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Cuentos Para Trabajar La Intolerancia


Enviado por   •  8 de Abril de 2015  •  1.936 Palabras (8 Páginas)  •  168 Visitas

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Prohibido el Elefante

Un cuento de Gustavo Roldán

Las cosas andaban mal en el monte. Muchos animales miraban para arriba o silbaban haciéndose los distraídos cuando se cruzaban con otros. Y también comenzaron los rumores.

Los de aquí decían esto y lo otro de los de allá. Los de allá decían lo otro y esto de los de aquí.

Y casi todos estaban peleados con casi todos.

-Y, sí -decía el tapir-, mire lo que anda diciendo el quirquincho, que el elefante es un bicho así

y del tamaño de un ratón. Ésas son ideas del sapo, son ideas foráneas, contrarias al sentir nacional.

-Y, sí -decía el ñandú-, mire lo que anda diciendo el oso hormiguero, que el elefante es un bicho así

y del tamaño de un caballo. Ésas son ideas de la lechuza. Son ideas contrarias a nuestra legítima tradición.

Y el coatí que decía esto de la iguana. Y el tatu que decía aquello del mono. Y el zorro que decía lo de más allá de la tortuga.

Y nadie estaba contento.

Nadie. Y menos todavía la pulga, que había vivido en un circo y conocía un montón de elefantes. Pero ya se sabe, a las pulgas nadie les hace caso.

-Bueno, bueno -dijo el jaguar-, que estaba convencido de que el elefante era del tamaño de un ratón-, vamos a terminar con esta discusión.

El puma, que opinaba que el elefante era un bicho cogotudo y de patas largas dijo:

-Sí, sí, hay que poner un poco de orden. Hagamos unas elecciones y listo.

-Eso, eso -dijo el jaguar-. Y no perdamos más tiempo. Y cada cual se fue por su lado a organizar las elecciones. Nombraron a sus representantes, formaron un colegio electoral, dictaron las leyes de propaganda y arreglaron todos los problemas legales.

Claro que eso se parecía muy poco a unas elecciones, porque en esa época los que mandaban eran el jaguar y el puma. A veces discutían entre ellos, y entonces los animales tenían libertad para elegir: podían elegir lo que opinaba el jaguar o podían elegir lo que opinaba el puma. Lo único que no podían era pensar otra cosa, porque, como decía la vizcacha, ¿para qué querían pensar si es más cómodo obedecer?

Y muchos estaban de acuerdo. Les gustaba estar de acuerdo con el jaguar o con el puma. Eso tenía sus ventajas.

Y se largó la campaña. Los carteles del jaguar decían: Los elefantes son así

y del tamaño de un ratón ¡Viva el jaguar!

Los carteles del puma decían: Los elefantes son así y del tamaño de un caballo ¡Viva el puma!

La pulga también quiso poner los carteles, pero las leyes se lo prohibían, porque prohibían opinar a todo aquel cuyo nombre empezara con pul.

-Es una ley injusta -dijo la pulga.

-¿Injusta? ¿Por qué? Nos toca a todos por igual -dijo la vizcacha-. Cualquiera podría tener un nombre que empiece con pul.

-Dura lex, sed lex -dijo la lechuza.

-Claro que sí -dijo la vizcacha-. Hace falta una ley dura aunque nos dé sed.

La lechuza no quiso aclarar, porque la pulga estaba escuchando, que ella había dicho en latín “dura ley, pero ley”.

Pero cuando se fue la pulga decidieron cambiarla. Ahora diría, para que nadie pudiera andar discutiendo: “prohibido opinar a todos aquellos cuyo nombre empiece conperitonitis, pedagogía, dinosaurio o pul”.

-Ley pareja no es rigurosa -dijo la lechuza-. Ahora no podrá decir nada esa pulga. Para mí que tiene ideas foráneas.

-¿Les parece? ¿Tan chiquita y ya con ideas foráneas? Es el colmo esta juventud -dijo la vizcacha muy preocupada.

Pero la pulga era pulga de pelea, y no se rendía tan fácilmente. Se puso a trabajar día y noche y escribió mil carteles así... pero por el tamaño que tenían nadie los pudo leer.

El día de las elecciones no faltó ninguno. Bueno, en realidad faltaron muchísimos: todos aquellos a los que no les importaban las opiniones del jaguar ni del puma, pero a ésos, nadie los tenía en cuenta.

Cuando terminaron de votar, contaron los votos. Los contaron cuidadosamente, una y otra vez, pero no había nada que hacerle, eran exactamente iguales; 7427 votos para el jaguar; 7427 votos para el puma.

-Amigo puma -dijo el jaguar-, esto no tiene solución. Tal vez podamos llegar a un acuerdo. Y hablaron y hablaron.

Cuando terminaron de hablar, confundidos en un gran abrazo, aparecieron ante los animales que esperaban el resultado final.

-Queridos animales -dijo el puma.

-Animales queridos -dijo el jaguar.

-Por unanimidad -dijeron los dos-, hemos decidido terminar con esta discusión, porque lo importante es que estemos unidos frente a la opinión del mundo ya que ante todo somos derechos y animales. Ya no existen más problemas, hemos decidido que los elefantes no existen.

-¡Viva, viva! -gritó la vizcacha-. ¡Claro que los elefantes no existen!

-¡Los elefantes no existen! -gritaron los admiradores del puma.

-¡Los elefantes no existen! -gritaron los admiradores del jaguar.

Y se fueron contentos. Para un lado y para el otro. Todos contentos. ¿Todos?

Bueno, todos no. Porque la pulga, acordándose de la trompa de los elefantes, de las patas de los elefantes, de los grandes colmillos de los elefantes, y de esas orejotas por donde había paseado tantas veces, en sus años de circo, estaba que lloraba de rabia.

Y entonces se acordó de una frase de un tal Bioy Casares que decía: “El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que subestima la estupidez.”

La pulga se puso a trabajar noche y día. Y escribió y escribió, repitiendo la frase en mil carteles, que fue pegando en cada uno de los árboles del monte. Y pegó mil carteles así... pero por el tamaño que tenían nadie los pudo leer. ¿Nadie?

Bueno, tal vez no tanto como eso, porque los leyeron un bicho colorado, el piojo chamamecero y la vaquita de San Antonio. Y el bicho colorado le contó al sapo. Y la vaquita de San Antonio le contó al picaflor. Y el sapo le contó al yacaré. Y el picaflor le contó a la calandria. Y la calandria le contó al teru teru, que lo fue desparramando por los alrededores de la laguna grande.

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