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Caso Peluqueria


Enviado por   •  13 de Julio de 2015  •  2.662 Palabras (11 Páginas)  •  816 Visitas

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Tarea 7

•Leer el caso

•Analizar el caso

•Luego del análisis escribir 10 conclusiones de la lectura.

• USTED ES EL GERENTE DEL CLUB LUIS GARCÍA. Presentar una recomendación a la junta directiva sobre la posible solución del problema en la peluquería del club.

•Cada conclusión máximo 2 renglones,

•Recomendación máximo media página.

•La recomendación es sobre el problema de la peluquería no sobre todo el club.

* Aumentar el sueldo no es una solución.

Caso"El club de la Piedra”

El Club de Golf de la Piedra estaba considerado como uno de los más selectos clubes deportivos de Lima. Sus magníficas instalaciones permitían practicar el golf, el tenis (el club disponía de 15 pistas de tierra batida), el squash, la gimnasia, el frontón y la natación. Los locales sociales disponían de salas de masaje y sauna, biblioteca, sala de televisión, sala de póker y de una guardería infantil. Finalmente, el club ofrecía un servicio de cafetería-restaurante de cierto renombre, que gozaba de un enorme éxito (los socios tenían un excelente servicio«familiar» en fines de semana, con una magnífica carta que incluía un menú ejecutivo a 20 nuevos soles, un agradable local para almuerzos o cenas de negocios y, si se reservaban los comedores con algunos meses de antelación, era incluso posible organizar fiestas de aniversarios, cumpleaños o banquetes de boda.

El club, como la gran mayoría de instituciones de este tipo, estaba regido por una junta directiva elegida cada cuatro años por todos los socios mayores de edad. Aunque el presidente y los distintos vocales supervisaban la buena marcha del club, lo cierto es que, desde 1985, el día a día había quedado a cargo de un gerente, Luis García, economista de 38 años e hijo de un antiguo capataz del propio club.

Luis García se conocía todos los rincones de la casa pues, no en vano, había vivido de los 4 a los 22 años en una de las viviendas situadas dentro del propio club y que se ofrecían a los empleados de más antigüedad. Luis, en los 8 años que llevaba como gerente, creía haberse enfrentado ya a todos los posibles problemas que podían generar los más de 140 empleados (personal de mantenimiento, entrenadores, camareros, personal de vestuarios y vigilancia) y 10.000 socios (incluso la Federación Peruana de Golf le felicitó por el gran trabajo que llevó a cabo su equipo al organizar el Master de 1992). Por esto se encontraba incómodo ante el conflicto que se le había planteado en la peluquería.

En el vestuario de caballeros los socios podían disfrutar de una peluquería que, desde la fundación del club a principios de siglo, ofrecía un servicio esmerado, barato y, sobre todo, entretenido (para muchos socios participar en la tertulia de la peluquería se había convertido en un verdadero ritual). De siempre, el ambiente que se respiraba en aquel rincón del vestuario era distendido, alegre y, en algún momento, hasta algo ruidoso.

En 1980, Martínez, que se había ocupado de la peluquería desde 1943, enfermó. El servicio se había degradado en los dos o tres años anteriores, había habido alguna que otra queja y por ello se le otorgó la baja definitiva y se contrató a Rodríguez que, con 51 años y treinta de oficio, parecía el candidato idóneo.

Rodríguez no defraudó. Era un peluquero extremadamente hábil, clásico, poco dado a cortes «modernos»y que, rápidamente, se ganó la confianza y respeto de los socios.

«Rodri», como le llamaban todos, era muy trabajador, de fácil conversación y, aunque solía ser algo socarrón, sabía encontrar en todo momento el tono justo para que cualquier socio se encontrara cómodo en la que él pronto denominó «su»peluquería.

La peluquería volvió a ir viento en popa, y los sábados y domingos se empezaron de nuevo a observar aglomeraciones de socios esperando turno, el uno vestido de tenis, el otro recién duchado, etc.

Para Rodri, el club significó la estabilidad: pasó a ser un empleado más de un gran club y, aunque el sueldo no era ninguna maravilla, las propinas eran generosas y el horario cómodo (de martes a viernes de 9 a 2 del mediodía y de 4 a 7 de la tarde, y los fines de semana de 9 a 2).

Para los socios, la llegada de Rodri fue una gran noticia. Todos querían a Martínez, pero en los últimos meses había perdido facultades. Ahora todo volvía a ser como antes: un precio barato y un servicio excelente.

Rodri era una persona culta, casado y padre de tres hijos (una maestra, un estudiante de ingeniería de telecomunicaciones y otro de informática). Le encantaba conversar, tenía una memoria prodigiosa y esperaba (al menos eso decía él) escribir sus memorias (hasta tenía pensado un título: «Las cabezas que corté»).

Cuando tenía una cola de clientes, Rodri establecía una disciplina estricta (era«implacable» como decía el presidente del club, uno de sus clientes habituales) y trabajaba a un ritmo asombroso (en veinte minutos podía terminar un servicio).

Rodri se quejaba («me hacéis trabajar mucho») pero no miraba el reloj. Los sábados y domingos siempre acababa marchándose a las dos y cuarto o dos y media, después de recoger sus herramientas de trabajo y dejar la peluquería limpia como un quirófano.

Entre semana era menos frecuente que tuviera largas colas y, por tanto, servía un cliente en, más o menos, media hora.

En enero de 1993 hubo elecciones y un grupo de socios jóvenes, medio en serio medio en broma, se presentaron como una alternativa de cambio. Ante la sorpresa general lograron ganar por un escasísimo margen. El presidente, un ingeniero de 35 años, tenía numerosos proyectos y supo incorporar a su junta a algún empresario con experiencia. De todas formas, ninguno de los miembros de la nueva junta había ocupado nunca un cargo similar.

Durante 1992, el club había ingresado 1'430,000 millones de nuevos soles y había registrado unas pérdidas de 1'820,000 millones. Ante esta situación, el nuevo equipo propuso a Luis García una serie de medidas tendentes a disminuir el gasto y aumentar la recaudación.

El tesorero sugirió, en primer lugar, extremar el control de accesos. Durante el «Master» y las cuatro semanas que lo precedieron, el comité organizador estableció unas normas de seguridad extremadamente duras para evitar atentados. Unos guardias estrictos exigían el carnet a todos los socios, y con ellos no valían ni las sonrisas ni las excusas a las que estaban acostumbrados los

porteros del club. La regla era sencilla: si no se llevaba el carnet, no se entraba. Súbitamente parecieron desaparecer centenares de «socios de toda la vida».

El tesorero, un alto directivo de unos grandes laboratorios y uno de los miembros

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