaron las feministas de la segunda ola- es político.

Históricamente el espacio público estuvo limitado y vinculado para las mujeres. Limitado porque la dignidad de las mujeres fue construida por el patriarcado a partir de su desempeño reservado al ámbito de lo privado. Vinculado porque aquellas que salían de lo doméstico era por necesidad económica. Vale decir, el espacio público estuvo –y en muchos sitios sigue estando- atravesado por nociones de clase y género a las que hay que agregar, si hablamos de Latinoamérica, el componente étnico.

Es por ello que en el origen de los movimientos de mujeres se encuentre la calle. Desde el sufragismo a la segunda ola, el espacio público se convierte en el territorio de la convergencia y difusión de los reclamos, denuncias y marchas.

Las acciones desarrolladas por el feminismo en Argentina, en particular en la ciudad de Buenos Aires sobre lo que nos detendremos en el presente artículo, fueron y son múltiples y diversas. Las marchas y la irrupción en lugares públicos exponiendo reclamos y reivindicaciones forman parte del accionar de la historia del feminismo tanto internacional como nacional.

Ahora bien, a partir del feminismo de la segunda ola, aquel momento que se origina al calor de los procesos revolucionarios de la década del 60’, debemos reflexionar cómo fue permeando en el movimiento de mujeres, tanto internacional como local, conceptos sobre lo público y lo privado que vinieron del campo artístico.

Desde los años ’50 pensadores como Henri Lefebvre -quien influye severamente en el movimiento de la Internacional Situacionista- o la Escuela de Chicago de etnografía urbana, rechazaban la idea de espacio urbano concebido como un ente estático, contenedor neutro de relaciones sociales, abogando por una condición urbana que estimule y acelere el cambio social. A ello se une el concepto del filósofo húngaro Georg Lúkacs para el cual la ciudad debe ser el lugar en donde se produzca la Gesamtkunstwerk, desarrollándose prácticas y valores al margen del capitalismo. La ciudad es el terreno concreto en donde se debe luchar contra la alienación, el lugar donde cuestionar la concepción capitalista de la división del trabajo y la segregación maquinista de la vida[1]. Es desde y en la ciudad donde se inicia la transformación de lo cotidiano, proclamará la Internacional Situacionista. La acción cambia la historia, la ciudad es el campo de acción.

Esta forma de entender lo urbano en donde confluyen conceptos que vienen de diversas ciencias sociales, se afiliará en el campo artístico al viejo slogan del arte de las primeras vanguardias: arte igual vida, convertir la existencia en obra y la obra en existencia.

Podría pensarse entonces que la participación de artistas en los grupos feministas internacionales y nacionales enriqueció la práctica política, su accionar desde lo visual y su llegada al público en general. Sin embargo esto no fue del todo así, aunque mucho de los conceptos manejados por la práctica artística de vanguardia y la práctica política feminista confluyan, es frecuente la brecha que hay entre el campo artístico y el feminismo.

Quizás se deba al distanciamiento existente entre el arte contemporáneo y el espectador medio o a la desconfianza de la estética contemporánea por parte de muchas feministas, la relación práctica artística y práctica feminista cuanto menos fue y sigue siendo una relación difícil. A esta situación también ha colaborado la innumerable cantidad de estereotipos esgrimidos desde el patriarcado que han desvirtuado y demonizado la lucha feminista, alejando a las artistas con conciencia feminista del movimiento de mujeres y a la crítica de arte de la lectura estética de ciertas obras.

Si pensamos en una práctica artística política o en una práctica política artística no debemos olvidar una sabia frase de la artista feminista mexicana Mónica Mayer refiriéndose a su etapa de estudiante en el Feminist Studio Workshop cursado en el Woman’s Building de los Ángeles en 1978: “Si algo confirmé en ese momento es que si uno pretende hacer un arte revolucionario en términos políticos, primero tiene que serlo en términos artísticos.”[2]Así Mayer titula su tesis de maestría “Feminist Art: An Effective Political Tool” en donde desarrolla todo una practica artística conceptual y performática.

Regresando al ámbito de local, en 1986 Adriana Carrasco junto a las artistas Ilse Fuskova y Josefina Quesada conformaron el Grupo Feminista de Denuncia, el cual perdura a lo largo de dos años. Estas mujeres se situaban en la calle Lavalle al 800 -peatonal de los cines del centro de Buenos Aires- los sábados a la noche. “Nos parábamos con las manos en alto, haciendo el signo feminista y con carteles con leyendas como ‘La violación es tortura’, ‘La mujer es la única dueña de su fertilidad’. (...) Esos y otros lemas irritantes provocaban la discusión entre la gente que nos miraba con sorpresa. Cada sábado a la noche nos veían unas mil personas. Gasto mínimo y cuestionamiento interesante, ese era nuestro objetivo”[3], recuerda Fuskova. Junto a los molestos lemas exhibidos de una forma tradicional, estaba el cuerpo de las artistas con el signo del triángulo, el cual formaba parte también del logo de los impresos que repartían.

Si bien el Grupo Feminista de Denuncia surge desde dentro del feminismo con un discurso fuertemente político, la crítica artística local ignoró lecturas estéticas de este tipo de acciones eclipsada por otras prácticas políticas que se desarrollaban al calor de la efervescencia democrática y que sí tenían una vinculación claramente estética. Como ejemplo clásico de ello puedo señalar al Siluetazo, realizado los días 21 y 22 de septiembre de 1983 o diversas acciones artísticas de carácter político entendiendo lo político como lo enuncié más arriba[4].

El ocho de marzo de 2003

Para la marcha del Día de la Mujer del ocho de marzo de 2003 algo diferente sucedió. A la cantidad de carteles e impresos que suele verse y repartirse en estas manifestaciones una nueva imagen en un afiche llamó la atención. La misma hablaba con un lenguaje directo y claro sobre el aborto. La frase era contundente pero a su vez se vinculaba directamente con la imagen: un ovillo de lana atravesado por una aguja. Objetos –ovillo y aguja- que a modo de símbolos se vinculan con el cuerpo de la mujer violentado por lo quirúrgico: clara referencia al aborto clandestino.

El mismo hilo de la vida que se ha usado hasta la saciedad en las artes plásticas para hablar de la gestación aquí es un elemento que subvierte al discurso tradicional. A su vez hilo y aguja refieren a la situación de desprotección de las mujeres sostenida por el Estado.

Nadie firmaba Todo con la misma aguja, algo tan simple como cargado de mensaje era algo anónimo. Esto intrigó a los que como yo nos preguntamos quién/es fue/ron y a la vez agradecíamos el cambio de lenguaje: pasar de folletos llenos de palabras, reclamos y quejas constantes a una imagen que condesaba el pensamiento de muchas/os de las/los allí presentes. Con el tiempo se fue desvelando la intriga y varias nos enteramos de la existencia de Mujeres Públicas, grupo que se originó en ese ocho de marzo de 2003 y que aún continúa a las andadas.

Las integrantes de Mujeres Públicas vienen de varios campos: ciencias sociales, artes plásticas, hematología. El denominador común en ellas es el feminismo. Todas pasaron por diferentes grupos políticos y feministas, criticando el discurso cerrado y excluyente de muchos de ellos. Su integración se sostiene por medio de la confianza en diferentes órdenes: en las decisiones que cada integrante del grupo toma, en las ideas de cada una y en sus propuestas para una determinada acción y/o afiches y sobre todo en la convicción de que lo estético no sólo comunica sino que también permite condensar y hacer accesible lo que se encuentra disperso.

La cuestión de la confianza en la otra se vincula con el reconocimiento de la autoridad de cada una de las integrantes, autoridad en la que se basan las relaciones entre mujeres. Aquí hay una oposición a la rivalidad y a la circulación del poder que prima en las relaciones funcionales al patriarcado. Según señala la historiadora Milagros Rivera Garretas: “El feminismo del último tercio del Siglo XX redescubrió la enorme cualidad política de la relación entre mujeres. La mediación concreta que encontró fue la de la confianza en la otra mujer o en lo otro que es mujer. Dejó así atrás la rivalidad entre nosotras funcional al patriarcado de entonces.

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