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CUENTO EL LADRON MAESTRO


Enviado por   •  17 de Octubre de 2011  •  2.996 Palabras (12 Páginas)  •  850 Visitas

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051-El Ladrón Maestro

Un día un anciano y su esposa estaban sentados en el frente de su casa miserable descansando un rato de su trabajo. De repente un carro espléndido con cuatro caballos negros vino llegando, y un hombre lujosamente vestido se bajó de él. El campesino se levantó, fue hacia el gran hombre, y le preguntó qué quería, y de qué modo él podría ayudarle. El forastero estiró su mano al anciano, y dijo, "quiero solamente disfrutar por una vez de un plato campesino: cocíneme algunas patatas, al modo que usted siempre las hace, y luego me sentaré en su mesa y las comeré con placer."

El campesino sonrió y dijo, "Usted es un conde o un príncipe, o quizás hasta un duque; los señores nobles a menudo tienen tales fantasías, pero usted tendrá su deseo." La esposa entró en la cocina, y comenzó a lavar y frotar las patatas, y hacerlas en pelotas, a como acostumbran los campesinos. Mientras ella estaba ocupada de este trabajo, el anciano dijo al forastero, "Venga a mi jardín conmigo un rato, pues tengo todavía algo para hacer allí." Él había excavado algunos agujeros en el jardín, y ahora quería plantar algunos árboles en ellos.

¿"No tienen ustedes hijos?," preguntó el forastero, "quienes podrían ayudarles con su trabajo." "No," contestó el campesino, "yo tenía a un hijo, es cierto, pero hace mucho tiempo que él salió de aquí. Él era hábil, minucioso e inteligente, pero nunca aprendió ningún oficio y conocía muchos malos trucos, hasta que por fin él se alejó de mí yéndose a recorrer mundo, y desde entonces no he oído nada de él."

El anciano tomó un árbol joven, lo puso en un agujero, colocó una estaca al lado de él, y cuando había movido con la pala alguna tierra y la había pisoteado firmemente, ató el tallo del árbol a la estaca, abajo, y al medio, con una cuerda.

¿"Pero dígame," dijo el forastero, "por qué usted no ata aquel árbol anudado y torcido, que está en la esquina allí, inclinado hacia la tierra, a un poste, para que también pueda ponerse erecto, como éstos?"

El anciano sonrió y dijo, "Señor, usted habla según su conocimiento, es fácil ver que usted no es familiar con la horticultura. Aquel árbol allí es viejo y deforme, nadie puede hacerlo enderezar ahora. Los árboles deben ser formados mientras son jóvenes." "Así es como estaba con su hijo," dijo el forastero, "si usted lo hubiera entrenado mientras él era todavía joven, él no se habría escapado; ahora él también debe haberse puesto difícil y deforme."

"Realmente ya hace mucho tiempo que él se marchó," contestó el anciano, "él debe haber cambiado. " "¿Lo conocería usted otra vez si él viniera acá?" preguntó el forastero. "Apenas por su cara," contestó el campesino, "pero él tiene una señal única, una marca de nacimiento en su hombro, que parece a una alubia." Cuando él lo terminó de decir, el forastero se quitó su abrigo, expuso su hombro, y mostró al campesino la alubia. ¡"Dios bueno! ¡" gritó el anciano, "Tú eres realmente mi hijo!" y el amor por su hijo agitó a su corazón.

¿"Pero," añadió él, "cómo puedes ser mi hijo, tú que eres un gran señor y vives en la riqueza y el lujo? ¿De qué forma has logrado hacer esto?" "Ah, padre," contestó el hijo, "el árbol joven no estuvo ligado a ningún poste y se ha puesto torcido, ahora es demasiado viejo, nunca será erecto otra vez. ¿Cómo he conseguido todo esto? Me he hecho un ladrón, pero no te alarmes, soy un ladrón-maestro. Para mí no hay ni cerraduras, ni cerrojos, lo que yo desee es mío. No te imagines que robo como un vulgar ladrón, sólo tomo un poco de la superfluidad del rico.

La gente pobre está segura, yo prefiero darles que tomar algo de ellos. Todo aquello que pudiera obtener sin problema, astucia y destreza nunca lo toco. ""Ay, mi hijo," dijo el padre, "esto todavía no me complace a mí, un ladrón es todavía un ladrón, te digo que esto se terminará mal." Él lo llevó a donde su madre, y cuando ella oyó que era su hijo, lloró de alegría, pero cuando él le dijo que se había hecho un ladrón-maestro, dos lágrimas fluyeron abajo sobre su rostro. Con mucho detalle ella dijo, "incluso si él se ha hecho un ladrón, él es todavía mi hijo, y mis ojos lo han contemplado una vez más." Ellos se sentaron a la mesa, y otra vez él comió con sus padres el humilde alimento que no había comido por tanto tiempo. El padre dijo, "Si nuestro patrón, el conde de allá arriba en el castillo, sabe de tus artes y sabe cuales son tus negocios, él no te tomará en sus brazos para balancearte en ellos como cuando lo hizo en la fuente bautismal, sino que lo hará para balancearte de un cabestro."

"Tranquilo, padre, él no me hará daño, yo sé como tratarlo. Iré donde él este mismo día." Al final de la tarde, el ladrón-maestro se asentó en su carro, y lo condujo al castillo. El conde lo recibió cortésmente, ya que él lo tomó por un hombre distinguido. Cuando sin embargo, el forastero se presentó tal como realmente era, el conde se puso pálido y estuvo completamente silencioso durante algún tiempo. Al rato, con mucho detalle él le dijo, "eres mi ahijado, y tomando eso en cuenta, te tendré piedad a la hora de hacer justicia, y te trataré con poca severidad. Puesto que te enorgulleces de ser un ladrón-maestro, pondré tu arte a prueba, pero si no pasas la prueba, debes casarte con la hija del fabricante de cuerdas, y el graznido del cuervo deberá ser la única música para esa ocasión."

"Señor Conde," contestó el ladrón-maestro, "Piense tres cosas, tan difíciles como usted quiera, y si no realizo sus tareas, haga conmigo lo que usted desee." El conde reflexionó durante algunos minutos, y luego dijo, "Bien. Entonces, en primer lugar, robarás el caballo que guardo para mi propia equitación, sacándolo del establo; seguidamente, deberás robar las sábanas que están debajo de los cuerpos de mi esposa y míos cuando estamos dormidos, sin que nos demos cuenta de ello, más el anillo de bodas de mi esposa también; y en tercer lugar y finalmente, deberás poner lejos de la iglesia, al cura y al oficinista. Anota bien lo que he dicho, pues tu vida futura depende de ello."

El ladrón-maestro fue a la ciudad más cercana; allí él le compró la ropa a una vieja mujer campesina, y se la puso. Se manchó su cara marrón, y se pintó arrugas también, de modo que nadie pudiera haberlo reconocido. Entonces él llenó un pequeño barril con viejo vino de Hungría, y al cual le fue mezclado una

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