EL PERFUME
Enviado por • 5 de Marzo de 2014 • 14.993 Palabras (60 Páginas) • 262 Visitas
Patrick Süskind
El perfume
Historia de un asesino
Obra en 3 volúmenes
Volumen I
Patrick Süskind El perfume
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En la literatura alemana hace irrupción un monstruo sin precedentes desde "El tambor de hojalata". Un
acontecimiento literario.
Stern
En Gran Bretaña se habla de "El perfume" como la novela del año, en Francia se escribe que desde "El
nombre de la rosa" el mundo editorial internacional no se había sentido tan atraído por una novela...
Buchreport
Un libro grandioso... una novela irresistible... una pieza literaria que no aparece todos los días.
Kurier. Viena
Süskind lleva al lector, con sostenido interés y fuerza sensual, al centro del alucinante exotismo de una obra
de arte extremadamente auténtica y completamente ficticia.
Weltwoche. Zurich
Se ha descubierto un nuevo Walser, un nuevo Frisch, un nuevo Grass, opinan los profesionales, y huelen la
sensación literaria del año.
Süddeutsche Zeitung. Munich
El "gran libro" de la convención de la A.B.A. (American Book-sellers Association) de 1985 es una primera
novela, escrita por Patrick Süskind, titulada "El perfume".
New York Times
Patrick Süskind El perfume
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Patrick Süskind nació en 1949 en la localidad bávara de Ambach, de Alemania. Hijo del escritor expresionista
W. E. Süskind, ha publicado el monólogo dramático "El contrabajo", estrenado en Munich en 1981. "El
perfume" es su primera novela. "El perfume" es la revelación de un narrador de primer orden. En la Francia
del siglo Xviii. desde el convento que lo acoge lactante hasta el cementerio donde conoce su funesta apoteosis
final, la vida del perfumista y asesino de muchachas Jean-Baptiste Grenouille nos propone, a la vez que una
sección transversal de una sociedad secretamente resquebrajada, un descenso a los más turbadores abismos
del espíritu humano. Fantasmagoría alucinante y obsesiva, al tiempo que cuadro impar de una época. "El
perfume" es una de las principales novelas europeas de los últimos tiempos.
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Primera Parte
1
En el siglo Xviii vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no
escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste
Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouchè
Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos
hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra,
impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia:
al efímero mundo de los olores.
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las
calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a
madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin
ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al
penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los
mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban
los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a
leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se
respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de
artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un animal
carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo Xviii aún no
se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni
creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada
de algún hedor.
Y, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones en París, porque París era la mayor ciudad
de Francia. Y dentro de París había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la
Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetiére des Innocents. Durante ochocientos años se había llevado allí a los
muertos del hospital H4tel- Dieu y de las parroquias vecinas, durante ochocientos años, carretas con docenas
de cadáveres habían vaciado su carga día tras día en largas fosas y durante ochocientos años se habían ido
acumulando los huesos en osarios y sepulturas. Hasta que llegó un día, en vísperas de la Revolución Francesa,
cuando algunas fosas rebosantes de cadáveres se hundieron y el olor pútrido del atestado cementerio incitó a
los habitantes no sólo a protestar, sino a organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y
abandonado después de amontonar los millones de esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montmartre.
Una vez hecho esto, en el lugar del antiguo cementerio se erigió un mercado de víveres.
Fue aquí, en el lugar más maloliente de todo el reino, donde nació el 17 de julio de 1738 Jean-Baptiste
Grenouille. Era uno de los días más calurosos del año. El calor se abatía como plomo derretido sobre el
cementerio y se extendía hacia las calles adyacentes como un vaho putrefacto que olía a una mezcla de
melones podridos y cuerno quemado. Cuando se iniciaron los dolores del parto, la madre de Grenouille se
encontraba en un puesto de pescado de la Rue aux Fers escamando albures que había destripado previamente.
Los pescados, seguramente sacados del Sena aquella misma mañana, apestaban ya hasta el punto de superar
el hedor de los cadáveres. Sin embargo, la madre de Grenouille no percibía el olor a pescado podrido o a
cadáver porque su sentido del olfato estaba totalmente embotado y además le dolía todo el cuerpo y el dolor
disminuía su sensibilidad a cualquier percepción sensorial externa.
...