El Corneta (Cuento)
Enviado por iyuway • 8 de Diciembre de 2012 • 1.091 Palabras (5 Páginas) • 830 Visitas
El corneta
Tengo amistad con un viejo comandante, uno de esos viejos soldados antiguos, que huelen a pólvora y que han encarnecido bajo las balas. A veces, cuando está de humor, gústame entablar conversación con él, porque me refiere, aunque con dureza, sus hazañas de guerra, su vida de cuartel, las aventuras que le han sucedido en nuestras luchas civiles.
Una tarde de junio, en tanto caía la lluvia monótona, nos dimos a platicar un buen trecho; él masticando un “puro” de Zacapa, entre un bosque de barbas rebeldes, y yo haciéndole honor a un cigarrillo.
- ¿Con que peleó con carrera …
- Sí, mi amigo. Estuve en el Castillo de Omoa. De allí nos trajimos, a duras penas, los mentados cañones, del tiempo de los españoles. Y ¡qué costó que subieran el Motagua los malditos!
- ¿Y también militó con don Miguel García Granados?
Estuve en Chamelecón. Desde hace cuarenta años, no he faltado a ninguna campaña. Y ya lo ve usted: soy todavía Comandante, agrego el viejo tristemente.
- ¿Y de heridas?
- No han escaseado tanto como los ascensos. Míreme la frente (y se levanto el ala del sombrero). ¿Ve este “per signum crucis?” Me lo hicieron en oriente, en tiempo de Barrios, persiguiendo a los facciosos. Fue un bayonetazo; pero el que me trazó la raya se fue al otro mundo, patas arriba, con un machete hasta… los dientes.
- Muy bien hecho, don Francisco.
- Pues no faltaba más que no se hubiera quedado sin la revancha, siendo así que el otro le había herido parte tan delicada como el rostro. Luego ustedes, los hombres de armas, en medio de la gresca, ¿se vuelven muy sanguinarios?
- Así es, dijo el veterano hirviéndole los ojos. Cuando uno entra a pelear, no está muy sobre si que digamos, tiemblan piernas y se “para el pelo”; pero… luego que corre la primera sangre, todo se olvida, hasta el miedo. Con un aguacero de granadas, pasa un huracán de balas, y no se oye ni se ve nada, como no sea un ruido atronador y una humareda oscura. Mas pasado el combate, después que se recogen los heridos, vuelve uno a ser hombre, a tener compasión. Oiga lo que le voy a contar, sin poner ni quitar de mi parte. Veníamos en retirada más acá de la Paz, con muy poco parque y sin un bocado donde hincar el diente. Ya usted puede figurarse nuestra situación. Los caminos - era tiempo de lluvias copiosas - se habían convertido en grandes lodazales, donde las mulas que traían nuestras piezas de montaña, se iban hasta la barriga. Marchábamos desordenadamente, si guardar formación, por pelotones atendiendo apenas a los heridos y buscando una vaca para enviarle un tiro. Así llegamos hasta un pequeño río sombreado por corpulentos amates. Muertos de sed, nos dirigimos a él, cuando de repente: ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, disparos aquí, disparos más allá. En fin, para no alargar, una granizadas de balas que hirió a dos o tres de nuestros compañeros de vanguardia. Llenos de rabia por el contratiempo, contestamos el fuego a todos lados, y no satisfechos con esto, nos metimos como fieras por las malezas, en busca de los enemigos. Nadie había por allí cerca: como si la tierra se los hubiera tragado. Regresábamos echando maldiciones, cuando
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