CON LA MUERTE A CUESTAS
Enviado por Heliabril • 29 de Noviembre de 2013 • 1.973 Palabras (8 Páginas) • 369 Visitas
INVESTIGACIÓN CUALITATIVA EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR
“CON LA MUERTE A CUESTAS”
ETNOGRAFÍA
HELIA ZARAGOZA CAMBRÓN
MCE 102
2 de marzo de 2013.
Introducción
“A la muerte ni temerle ni buscarla, únicamente esperarla”
Difícilmente la muerte pasa desapercibida en la vida, su llegada es motivo de construcción de relaciones que oscilan de lo lógico hasta lo absurdo, de lo sobrio a lo pintoresco entre el mundo de los vivos y los muertos de tal modo que la muerte se vive, se piensa y se construye desde una visión universal como lo que es: uno de los escasos acontecimientos comunes a la humanidad que la recibe con rituales para, al mismo tiempo, despedirla en una suerte de pacto ritual que liquida posibles deudas entre el que se va y los que se quedan.
En México, la muerte se manifiesta como un acto sincrético entre la solemnidad castiza con el sufrimiento a modo de estandarte y esperanza de resurrección, y el colorido indígena que prepara para la vida más allá de la vida, herencia que ha sobrevivido hasta nuestros días.
El presente trabajo se refiere a una parte del ritual de despedida: el momento de cargar el cuerpo para despedirlo que se compone por un cuándo, un cómo, un quién y un por qué, en el que aparentemente todo se da de forma natural pero siguiendo al pie de la letra un guión no escrito perfectamente actuado por los presentes.
1. Etnografía
1.1 La etnografía de una marcha fúnebre.
Son las tres de la tarde, el sol cae a plomo sobre las cabezas de quienes ya no alcanzaron lugar dentro de la iglesia, donde el Cristo y Santa Bárbara son testigos de la última visita de Marco, el joven muerto por agua, al principal punto de encuentro del pueblo de Santa Bárbara, Cuautitlán Izcalli. El viento sopla entre cálido y helado, como si de repente el sol de enero quisiera calentarlo para así no clavarse en los rostros de los dolientes. Ya ha pasado el velorio y sólo queda el último paso por dar, conducir el cadáver a su última morada.
Todo mundo atisba al interior del templo, la inquietud aflora expectante, cuatro hombres, todos familiares del occiso desfilan con el féretro a cuestas para sacarlo del lugar de oración. Los hombres rápidamente forman una valla que rodea la caja mortuoria. El silencio se transforma en bulliciosas voces que efervescen y colorean la plaza del pueblo, llena a más no poder, tanto, que más que funeral parece una fiesta.
-No, no… todos tienen que ser amigos o conocidos, nada de familiares-
- No sea que el pobre piense que no lo quieren –
- Ahí viene, ahí viene… pst, pst.. déjeme ver-
La banda de viento, banda muertera, arranca con su versión de My way como colofón del ausente. En tanto, los hombres ya se han formado para cargar con el muerto y sin palabras se ordenan para comenzar la marcha al ritmo del Aventurero porque el “Bachoco” hubiera querido irse contento, nada de tristezas.
El camino es largo y el ataúd pesado y cada cierto tiempo los hombres se relevan ante la mirada del cortejo que en cada estación se para de puntitas para ver a quién le toca.
Entre más se acerca el cortejo al panteón, los relevos se vuelven cada vez más frecuentes; muchos de los hombres repiten en tanto los caminantes cuentan pequeñas historias que describen la relación del muerto con quien lo carga:
-Ése es el Chava, el más grande de sus amigos-
-Mira, ahí va Inti, el hijo del ingeniero, yo pensé que ya no se llevaba con Marquito-
- Quién lo irá a meter al panteón-
Y así se suceden en los relevos, Marcelo, Freddi, el Camarón, Inti y Chava, los amigos, hasta que al doblar la calle que conduce al camposanto Chava ordena a los tíos y al padre del occiso a que, junto con él, cumplan la encomienda de hacerlo cruzar la puerta del cementerio para llevarlo hasta su tumba pues los mayores son quienes deben velar porque él repose “como debe ser” en su última morada. Al llegar, estos principales abren el féretro y le colocan una rama de rosal en la mano derecha para que vaya limpiando el camino; unas chancletitas de cartón para que no pierda sus pasos; un vaso con agua, una vela nueva, un pan y sal para proveerse en el viaje; la madre le pone su “vicio” así que la “Victoria” y los “Marlboro” no se hacen esperar. Y a modo de susurro, Lázaro, el tío, dice ¡Ay, Yola, hasta crees que esos eran sus vicios! Nomás porque es delito, si no le pondría una vieja pa que lo acompañe.
1.2 La etnografía y sus repercusiones en la investigación.
La etnografía, como parte de la observación participante, proporciona elementos de conocimiento cultural posibilitando la indagación de relaciones sociales y la visión holística de un evento ampliamente descriptivo de una sociedad con la ventaja de que ofrece opciones de participación abierta o encubierta de la vida cotidiana de personas durante un tiempo indeterminado debido a que se puede ver lo que pasa, escuchar lo que se dice, recogiendo datos que surgen como destellos para iluminar el tema a estudiar. Por lo que en muchos sentidos es pertinente afirmar que la etnografía es la forma más básica de investigación social que tiene que ver con la forma como la gente le da sentido a acciones de la vida cotidiana cuya principal aportación es proporcionar el sentido que da forma y contenido a los procesos sociales.
La investigación social requiere ser fiel a los fenómenos que se están estudiando mismos que se circunscriben a una amplia gama de corrientes filosóficas y sociológicas. Según Hamme y Atkinson(1994) los fenómenos sociales presentan características diferentes a los naturales, de tal modo que el naturalismo es la opción idónea para dar fe de hechos sociales acudiendo al interaccionismo simbólico, la fenomenología, la hermenéutica, la filosofía lingüística y la etnometodología como enfoques orientadores de todo estudio al respecto dado que el mundo social no puede ser entendido en términos de generalización o ley universal pues su dinámica se sustenta en intenciones, motivos, actitudes y creencias, todas
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