Cuentos Para Maestros
Enviado por conymartinez • 27 de Agosto de 2014 • 2.352 Palabras (10 Páginas) • 243 Visitas
LA MAESTRA RIVEROS
Su nombre era Sra. Riveros. Mientras estuvo al frente de su clase de 5º grado, el primer día de clase lo iniciaba diciendo a los niños una mentira: como la mayor parte de los profesores, ella miraba a sus alumnos les decía que a todos los quería por igual. Pero eso no era posible, porque ahí en la primera fila, desparramado sobre su asiento, estaba un niño llamado Facundo Moreno.
La Sra. Riveros había observado a Facundo desde el año anterior y había notado que él no jugaba muy bien con otros niños, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba darse un buen baño. Avanzaba el año y Facundo comenzaba a ser para ella un tanto desagradable. Llegó el momento en que la Sra. Riveros disfrutaba al marcar los trabajos de Facundo con una fibra roja haciendo una gran X y colocando un cero muy llamativo en la parte superior de sus tareas.
Pero en la escuela donde la Sra. Riveros enseñaba, le era requerido revisar el historial de cada niño. Ella dejó el expediente de Facundo para el final, a causa del desagrado que sentía por el niño. Cuando finalmente lo revisó, se llevó una gran sorpresa. La Maestra de primer grado escribió:
“Facundo es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales. Es un placer tenerlo cerca”.
Su maestra de segundo grado escribió:
“Facundo es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil”.
La maestra de tercer grado escribió:
“Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. El trata de hacer su mejor esfuerzo, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas”.
Su maestra de cuarto grado escribió:
“Facundo se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase”.
Ahora la Sra. Riveros se había dado cuenta del problema y estaba apenada con ella misma. Comenzó a sentirse peor cuando sus alumnos les llevaron sus regalos del dia del maestro, envueltos con preciosos moños y papel brillante, excepto Facundo. Su regalo estaba mal envuelto con un papel amarillento que él había tomado de una bolsa de papel.
A la Sra. Riveros le dio pánico abrir ese regalo en medio de los otros presentes. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume con solo un cuarto de su contenido.
Ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca.
Facundo Moreno se quedó ese día al final de la clase el tiempo suficiente para decir: “Sra. Riveros, el día de hoy usted huele como solía oler mi mamá”. Después de que el niño se fue ella lloró por lo menos una hora.
Desde ese día, ella dejó de enseñarles a los niños sólo aritmética, a leer y a escribir. En lugar de eso, comenzó a educar a los niños. Y puso atención especial en Facundo.
Conforme comenzó a trabajar con él, su cerebro comenzó a revivir. Mientras más lo apoyaba, él respondía más rápido. Para el final del ciclo escolar, Facundo se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira de que quería a todos sus alumnos por igual, Facundo se convirtió en uno de los consentidos de la maestra.
Dos años después, ella encontró una nota debajo de su puerta, era de Facundo, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Cinco años después por las mismas fechas, recibió otra nota de Facundo, ahora escribía diciéndole que había terminado el secundario siendo el tercero de su clase y ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Cinco años después, recibió otra carta que decía que a pesar de que en ocasiones las cosas fueron muy duras, se mantuvo en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores. Y le reiteró a la Sra. Riveros que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.
Cuatro años después recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de que concluyó su carrera, decidió viajar un poco. La carta le explicaba que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido y su favorita. Ahora su nombre se había alargado un poco: la carta estaba firmada por Dr. Facundo Moreno.
La historia no termina aquí, existe una carta más que leer, Facundo ahora decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y le preguntaba a la Sra. Riveros si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio. Por supuesto, la vieja maestra aceptó y adivinen… Llegó usando el viejo brazalete y se aseguró de usar el perfume que Facundo recordaba porque eran los que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos.
Se dieron un gran abrazo y el Dr. Moreno le susurró al oído, “Gracias Sra. Maestra por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer la diferencia”.
La Sra. Riveros con lágrimas en los ojos, tomó aire y dijo: “Facundo, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo hacer la diferencia. No sabía cómo educar hasta que te conocí”.
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Virtudes Choique
Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y en patas.
Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra- una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras).
Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.
Y ahora viene la parte de los chicos. Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana.
La cuestión es que un día Apolinario
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