Crimen Y Castigo
Enviado por amry • 18 de Diciembre de 2014 • 2.361 Palabras (10 Páginas) • 264 Visitas
Raskolnikof, acude con Alena Ivanovna, una vieja usurera, a empeñar un viejo reloj de plata, que en el dorso llevaba un gravado que representaba el globo terrestre y del que pendía una cadena de acero. La anciana presta una pequeña cantidad de rublos, cobrando por adelantado los intereses de un préstamo anterior (rublo y medio fue el préstamo de esta vez), diciéndole al joven que tiene que aceptar este miserable trato.
Al quedar solo en la habitación de la vieja, Raskolnikof comenzó a reflexionar a cerca del lugar en dónde ella tenía el dinero guardado, recordando también que las llaves las llevaba en el bolsillo derecho, comenzando con su deducción:
‘’ Sin duda, el cajón de arriba. Lleva las llaves en el bolsillo derecho.
Un manojo de llaves en un anillo de acero. Hay una mayor que las otras y que tiene el paletón dentado. Seguramente no es de la cómoda. Por lo tanto, hay una caja, tal vez una caja de caudales. Las llaves de las cajas de caudales suelen tener esa forma... ¡Ah, qué innoble es todo esto!’’
Raskolnikof reflexiona sobre la integración que piensa hacer a la sociedad, ya que no estaba tan acostumbrado al trato con la gente e incluso huía de sus semejantes, pero de pronto se sintió atraído hacia ellos.
Al salir de la casa de la vieja usurera, se cruzó por su camino una taberna, decidió entrar y beber una cerveza. Dentro de la taberna se encontró con un hombre, que tenía aspecto de funcionario retirado, era un hombre de aproximadamente unos 60 años, robusto y de talla media, cabellos grises que coronaban su rostro de un amarillo verdoso, hinchado por el alcohol, llevaba barba característica de un funcionario, pero no se había afeitado hacía ya un tiempo. Marmeladof, se llamaba el viejo. Éste le comenzó a hablarle del pasado aristocrático que alguna vez tuvo junto con su esposa Catalina. El desenfrenado gusto por el alcohol de Marmeladof lo llevaron a la ruina.
Al amanecer, Nastasia, la única sirvienta de la casa, despierta a Raskolnikov con té y una carta. La carta es remitida por su madre, quién al enterarse de que su hijo dejó la escuela por falta de medios, reunió algunos rublos que le manda junto con la carta. En la carta, la madre le escribe sobre Dunia, hermana de él, quien pasó innumerables infortunios. Tras la leída de la carta, las lágrimas no dejaban de caer.
La carta de su madre le había trastornado, pues no aceptaba el matrimonio que pudiera existir entre su hermana y el señor Lujine. Además de no habérselo consultado. Era evidente que ya no había tiempo para lamentaciones, no era momento para ponerse a razonar sobre su impotencia, sino que debía obrar inmediatamente y con la mayor rapidez posible.
Entonces, una idea que había cruzado su mente un día anterior, le volvía una vez más, sabía que la idea volvería, lo presentía, no obstante, no era exactamente la misma del día anterior. La diferencia consistía en que la del día anterior, idéntica a la del último mes, no era más que un sueño, mientras que ahora se le presentaba bajo una nueva forma, amenazadora, misteriosa.
Durante el camino, tenía la necesidad de sentarse, su mirada en busca de un banco para poder cumplir su necesidad. El banco fue encontrado, pero en eso, en el mismo camino, pasó algo que absorbió su atención por un buen tiempo, frente a él, a unos veinte pasos, había una mujer que, no prestando más atención a las demás cosas que había visto durante su recorrido, hasta ese momento. En esa mujer había algo extraño que le sorprendió desde el instante que la vio.
Parecía una muchacha, una adolescente, llevaba la cabeza descubierta, sin sombrilla, a pesar del fuerte sol. Este encuentro terminó por despertar más la atención de Raskolnikof.
El bulevar, se encontraba completamente desierto, sin embargo, en el borde de la calzada se encontraba un hombre, que se le notaba un gran deseo por acercársele a la muchacha. Aquél señor, parecía un hombre de unos treinta años, aproximadamente, bien vestido, tez roja, boca pequeña y encarnada. A Raskolnikof le experimento una violenta cólera, y deseo de insultarle.
Se arrojó sobre él con los puños cerrados, sin pensar en que el hombre podía deshacerse, sin dificultad de dos hombres como él, de repente, un agente de policía se interpuso entre los dos. El policía comprendió el punto de la situación y se puso a reflexionar. Raskolnikof le dio unos cuantos kopeks al policía para que llevara a la muchacha a su casa.
El camino lo dirige hacía la casa de su amigo Rasumikhine a quien ha fingido no verlo para no entablar conversación con él.
Desvía su camino y entra a un bosque, el verdor y la frescura alegraron sus cansados ojos, habituados al polvo de las calles, a la blancura de la cal, a los enormes edificios. El ambiente aquí no era irrespirable ni pestilente, no se veía ni una sola taberna. Raskolnikof hace cuentas del dinero que le había mandado su madre y se percata que ha regalado una gran suma, le quedaban treinta kopks.
Salió del camino, se internó en los sotos, se dejó caer en la hierba.
‘’Los sueños de un hombre enfermo suelen tener una nitidez extraordinaria y se asemejan a la realidad hasta confundirse con ella. Los sucesos que se desarrollan son a veces monstruosos, pero el escenario y toda la trama son tan verosímiles y están llenos de detalles tan imprevistos, tan ingeniosos, tan logrados, que el durmiente no podría imaginar nada semejante estando despierto, aunque fuera un artista de la talla de Pushkin o Turgueniev. Estos sueños no se olvidan con facilidad, sino que dejan una impresión profunda en el desbaratado organismo y el excitado sistema nervioso del enfermo’’.
Tuvo un sueño horrible. En el pueblo donde vivió con su familia cuando era niño, tenía siete años y pasea con su padre por los alrededores del pueblo. Iban por el camino que conduce al cementerio, pasando frente a una taberna, sin soltar la mano de su padre, voltea hacia el horroroso establecimiento, viendo dentro dé una multitud de burguesas endomingadas, campesinas con sus maridos y toda clase de gente del pueblo.
De pronto se oye gran algazara en la taberna, de donde se ve salir, entre cantos y gritos, un grupo de corpulentos mujiks embriagados, luciendo camisas rojas y azules, con la balalaika en la mano y la casaca colgada descuidadamente en el hombro.
Siente una opresión horrible en el pecho. Hace un esfuerzo por recobrar la respiración, intenta gritar. Se despierta sudoroso: todo su cuerpo estaba húmedo, empapados sus cabellos. Se levantó horrorizado, jadeante. Tenía el cuerpo acartonado; en su alma todo era oscuridad y turbación. Apoyó los codos
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