De las pulsiones y del principio del placer en Freud
Enviado por lsoleidy • 24 de Abril de 2015 • Informe • 3.030 Palabras (13 Páginas) • 354 Visitas
De las pulsiones y del principio del placer en Freud
Para Freud, la pulsión, a la que sitúa en el límite entre lo anímico (psíquico) y lo somático (corporal) y define en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) como el representante psíquico de los estímulos procedentes del interior del cuerpo que llegan al alma, como una magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión con lo somático, se caracteriza no sólo por la fuerza y el campo en el que actúa, sino también por su procedencia de fuentes ubicadas en el interior del cuerpo -hecho que enfrenta al sujeto a la imposibilidad de huir de ella obligándolo por el contrario a obedecer a sus fines- y por su constancia.
Decir que la pulsión está en el límite entre lo anímico y lo somático es también afirmar que el cuerpo y el alma se hallan íntimamente relacionados. Más aún, podríamos decir que son las dos caras de una misma moneda ya que componen un mismo ente cuyas acciones y reacciones pueden dividirse en anímicas y corporales.
Así, siempre que se intente responder a la pregunta por la causa primera de las acciones humanas dese el psicoanálisis, convendrá no olvidar que necesariamente, tales acciones responden a la combinatoria entre estos dos elementos, que ellas son el producto de la conjugación del alma y el cuerpo y no algo que se origine y se ejecute sólo en uno de ellos.
Ahora bien, que la pulsión represente la magnitud de exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión con lo somático, pone en evidencia que es el cuerpo, en primera instancia, el que demanda del alma ciertas acciones y que por tanto, éstas tienen que estar en relación con la satisfacción del primero, es decir, con el placer. Cuerpo y alma, en consecuencia, se compaginan en función de hallar y mantener un cierto equilibrio obedeciendo, fundamentalmente, al dictado del principio del placer.
Según Freud, toda actividad humana -incluso la del aparato anímico más desarrollado- se encuentra sometida a este principio, lo que quiere decir que es automáticamente regulada por sensaciones del tipo «placer-displacer».
El sistema nervioso, dice, está concebido como un aparato al que compete la función de suprimir los estímulos que llegan hasta él y que son causantes de tensión (acumulación de estímulo) o de reducirlos a su nivel mínimo. De hecho, si ello fuese posible, lo ideal sería poder mantenerse libre de todo estímulo, pero la existencia de la pulsión -que a diferencia de los estímulos externos (de los cuales se puede huir mediante una acción adecuada a los fines) se genera en el interior del organismo y es causante de una tensión endógena imposible de tramitar por otra vía que no sea la satisfacción de la necesidad que así se crea- imposibilita esta tarea y así, toda pretensión de homeostasis por parte de este sistema.
El comportamiento de la pulsión, así descrita, llama sobre todo la atención en relación con la vida sexual, pues es allí donde más se complejiza su acción. Al principio, el fin al que aspira cada una de las pulsiones parciales, que son las que conformarán posteriormente la pulsión sexual, es, como el de toda pulsión, la satisfacción, más exactamente la obtención de placer. Ahora bien, en este caso y dado que cada una de ellas se origina en un órgano diferente del cuerpo, podemos decir que se trata, concretamente, de un placer orgánico. Sólo más tarde, cuando ya el yo se ha organizado y puede ejercer una cierta autonomía en lo tocante a su autoconservación, tales pulsiones se reúnen bajo una sola, la pulsión sexual, cuya aspiración fundamental, de la mano de los ideales culturales, es la reproducción y por este camino, la conservación de la especie.
Por tanto, podemos decir que para el sujeto, su experiencia de la pulsión ha de ser sin duda decisiva en relación con sus acciones. De hecho y dado que ésta plantea a su sistema nervioso nuevas y cada vez más elevadas exigencias, es claro que lo induce a implementar también actividades cada vez más complejas, entre las cuales se cuentan los mecanismos de la represión y la sublimación.
¿Cómo operan éstos? Para intentar entender cómo encajan en el complejo panorama de la pulsión estos dos mecanismos, volvamos por un momento a las pulsiones parciales e imaginemos el cuerpo vivo y despierto de un bebé, compuesto, como se sabe, de múltiples órganos. Dada su actividad, habrán de generarse en cada uno ellos ciertas sensaciones que por su carácter endógeno, serán sentidas por el pequeño como imperiosas demandas de satisfacción que dada su inmadurez biológica, será incapaz de atender por sí mismo. Un ejemplo preciso de ello es lo que sucede con la mucosa del esófago, gracias a cuya función se origina la sed. Imaginemos pues que el bebé tiene sed.
¿Cómo se resuelve esta necesidad? Sólo mediante una alteración en el mundo externo, esto es, mediante una acción adecuada por parte de un tercero -que en este caso podría ser la madre-, consistente, por ejemplo, en la aproximación del pecho materno o bien del biberón que vendrían a proporcionarle el líquido del que requiere para calmar su sed. Pero imaginemos, además, que como ocurre a menudo, no es sólo sed lo que siente el bebé sino también hambre, sueño, presión intestinal y hasta algún dolor, todo ello simultáneamente. Llegamos así a una situación, por decir lo menos, caótica.
En medio de tal caos y dada como hemos dicho la inmadurez biológica del bebé así como su consecuente indefensión, puede ocurrir que tales órganos resuelvan por sí solos su tensión mediante una descarga. Así, ante la tensión intestinal, el bebé podría, simplemente, relajar sus esfínteres, lo que aunque bastante normal, los padres sólo tolerarán hasta llegado éste a cierta edad. Ya con año y medio, por ejemplo, lo que podría encontrarse en tales circunstancias no es ya comprensión de los padres sino su enfado, lo que lo llevará a hallar la manera de controlar finalmente sus esfínteres, esto es, de contener la descarga de su intestino hasta hallarse en el sitio adecuado para hacerlo, lo que constituye un ejemplo de represión.
Ahora bien, tratándose esta vez de la pulsión sexual y en tal caso de un acto onanista por parte del niño en vez de simplemente un relajar los esfínteres, otro de los destinos de la pulsión así reprimida podría ser la sublimación, es decir, que no obstante haber sido impedido de hallar la satisfacción en el acto onanista, el niño consiga aprender que ésta no siempre y no sólo puede obtenerse por la vía más inmediata, sino también mediante ciertos rodeos -en todo caso más acordes con los afanes culturales- como por ejemplo, mediante
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