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Cronicas Vampiricas


Enviado por   •  24 de Junio de 2012  •  1.430 Palabras (6 Páginas)  •  401 Visitas

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Querido diario:

Algo horrible va a suceder hoy.

No sé por qué escribí eso. Es de locos. No hay ningún motivo para que

me sienta inquieta y todos para que sea feliz, pero...

Pero aquí estoy a las 5.30 de la mañana, despierta y asustada. No hago

más que decirme que simplemente sucede que estoy hecha un lío debido

a la diferencia horaria entre Francia y aquí. Pero eso no explica por qué

me siento tan asustada. Tan perdida.

Anteayer, mientras tía Judith, Margaret y yo volvíamos del aeropuerto

en coche, tuve una sensación muy extraña. Cuando giramos en nuestra

calle, pensé de repente: «Mamá y papá nos están esperando en casa.

Apuesto a que estarán en el porche delantero o en la sala de estar

mirando por la ventana. Deben de haberme echado mucho de menos».

Lo sé. Es de locos.

Pero incluso cuando vi la casa y el porche delantero vacío seguí

sintiendo lo mismo. Subí corriendo los escalones y llamé con la aldaba. Y

cuando tía Judith abrió con la llave me precipité adentro y simplemente

me quedé en el vestíbulo escuchando, esperado oír a mamá bajar por la

escalera o a papá llamando desde el estudio.

Justo entonces, tía Judith soltó ruidosamente una maleta en el suelo

detrás de mí, lanzó un enorme suspiro y dijo: «Estamos en casa».

Margaret rió. Y me invadió la sensación más horrible que he tenido jamás.

Nunca me he sentido tan total y completamente perdida.

Casa. Estoy en casa. ¿Por qué suena eso como una mentira?

Nací aquí, en Fell's Church. Siempre he vivido en esta casa, siempre.

Esta es mi misma vieja habitación, con la leve marca de quemadura en las

tablas del suelo donde Caroline y yo intentamos esconder cigarrillos en

quinto grado y estuvimos a punto de asfixiarnos. Puedo mirar por la

ventana y ver el enorme membrillo al que Matt y los chicos treparon para

~6~

L. J. Smith Despertar

colarse en la fiesta de pijamas de mi cumpleaños hace dos años. Ésta es

mi cama, mi silla, mi tocador.

Pero en estos momentos todo me parece extraño, como si yo no

perteneciera aquí. Soy yo la que está fuera de lugar. Y lo peor es que

siento que hay algún lugar al que pertenezco, sólo que no logro

encontrarlo.

Ayer estaba demasiado cansada para ir a Orientación. Meredith recogió

mi programa por mí, pero yo no tuve ganas de hablar con ella por

teléfono. Tía Judith dijo a todos los que llamaban que tenía jet lag y

dormía, pero me observó durante la cena con una curiosa expresión en el

rostro.

Tengo que ver a la pandilla hoy, no obstante. Se supone que debemos

encontrarnos en el aparcamiento antes del instituto. ¿Estoy asustada por

eso? ¿Les tengo miedo?

Elena Gilbert dejó de escribir. Contempló fijamente la última línea que

había escrito y luego meneó la cabeza, con la pluma cerniéndose sobre el

pequeño libro con tapa de terciopelo azul. Luego, con un gesto repentino,

alzó la cabeza, y arrojó pluma y libro a la gran ventana mirador, donde

rebotaron inofensivamente y aterrizaron sobre el tapizado asiento interior

que había al pie de la ventana.

Todo era tan totalmente ridículo...

¿Desde cuándo ella, Elena Gilbert, había tenido miedo de reunirse con

gente? ¿Desde cuándo la había asustado nada? Se puso en pie y, llena de

enfado, introdujo los brazos en un quimono de seda roja. Ni siquiera echó

una ojeada al trabajado espejo Victoriano sobre el tocador de madera de

cerezo; sabía lo que vería. Elena Gilbert, rubia, esbelta y fantástica, la que

marcaba tendencias, la alumna de último curso de secundaría, la chica

que todos los chicos deseaban y que todas las chicas querían ser. La chica

que justo en aquellos momentos mostraba una cara de pocos amigos y

tenía los labios apretados.

«Un baño caliente y un poco de café y me tranquilizaré», pensó. El ritual

matutino de darse un baño y vestirse resultó relajante y se lo tomó con

parsimonia, revisando los nuevos conjuntos traídos de París. Finalmente

eligió una combinación de un top rojo y unos shorts blancos de lino que le

daban un aspecto muy atractivo. «Bastante apetitosa», pensó, y el espejo

mostró una muchacha con una sonrisa inescrutable. Sus anteriores

temores se habían desvanecido, olvidados.

—¿Elena? ¿Dónde estás? ¡Llegarás tarde al instituto! —La voz ascendió

débilmente desde abajo.

Elena volvió a pasar el cepillo por su melena sedosa y la sujetó atrás

con una cinta de un rojo intenso. Luego cogió su mochila y descendió la

escalera.

~7~

L. J. Smith Despertar

En la cocina, Margaret, de cuatro años, comía cereales sentada a la

mesa, y tía Judith cocinaba algo en los fogones. Tía Judith era la clase de

mujer que siempre parecía vagamente aturallada;

...

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