CAIN SIGUE MATANDO A ABEL EN EL CUENTO AYATAKI DEL ESCRITOR SOCRATES ZUZUNAGA
Enviado por ladymoon6 • 16 de Julio de 2015 • 4.340 Palabras (18 Páginas) • 296 Visitas
CAIN SIGUE MATANDO A ABEL EN EL CUENTO AYATAKI DEL ESCRITOR SOCRATES ZUZUNAGA
Abraham Prudencio Sánchez
“No brotan las ideas de los puños”
Antonio Machado
Tortura y muerte en el cuento “Ayataki”:
Uno de los elementos más conmovedores y por ende paradójicos es la gran cantidad de víctimas que ha dejado la “revolución” senderista. Los enfrentamientos salvajes se han dado desde todas las direcciones donde el victimario, al final, podía resultar, sin proponérselo, una víctima de su propia maldad.
Los elementos que se nos muestra son de profunda tensión por la que está atravesando el Perú, donde el uso de la violencia parece ser la única solución posible. Por esa razón tenemos cuadros paradójicos e irónicos tal como se refleja en el cuento Ayataki del escritor ayacuchano Sócrates Zuzunaga.
El autor pone en evidencia uno de los tantos recursos que aplicaba tanto Sendero Luminoso como las Fuerzas Armadas: la irrupción violenta en los pueblos del interior del país donde la barbarie se erigía por encima del derecho más elemental.
La hora, una vez más, es casi la misma, a medianoche donde reina la oscuridad sobre la luz. Como es de suponer uno de los elementos que solía aplicar el intruso es la intimidación , recurso válido para someter a la víctima.
El narrador personaje nos revela el pánico que debieron sentir, esa profunda conmoción se puede notar en la utilización del término “mamacita” como para transmitir el miedo terrible que debió llegarles hasta el alma. En las serranías del Perú se utiliza el “mamacita” como para remarcar incredulidad, que no puede ser posible tanto abuso y también como un medio de buscar protección dentro del ser querido, “mamacita” es, por decirlo de algún modo, el retorno a la protección materna. Este súbito padecimiento es causado por la incursión de sujetos extraños cuya única intención es causar dolor. La madre protectora es la única que puede curar sus heridas.
La brutalidad ejercida hacia la población se remarca en la poca consideración que se tiene a los santos, en este caso con el taitacha apóstol San Santiago. La violencia desencadenada parecía no tener límites; como se representa solo los condenados podían ir incluso contra el respeto y adoración a los santos, en este caso ni el mismísimo Cristo se había salvado del feroz atropello que llegaron a infligir estos “condenados”.
Lo que llama la atención y desespera al narrador personaje es el desproporcionado uso de la fuerza, la lógica parece ser obvia, si no habían respetado a los santos patronos menos lo harían con los simples mortales.
La violencia pareció manifestarse en cada palabra, en cada acto. Ningún sujeto estuvo libre de sospechas, para los “condenados” todos allí eran culpables, esa fue la premisa con la que se trabajó desde el principio. El terruko era a veces el que menos parecía, entonces se debía y tenía que acabar con ellos, la orden era arrasar con todo. No se tuvo la más mínima consideración a nada. Los más elementales derechos fueron pisoteados.
La primera fase de la operación es causar destrozos a la propiedad privada para que a partir de allí se empiece con el otro tipo de violencia que en este caso es la psico-verbal. El poblador intimidado por la ocupación violenta se verá rápidamente reducido con calificativos racistas. Es así como nos damos con una serie de adjetivos que fundamentalmente tienen un componente étnico.
La primera muestra es de una total imposición. El poblador debe realizar aquello que se le ha ordenado y no debe resistirse porque él es apenas un “indio” y por tanto un sujeto de poca valía.
Este ser repudiable está constituido de lo peor tanto así que su principal “des-virtud” es la de no decir la verdad.
Para lo único que valen entonces es para mentir, los otros lo saben por esa razón, como para que empezaran a respetar y a contestar siempre con la verdad, era necesario una buena dosis de maltrato físico.
Este es una manera de ablandamiento, porque en el fondo el sinchi intuye que no le están diciendo toda la verdad, o que simplemente le están mintiendo. A pesar de todo se mantiene la idea de ese poblador provinciano como ladino, casi un experto en cosas malas y una manera de recalcarles su salvajismo es descargando sobre estos todo el rigor posible.
A lo largo del texto se nos muestra una serie de insultos. Dichas palabras que señalaremos más adelante según la Comisión de la Verdad y Reconciliación fueron las más comunes y recurrentes a lo largo de todo el periodo del conflictivo armado, el nivel de violencia verbal es altísima y va dirigido directamente hacia lo más profundo de la persona. Estos seres, por ejemplo, no son tan solo unos “hijos de puta” sino que se habrán convertido, dada la magnificación de todo lo peor, en unos “jijunagramputas” que es el grado sumo de ser una mujerzuela o hijo de una gran puta.
Es la intimidación, el desprecio. El uniforme los convierte en seres distintos, en el gran Otro, se imaginan siendo todo lo contrario a las personas que están pisoteando en ese momento. Se repite de alguna manera la paradoja del blanco conquistador frente al colonizado. En este caso dicho acontecimiento traumático se repite bajo las mismas fórmulas, son ellos los que invaden, son ellos los que irrumpen, son ellos los que torturan, son ellos los que deciden quien vive y quién no. Cuando los sinchis dicen “indio” o “cholo” están queriendo decir que el ser que tienen en frente es inferior, que podrán estar vivos pero nunca llegarán a tener el estatus de ciudadanos porque eso solo le corresponde a los blancos, a los de la ciudad. El indio, por tanto, es sinónimo de un ser despreciable, indigno, in-humano.
Ellos son la verdad corporizada y por ende la última palabra. Este claro atropello se realiza sin la más mínima muestra de compasión ni temor. Los “indios” son víctimas de sí mismos, presas fáciles que desconocen por completo sus propios derechos, de manera que abusarse del más débil produce un placer sin parangón.
El gozo por la tortura se concreta cuando la justicia democrática pareciera estar en contra de los más pobres y cualquier falta, inclúyase a ello la más grave, queda impune porque al “indio” implícitamente se le ha invalidado su condición de ser humano, son considerados como una clase inferior carentes de derechos. Ellos, los fuertes, los irrumpidores, los que ordenan, son en definitiva, la representación de la viva, de la justica y de la verdad.
Tras la tensión verbal, los sinchis proceden a la agresión física. El narrador personaje dice: “me revolcaron a culatazos en el suelo” ( ). No solo se valen de las manos sino también
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