El Viejo Polo
Enviado por Rosibeldesiree • 30 de Abril de 2014 • 4.068 Palabras (17 Páginas) • 171 Visitas
EL VIEJO POLO
Revisando mis anaqueles –atiborrados de libros, epístolas, fotos, que sólo yo, de cuando en cuando, veo y acaricio– encontré varios poemas escritos por mi padre, don Hipólito Antonio Álvarez; algunos se remontan a la décadas de los noventa; publicados en su mayoría en la otrora Universidad de los Caroreños: El Diario de Carora. A través de los años, el viejo Polo, ha demostrado –por medio de sus pensamientos– que es un aeda auténtico, autodidacta que nunca ha obedecido ni obedecerá a preceptos de ninguna escuela o tendencia literaria. Lector incansable. Seguidor de la obra de Rubén Darío, Andrés Eloy Blanco y Federico García Lorca. A pesar de ello, jamás ha podido –y en eso, quizás nos parecemos a él– nutrir su espíritu con las lecturas de los grandes maestros; porque nunca le interesó –menos ahora– la gloria o el olvido de la vida; simplemente, escribe, porque siente la necesidad de cantarle a los pájaros, a la tierra y, en cierto modo, a su pasado. El viejo Polo –como lo llaman en la intimidad familiar– nació un 26 de enero de 1925 en la mariana población de Aregue; para ser más concreto, en el caserío de La Cruz Verde. Lo soleado de las tardes, la noche entristecida, la infancia, el recuerdo de los abuelos, el polvorín de la quebrada, las caminatas con doña María Álvarez, la necesidad de hacerse hombre antes de tiempo, los silencios prolongados con su hermano mayor, don Jesús María Álvarez, se increparon con fuerza y para siempre en su alma. Cierto que su temática es envejecida; sí, pero está ceñida a una espiritualidad, realmente envidiable. Probablemente, en ello nos diferenciamos. Un fantasma rodea su entorno: el recuerdo de su madre muerta. A ella, a mi abuela (a quien recuerdo claramente llevándole unas copas de cristal a mi madre, allá en la lejana casa solariega de la calle San José, y trayéndome carritos llenos de caramelos) dedica gran parte de su producción poética, la cual he recopilado para publicarla el año entrante, bajo el título de Ventanal Poético. leopermelcarora@yahoo.es
ERA MI MADRE
La vi pasar y no era ella.
Pero cuando dobló la esquina la conocí.
Era mi madre.
No quería verme.
Era tan grande su dolor,
tan grande que me rechazó
por el sólo hecho de tomar
su tristeza
entre mis manos…
A pesar de tener tiempo
mucho tiempo
sin verla,
la contemplé y al momento
su rostro me abrazó
con el tierno lirio de su amor
maternal.
¡Oh, madre! Aún ausente
por los designios de la vida
yo te recuerdo como si estuvieras
en mis sueños,
en mis días,
en mis rezos…
PUBLICADO POR LEONARDO PEREIRA MELÉNDEZ EN 11:50 NO HAY COMENTARIOS:
VIERNES, 23 DE ABRIL DE 2010
PURGATORIO
(A Alessandra Victoria Coronel; Jacqueline T.; A. Sinarai; M. B; ellas saben por qué…Dedico)
-***-
“Les aseguro que no estoy enfermo créanme
ni me suceden a menudo estas cosas
pero pasó que estaba en un baño
cuando vi algo como un ángel
"Cómo estás, perro" le oí decirme
bueno -eso sería todo
Pero ahora los malditos recuerdos
ya no me dejan ni dormir por las noches”
Raúl Zurita
Debo aclarar que el título de ésta crónica lo tomo prestado de la última obra de Tomás Eloy Martínez, sobresaliente novelista que nació el 16 de Julio de 1934 – para gloria de Sudamérica – y falleciera el 31 de Enero de 2010; y, aunque se casó – para no ser casado – y tuvo numerosas mujeres; su magno amor fue sin vacilación: Susana Rotker. Pero hoy no quiero hablar de literatura ni de cómo me vi obligado a comprar ésta obra que hace más de tres meses pedí a un amigo me la remitiera a mi lugar de destierro, ya que – por ahora, como dijera mi Comandante en Jefe en 1992 – no tengo trabajo alguno, y estoy triste, al mejor estilo de César Abraham Vallejo Mendoza: porque me da la gana. Por lo demás, tengo un torbellino de dudas rodando por mi cabeza. Ayer mi hermano Luis Alberto, cumplió dieciséis meses de muerto. He procurado recordar una que otra enseñanza bíblica y de nada me ha servido. ¿Cuántos libros religiosos, metafísicos, teológicos y filosóficos me he leído desde la época de mi bachillerato? Incontables. No por venir de un hogar clásico, plenamente religioso, católico: no, nada de eso. Por mi curiosidad intelectual. Nada más. Cuando murieron mis abuelos maternos, Papa Chú y Mama Teresa, me sumergí en ese laberinto profundo de la fe. Más adelante, cuando falleció mi hermano mayor, Jorge Franklin, yo – permítaseme la individualidad – hablaba de ello con mi hermano Luis Alberto. Él – Luis – era profundamente católico. Creyente en Dios y en la Virgen María en la advocación de la Chiquinquirá de Aregue. En mi caso particular, más por costumbre que por obligación, lo acompañaba a misa como en ocasiones hago con mis viejos padres, si bien, en más de una ocasión, me retiro del recinto eclesiástico, para no oír las peroratas del presbítero. (Y, créanme que no soy ningún apóstata ni nada que se parezca a ello). Dieciséis meses cumplió mi hermano de muerto. Dieciséis meses que unos truhanes, sin la valentía de dar la cara, lo asesinaron, cobardemente. Mi hermano Luis, tenía la costumbre de levantarse temprano, y antes de salir a trabajar, para llevar el sustento de su sudor a su familia, se persignaba y rezaba a las imágenes de la Virgen de Chiquinquirá y de San Benito. Por mi parte, yo – ¡por favor! Dispénseme mi yoismo o petulancia, como cariñosamente me dice el colega Dr. Ramón Pérez Linárez – también me levanto temprano. Y como Luis, también me persignaba y rezaba-sí, rezaba, mejor: oraba – y le pedía a la imagen de la Virgen de Lourdes que mi esposa me obsequió hace muchos años, por la salud y el bienestar de mis padres; pedía – sí, lo hacía – por todos y cada unos de mis hermanos; por mis hermanos de padre y madre; por mis hermanos de madre; y, por mis hermanos de padre; por mis hijos; por mi esposa; por una que otra gata…Bueno en fin, por todas las personas allegadas a mí. Desde que mataron a Luis, ya no lo hago. Ni rezo ni oro. Ni pido por nadie. Tampoco pido nada para mí. Ni siquiera después del vil atentado del que fui víctima el 19 de diciembre próximo pasado. (Por cierto, en esos días – permanecí 35 días en tres clínicas diferentes – recibí numerosas esquelas y mensajes de alientos, y uno de ellos, escrito por el Dr. Ramón Pérez Linárez, me hizo llorar en variadas ocasiones; no podía comenzar su lectura…Hasta que una tarde, parca y silenciosa, le pedí a mi hermosa bruja que me buscara la carta que Ramón
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