El abeto que pudo volar

El abeto que pudo volar

Érase una vez, en un viejo pueblito cualquiera un milenario abeto. Su gran follaje verde sombreaba al menos un metro a su alrededor, sus ramas se extendían fuertes y gloriosas a lo alto al menos unos seis metros y su semblante de anciano lo hacía hermoso.

Un día el abeto jugaba con los niños del pueblo, cuando una parvada de golondrinas pasó sobre él. El abeto siempre había sido un abeto; no conocía más que a los niños del pueblo que juguetones trepaban sus enormes y fuertes ramas y los animales que vivían en el.

Pero ése día se le ocurrió que quería ser golondrina. –Como me gustaría ser golondrina. La idea se disipo rápidamente de su mente, pues le pareció absurdo.  

Esa misma noche comenzó una gran tormenta, el cielo crujía y tronaba, y pareciera que se iba a venir abajo; del cielo cayó una pluma mojada, y luego otra, y luego otras más, cayendo en picada con el cuerpecito al que pertenecían. El gran abeto estiró sus ramas para alcanzar a la pobre golondrina que iba muriendo mientras la lluvia la ahogaba.

El abeto preocupado llamo a los animalitos que vivían en el para que le ayudaran a hacer un nidito para el ave herida –Amigos, por favor, corran, ayúdenme

Los animalitos espantados corrieron al auxilio del abeto y el ave; -¿qué es lo que ocurre? ¿Qué necesitas? ¿qué sucede?

-Esta golondrina ha caído del cielo herida, su parvada debió dejarla atrás.

A la mañana siguiente pidió a sus amigas las ardillas cuidar de la aún inconsciente golondrina.

-Amigas ardillas, les pido de favor que vayan con mi vecino el durazno para alimentar a la golondrina.

-¡claro! Igual le traeremos alpiste y trataremos de darle unas nueces.

El abeto al ser tan viejo, sabía unas cuantas cosas para cuidar del ave enferma.

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