Caja de Juguetes
Enviado por ioleta_dz19 • 12 de Junio de 2016 • Trabajo • 4.590 Palabras (19 Páginas) • 253 Visitas
Caja de Juguetes
-¡Hey, deberían dejar de hacer chistes con tu nombre!
1
Alma corría apresuradamente bajo el aguacero, tratando todavía de alcanzar el camión de la noche. Pasaría en unos minutos y ella, aún a toda velocidad, no podría llegar hasta la parada sino dentro de media hora. Pero la prisa era entretenida, le daba la adrenalina de la que habían carecido sus días desde que comenzó a ser Alma.
La prisa, la ciudad, los encargos; ése era el máximo desafío, el punto más estimulante del mes. De la semana, si tenía suerte.
Este sedentario ritmo de vida había comenzado apenas hace un año, cuando la entonces Hazel decidió escapar junto con Daniel y la entonces Eva (ahora su madre), de su terrible destino. Destino que no mencionaremos aquí, puesto que Alma-Hazel renunció a él y jamás podría conocerlo con certeza.
Vivían cerca de un pequeño poblado rural, sólo veían a alguien “de fuera” cuando era necesario comprar víveres, el dinero simplemente aparecía y nadie osaba preguntar cómo.
La primera semana, a Hazel le parecía vivir en el paraíso; estaba rodeada de las amorosas atenciones de Daniel y de Eva, quien le pidió que la llamara mamá. Luego llegó el hastío. El hablar con alguien que no viviera en esa casa se le volvió una fantasía prohibida, el tener una amistad algo remoto, y el día a día parecía una repetición cada vez más absurda.
No podían regresar a la escuela, los encontrarían; no podían conseguirse un trabajo real, era demasiado riesgo para Eva. Su corazón no soportaba la idea de perderlos a ellos, a sus hijos, los que le había dado la vida que tan cruelmente le había arrebatado la posibilidad de parirlos (tuvo tres abortos espontáneos, pero niños, no me hagan hablar de eso porque siento que me vuelvo a partir en dos).
Pero qué importaba vivir con una señora que, pensándolo fríamente, no conoces ni hace tres meses, y que casi te exige que le profeses adoración filial, qué importa, repito, si tienes al amor de tu vida junto a ti. Para estar en las buenas y en las malas, y para desahogarte; para hablar de lo que estás sintiendo respecto a Eva y para insinuar que si ya se escaparon de sus padres no sería difícil huir también de ahí y empezar (otra vez) de nuevo sus vidas, esta vez solos.
Puede que importe un poco, si el amor de tu vida se espanta al escucharte decir tales <
En fin, tal vez Hazel fuera por ahí pensando de forma pesimista sobre su futuro, pero la ventaja que tenemos al vivir sólo en el presente (el decir “vive en el pasado” o cosas por el estilo son solo metáforas, en realidad nadie de nosotros puede estar en ningún lugar además del ahora), es que es tremendamente fácil distraerse de las cosas trascendentales, importantes e inevitables, y poner nuestra atención sólo en la acción realizada.
Es por esto que Hazel, incluso bajo la lluvia, era en los momentos que describo una personita feliz, por tener un propósito que cumplir y estar sorteando las dificultades para lograrlo. Ya estaba, sólo tenía que cruzar la avenida y sentarse en la parada a cruzar los dedos; y ni siquiera tendría que esperar al semáforo, con la calle tan vacía…
Se le pusieron alerta todos los sentidos, de forma tan desagradable como cuando estamos asustados y nos quedamos quietos, tratando de percibir al máximo, de succionar cada gota de información que dan los sentidos. Un coche la había golpeado, pero no sentía nada más que un calor casi agradable en la pierna (calor como de ejercicio), entumecimiento y una subida de adrenalina que la hizo marearse. No se había caído.
-Cielo santo, lo lamento. ¿Te encuentras bien?
El conductor bajó de su coche, y sostuvo de un brazo a Hazel, tal vez haciéndole más daño que ayudándola, pero ya se sabe el estrés que provoca en las personas un choque.
-Si… si. Aún no me duele, tal vez después…
Hazel se puso a cuchichear cosas sobre el dolor y la adrenalina, pero el desconocido ya no la escuchaba. Después de dirigirle una mirada extraña y pedirle que se sentara en la acera, se subió a su coche y se fue. Del asombro, Hazel no dijo ni pío. Sólo se quedó ahí, mirando un rato, a la tranquila calle ya oscura.
<
-Buenas noches, bella señorita, me preguntaba que hacía alguien tan joven y bonita en estos sitios tan peligrosos… ¿Puedo ayudarla en algo?
Frente a ella se encontraba un hombre rechoncho, con un traje café claro, como de profesor, con un saco que no alcanzaba a taparle el enorme vientre. Traía también un sombrero pasado de moda. <
-En realidad, acabo de tener un accidente. Cruzaba la calle y un coche me impactó, pero cuando vio que no estaba muerta, el conductor sólo se fue y me dejó aquí. Vaya hijo de perra.
Ahora que había con quien hablar, la indignación hacía acto de presencia.
-Increíble, que un ser humano tenga tan poco corazón y tan escasos valores morales… ¿Pero qué le está pasando a esta sociedad?-El pelícano sonrió, y Hazel sintió confianza-. Y ¿a donde te dirigías…¿Cómo dices que te llamas?
-Hazel…Alma, quiero decir.
-Sí, Alma te queda mejor. Entonces, ¿se puede saber hacia dónde ibas, Alma?
-A casa, con… mi madre y con Daniel. Ya es tarde y deben estar muy preocupados…
A veces lo más liberador es hablar con un extraño y contarle lo que jamás le diríamos a nuestros seres queridos, y si bien pudiera parecer que el dar detalles que la otra persona no comprendería (nombres sueltos, objetos, situaciones específicas) es una forma de mantener el anonimato, en la mayoría de los casos se capta la esencia del problema, justo lo importante, lo más íntimo y delicado. Claro, si se es observador, y el hombre-pelícano lo era.
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