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EL MISTERIO DE SITTAFORD Agatha Christie


Enviado por   •  25 de Junio de 2011  •  10.140 Palabras (41 Páginas)  •  1.428 Visitas

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EL MISTERIO DE SITTAFORD

Agatha Christie

A

M E M

con quien discutí la trama de esta novela,

con gran alarma de los que nos rodeaban

GUÍA DEL LECTOR

En un orden alfabético convencional, relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

BELLING: Dueña de la posada Las Tres Coronas.

BURNABY, John: Comandante retirado del ejército inglés e íntimo amigo del asesinado Trevelyan.

CURTIS, George: Jardinero.

CURTIS, Amalia: Charlatana esposa del anterior.

DACRES: Abogado de Emily Trefusis.

DERING, Martin: Excelente novelista y marido de Sylvia Pearson.

DUKE: Aficionado a los pájaros y a las plantas; viejo y arisco inquilino de Trevelyan.

ENDERBY, Charles: Periodista destacado del diario Daily Wire.

EVANS, Robert: Fiel criado de Trevelyan.

GARDNER, Jennifer: Hermana de Trevelyan con la que éste no se trataba.

GARDNER, Robert: Esposo de la anterior.

GARDFIELD, Ronald: Joven sobrino de la anciana Mrs. Percehouse.

KIRKWOOD, Frederick: De la firma Walters & Kirkwood, abogados de Trevelyan.

NARRACOTT: Inspector de policía de la ciudad de Exeter encargado de investigar el crimen de Sittaford.

PEARSON, Brian, James y Sylvia: Hijos de Mary, difunta hermana del asesinado Trevelyan.

PERCEHOUSE, Caroline: Anciana solterona, inquilina de Trevelyan y tía de Gardfield.

REBECA: Esposa de Evans e hija de la dueña de Las Tres Coronas.

RYCROFT: Anciano naturalista aficionado a la criminología.

TREFUSIS, Emily: Agraciada joven, prometida de James Pearson, maniquí de una célebre casa de modas y protagonista de esta novela.

TREVELYAN, Joe: Capitán retirado propietario de varias fincas.

VIOLET: Hermosa hija de Mrs. Willett.

WARREN: Médico de Exhampton.

WILLETT: Señora al parecer rica quien, procedente de las colonias africanas, se instala en Sittaford.

WYATT: Capitán retirado e inválido que vive en una de las fincas de Trevelyan.

Capítulo 1

LA MANSIÓN DE SITTAFORD

El comandante Burnaby se calzó las botas de goma, se abrochó bien el cuello del abrigo, tomó de un estante cercano a la puerta una linterna protegida contra el viento y abrió con cautela la puerta principal de su pequeño chalé y atisbo el exterior.

La escena que presenciaron sus ojos era típica de la campiña inglesa, tal como la representan las tarjetas de felicitación de Navidad y los melodramas pasados de moda. Por todas partes se veía nieve acumulada en espesos montones, no un mero blanco manto de una o dos pulgadas de espesor. Durante los cuatro últimos días, había nevado copiosamente en toda Inglaterra y, en aquella región de los alrededores de Dartmoor, se había alcanzado espesores de varios pies. Los vecinos de toda la comarca se quejaban de la infinidad de cañerías que se reventaban por causa de aquel frío y el que tenía un amigo fontanero (aunque sólo fuese un aprendiz) se consideraba el más afortunado del mundo.

Para la pequeña aldea de Sittaford, siempre apartada del resto del mundo y entonces casi aislada de él, los rigores del invierno constituían un serio problema.

El comandante Burnaby, sin embargo, era un hombre decidido. Resopló un par de veces, gruñó una sola vez y se lanzó resuelto hacia la nieve.

No iba muy lejos. Recorrió ligero un corto sendero batido por el viento, atravesó la puerta de un cercado y subió por un camino, parcialmente despejado de la nieve que lo cubría, hasta una casa de granito de considerable tamaño.

Una pulcra doncella le abrió la puerta de entrada y ayudó al comandante a quitarse su pesado abrigo, las botas y la vieja bufanda.

Le abrieron una puerta y entró en una habitación que daba la impresión de parecer otro mundo.

A pesar de que sólo eran las tres y media de la tarde las cortinas estaban echadas, las luces eléctricas brillaban encendidas y un agradable fuego ardía en la chimenea. Dos damas que lucían trajes de tarde se levantaron para saludar al valiente anciano militar.

—Le agradezco que haya venido, comandante Burnaby —dijo la de más edad.

—De ningún modo, Mrs. Willett, de ningún modo. Usted sí que ha sido amable al invitarme —replicó el comandante estrechando las manos de ambas.

—Mr. Gardfield vendrá enseguida —explicó Mrs. Willett—, y también Mr. Duke. Y Mr. Rycroft dijo que vendría, pero no es muy de esperar a su edad y con este mal tiempo. Realmente, es demasiado desagradable y se siente la necesidad de hacer algo que ayude a mantener el buen humor. Violet, pon otro tronco en la chimenea.

El comandante se levantó galantemente para ponerlo él.

—Permítame, miss Violet —dijo.

Colocó el tronco con gran maestría en el centro del fuego y regresó una vez más al sillón que la dueña de la casa le había indicado. Procurando que no se notase, lanzó encubiertas miradas a su alrededor, asombrado de que un par de mujeres pudiesen alterar de ese modo el aspecto de una habitación y todo ello sin hacer nada extraordinario que destacase a primer golpe de vista.

La casa de Sittaford había sido construida hacía diez años por el capitán Joseph Trevelyan, cuando se retiró de la Armada. Era un hombre acaudalado y siempre habla tenido muchas ganas de residir en Dartmoor. Escogió el pueblecito de Sittaford, que no estaba escondido en el rondo de un valle, como la mayor parte de las aldeas y granjas, sino que escalaba con sus casitas una enhiesta loma, bajo la sombra del faro de Sittaford. Adquirió allí una buena extensión de terreno y edificó en ella una casa confortable, provista de su propio generador de electricidad para el alumbrado y una bomba que realizara el trabajo de bombear agua. Además, para hacer más rentable su propiedad, construyó también seis pequeños chalés, cada uno sobre una parcela de unos mil metros cuadrados y a lo largo del camino.

El primero de esos chalés, es decir el colindante con su jardín particular, se lo cedió a su viejo amigo y camarada, John Burnaby; las restantes se vendieron poco a poco, pues aún quedaban algunas personas que, por capricho o por necesidad, gustaban de vivir fuera del mundo. El pueblo, en realidad, se componía tan sólo de tres pintorescas pero abandonadas casas de campo, una herrería y una combinación de oficina de correos y pastelería. La ciudad más cercana, Exhampton, dista de allí seis millas y se llega a ella por una fuerte pendiente que requirió colocar este cartel: «¡Conductores, poned la primera!», tan popular en las carreteras de la región de Dartmoor.

El capitán Trevelyan, como

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