El Arte
Enviado por drack97 • 5 de Diciembre de 2011 • Informe • 1.531 Palabras (7 Páginas) • 388 Visitas
Iba a entrar en pánico cuando sentí mis pies tan helados. Tenían olor a pipí. “¡Pero si no tengo perro!”, pensé. No sé muy bien que había ocurrido. Al parecer, la ventana de mi cuarto se mantuvo abierta durante la noche. Recuerdo haber soñado con alguien orinando por mi ventana. “El maldito tenía la cara descubierta”, dije para mí. Cuando bajé de la cama, sentí la ropa húmeda. El pijama estaba bañado, sumergido en pipí. “¡Infeliz!”, grité. Bajé a abrir la puerta. No sabía quién tocaba. Era una señorita. No se fijó en mi displicencia al momento de dejarla pasar. No tenía idea de quién era. Sólo sabía (bueno, para no ser ridículo, fue en aquel instante en que lo noté) que era hermosa. No quiero detallar. Prefiero guardarlo para mí. Me miró, casi sin ganas, y se fue. Creo que todo fue culpa de la orina.
Aquella desgracia me marcó para siempre. No pude asistir nuevamente al trabajo. Mi cabeza se nubló con la imagen del momento en que iba bajando los escalones de mi casa. No tengo noción de que ocurrió después. Tendría que ver su cara para reconstruir la situación y, para ello, es obvio que me falta información. Prendí el computador. Tardó 13 horas en iniciar. En ese entretanto, planché mis camisas (que eran todas del mismo color) para alistarme. Me adentré luego en internet. No di con ella, ni tampoco con que ya había pasado 3 días y 4 noches navegando en la computadora. Terminé exhausto en la cama. Me soñé con un paisaje verde. Era gigante. Y que creen, ¡ella estaba ahí! Comenzó a correr. Molí la suela de los zapatos hasta que ya el pastito rozaba la planta de mis pies. Lástima. No había traído las zapatillas. Salí del sueño para buscarlas. Me las puse. Cuando traté de incorporarme nuevamente, no pude entrar. Tendría que dormir otra vez para consignar un sueño similar, pero dadas las circunstancias, lo más probable es que no pudiera fantasear exactamente con lo mismo. Bueno, es siempre igual. Quiero soñar lo que antes soñé en una hora demasiado anhelada y exuberantemente original. Eso es soñar un sueño. Son como las risas sonrisas. Nunca alcanzarás a saber que se siente si no vas al otro lado de la pradera. Correcto. Eso es exactamente lo que intenté hacer. No quise crear una máquina del tiempo para retroceder en la magia de la vida, ni en todo ese blablá que los cineastas nos revelan con tanto gusto. Preferí esperar. ¿Qué esperé? Nada, sólo esperé. Me sentí tan bien cuando luego de 15 días corroboré mi hipótesis. Me encontré de nuevo en el prado. Y ahí estaba ella (lo que no sabía es que ahora venía preparado con mis “runners” sin marca). La perseguí como enfermo. ¡Vaya, jamás corrí con tanto despellejo! Pero aún se me hacía inalcanzable. Su velocidad era endemoniada y de mucha menos parsimonia. Comencé a sudar. Sudé, sudé, no sudor, sino un líquido encarecidamente abrumado por una orina verdosa. Me preocupé, ahí sí que me preocupé. Quise llorar y agárrame del cojín de mi cama. ¡Qué plácido sería, no, poder soñar con cosas un poquito más reales!. En fin. Probablemente por ello les llamamos sueños, y no realidades o sueños-realidades. O también por eso, por eso precisamente, y no por otra cosa, pude, en un instante de distracción, alcanzarla. Se detuvo como si nada. ¿Qué necesita? Nada. Yo no necesito nada. “¿Qué necesita?”, preguntó. “¡Nada!”, exclamé entre júbilo y entre las risas sonrisas. Nada me haría presagiar que ya no quedaba espacio para seguir corriendo. Por eso se había detenido. Abarcamos todo el lugar. Pues, si no necesita nada, ¿por qué me persigue? “Pues, si no necesita nada, ¿por qué me persigue?”, exhaló con desprecio. No lo sé. “No lo sé”, contesté. Creo haberlo soñado. “Creo haberlo soñado”. ¿Dónde estaba mi sueño ahora? No estaba, simplemente. Se me pasó por la mente un volantín y tres árboles caídos, extenuados por una tormenta de unas lluvias no anunciadas. ¿Y ella? “¿Y ella?”, le escuché decir muy despacio. Apuntó su dedo frente la pared y la tocó. Lo extrajo. Tenía sangre. Mi cabeza palideció. Desperté con fiebre, con ella. Me santiguó. No quise preguntarle el nombre ni su residencia. Pensar en ello tomaría valiosos segundos para tan poco tiempo disponible. Era como estar en casa. Bueno, he estado en casa durante el desarrollo de estos acontecimientos, técnicamente, pues, si consideramos los hechos netamente sueños, negaríamos estrictamente cualquier conducta o alusión a algo que pudiese ser, en lo concreto, realidad. Las cosas estaban
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