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El niño en la pedagogía. Los saberes sobre el niño y la escuela


Enviado por   •  3 de Abril de 2019  •  Resumen  •  5.914 Palabras (24 Páginas)  •  203 Visitas

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El niño en la pedagogía. Los saberes sobre el niño y la escuela

Es mejor cualquier escuela que ninguna, es una afirmación que sostenemos, especialmente frente a aquellos niños para quienes, por vivir en condiciones difíciles, la escuela representa un espacio de inclusión al colectivo social todavía irremplazable.

Ahora bien, ¿cómo es que una institución que no posee más que unos pocos siglos de existencia ha conseguido perfilarse como el espacio obligado para los niños de diferentes sectores sociales, diferentes culturas, en diferentes regímenes políticos? ¿Cómo se han configurado las estrategias de transmisión escolares? ¿en qué radica su eficacia? ¿Qué papel cumplieron los saberes de la pedagogía en la emergencia del modo escolar de educar? ¿Cómo se relacionan los saberes sobre la educación y los modos de pensar y habitar eso que llamamos infancia?


La infancia y la escuela

Una serie de acontecimientos políticos, religiosos, económicos y sociales que precipitaron el pasaje de la Edad Media, instalaron la preocupación por los niños, como un sector de la población que necesitaba ser educado. Entre estos acontecimientos, se destacan:

  • Las luchas al interior de la religión, que disputaban tanto el poder económico y político como el gobierno de las almas, los principios rectores del bien y del mal, la obediencia a la ley divina. Esta última, a la que accedían e interpretaban sólo los religiosos y a la que se obedecía ciegamente en el orden medieval, empezó a necesitar ser comprendida e interiorizada.
  • Un modo de entender al hombre que lo ubicaba en el centro de la escena, con posibilidades de intervenir en el mundo en el que vivía.
  • Los crecientes procesos de industrialización de las sociedades, que planteaban la necesidad de contar con trabajadores que pudieran ordenar sus tareas a unos tiempos y espacios predeterminados; que realizaran tareas que eran parte de un todo que los excedía, como el trabajo seriado de las fábricas; que respondieran a sus superiores jerárquicos.
  • La emergencia de formas políticas de gobierno que, a la vez que instalaban la igualdad de los sujetos frente a la ley, necesitaban ser reconocidas por toda la población, sea de la condición que fuera.
  • La delimitación de territorios, fronteras, un idioma y unos rasgos culturales que enmarcaban esas organizaciones políticas, y la necesidad de hacerlas de reconocimiento y uso común.
  • El desarrollo de una nueva racionalidad para conocer, donde el desarrollo del pensamiento científico fue clave para ordenar lo que se consideraba verdadero. Por otro lado, los procesos de democratización del conocimiento, en el cual jugó un papel central la imprenta, haciendo de la lectura y la escritura prácticas cotidianas.

Unas sociedades organizadas como estado, con sujetos iguales ante la ley y con capacidad de intervenir en el curso de la historia, entre los siglos XV y XVIII. En ellas, los niños empezaban a visualizarse, cobraban importancia en cuanto a que el tiempo de la infancia era el momento ideal para aprender lo que necesitaría para moverse en esas sociedades más complejas que las medievales.

En ese marco, empiezan a escucharse las voces de quienes, preocupados por el tipo de mundo que se venía, se ponen a pensar en el mejor modo a través del cual el ser humano incorporaría nuevos conocimientos, normas, formas de conducta.

Juan Amos Comenio (1592-1670). Este obispo de una iglesia reformada, lector de los relatos utópicos que empiezan a hacerse escuchar, creía que el hombre, al estar hecho a la imagen y semejanza de Dios, gozaba de una cierta libertad, podía cambiar el mundo y cambiarse a sí mismo, era libre de perfeccionarse y mejorarse constantemente, pero dicha libertad requería de una cierta dirección. En su obra se dedica a pensar y proponer cómo debía educar esa libertad.

Para Comenio el niño era un “pequeño hombre”, un adulto en miniatura. No le otorgaba a la infancia ningún rasgo específico, por el contrario, la infancia era una especie de estadio anterior de la adultez, un momento de inmadurez, justamente donde el ser humano todavía se encontraba “incompleto” como tal. Comenio, haciendo gala de un pensamiento que combina una matriz religiosa con la racionalidad que luego será fundamento del pensamiento científico, echa mano de la comparación con el modo en que actúa la naturaleza –obra de Dios- para explicar el modo en que se desarrolla la especie humana:

“Pues, así como un árbol frutal (manzano, peral, higuera, vid) puede desarrollarse por sí mismo, pero silvestre y dando frutos silvestres también; es necesario que si ha de dar frutos agradables y dulces sea plantado, regado y podado por un experto agricultor. De igual modo el hombre se desarrolla por sí mismo en su figura humana (como todo bruto en la suya); pero no puede llegar a ser Animal racional, sabio, honesto y piadoso sin la previa plantación de los injertos de sabiduría, honestidad y piedad”. (Didáctica Magna, Cap. VII, pág. 24, cursivas en el original

 La infancia representaba para Comenio el momento de la vida de un ser humano represem posibilidades tenía de incorporar saberes nuevos, de educar su cuerpo y su alma. Como otras especies vegetales o animales, Comenio ya planteaba que los primeros años de vida del ser humano son los más importantes para moldear su carácter, su conducta, para incorporar saberes, para conocer el mundo:

“La condición de todo lo nacido es que mientras está tierno fácilmente se dobla y conforma; si se endurece resiste el intento. La cera blanda consiente en ser formada y moldeada; endurecida, la quebrarás fácilmente. Los arbolitos permiten plantarlos, trasplantarlos, podarlos, doblarlos a uno y otro lado; el árbol ya hecho resiste al extremo. Así, si queremos retorcer un nervio vegetal conviene escogerle nuevo y verde; reseco, árido o nudoso de ningún modo puede torcerse. Los huevos recién puestos rápidamente se incuban y sacan pollos; en balde esperarás esto de los atrasados. (…)

Evidentemente se obtienen todas estas cosas de igual modo en el hombre mismo, cuyo cerebro (que antes dijimos que se asemejaba a la cera en recibir las imágenes de las cosas por medio de los sentidos) está húmedo y blando en la edad pueril, dispuesto a recoger todas las impresiones; y poco a poco se reseca y endurece hasta el punto de que la experiencia testifica que de un modo más difícil se impriman o esculpan en él las cosas”. (Didáctica Magna, Cap. VII, pág. 25, cursivas en el original)

En el texto considerado como fundador de la pedagogía moderna, la Didáctica Magna, Comenio presenta los fundamentos de su pensamiento, a la vez que explicita el mejor modo para que la infancia se eduque en un tiempo y en un espacio dedicados especialmente para ello, separada de los adultos, conducida sólo por un maestro, agrupada en conjuntos de niños de la misma edad, aprendiendo gradualmente los conocimientos de la naturaleza y del mundo de manera organizada, desde lo más simple a lo más complejo, recorriendo el camino de la ignorancia a la sabiduría. 

En el relato de Comenio se visualiza lo que nosotros reconocemos como escuela, con sus aulas, sus reglas, sus grados, sus clases, sus métodos. Podría afirmarse que el modo en que este señor tenía de ver la infancia –como maleable e incompleta- estuvo en el centro de su propuesta: un modo de enseñar donde el maestro ocupa un lugar central, donde posee los conocimientos a enseñar y los métodos para hacerlo eficazmente, y el niño, convertido en alumno, posee un lugar más bien “pasivo”, en cuanto a que es quien debe interiorizar esos conocimientos y normas.

Comenio no es el único que se ocupa de perfilar el espacio escolar, por el contrario, muchos de sus contemporáneos discuten cuáles son los mejores principios organizativos de la escuela, qué la hace más útil, más eficaz, más económica. Sin embargo, cuando leemos la Didáctica Magna nos encontramos que muchos de los rasgos allí esbozados se encuentran en las actuales escuelas todavía, por lo que su pensamiento sintetiza, de algún modo, la lógica con la que la escuela se configura como tal. Y años más tarde, esta organización que proponía Comenio fue visualizada como una forma eficaz de educar a muchos niños, del mismo modo, con los mismos contenidos y el mismo método. Para los estados nacientes, un sistema de escuelas que “repartieran” los mismos saberes y donde se educaran a los futuros ciudadanos, constituyó una alternativa económica y efectiva para lidiar con las diferencias de los individuos y configurar identidades colectivas. En este punto, la “instrucción simultánea” propia de los sistemas educativos nacionales le debe lo suyo:

“Un maestro para muchos alumnos que se hallan en el mismo nivel de aprendizaje, transmitiéndoles a todos un mismo saber al mismo tiempo, siempre con el mismo método y necesariamente acompañados con el mismo texto. Y esta escena es repetida en las otras salas de clase de la escuela y a su vez en todas y cada una de las escuelas de un mismo territorio. Todos a la vez; todos tratando los mismos temas, del mismo modo, con los mismos recursos. Este es el paisaje pintado por la pedagogía comeniana . Ese es el paisaje de la pedagogía moderna” (Narodowski, 1999, pág. 92).

Si bien las huellas de Comenio y de otros pensadores en el modo de enlazar infancia y educación perduran todavía en nuestros sistemas educativos, hubo otras concepciones que se pusieron en juego y tensionaron esa manera de entender la educación.

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Eusebio (1786-1788), de Don Pedro Montengón, es considerado por la crítica literaria el Emilio español. Es posible que su autor se haya, efectivamente, inspirado en esta obra para desarrollar su argumento. Para la crítica se trata éste, en verdad, de un tratado de educación disfrazado de ficción o de novela pedagógica. En clara contraposición con las creencias eclesiásticas de la época y el modelo de los santos propuesto por la Iglesia católica, Montengón advierte allí que “la virtud puede enseñarse y debe aprenderse”.

De vital importancia es, en este punto, la obra de Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Su obra El Emilio o de la educación, otro texto clásico de la pedagogía, marca un punto de inflexión en la concepción de infancia, que luego será retomada por los desarrollos sobre la naturaleza infantil que a lo largo de los siglos XIX y XX hiciera la psicología. Y en esta línea, su influencia se ha visualizado fundamentalmente en relación a las pedagogías renovadoras, a la escuela nueva, y las críticas a los formatos llamados “tradicionales” de la enseñanza, al punto de que muchas veces se lo ha nombrado como el “gran precursor”, aludiendo al carácter anticipatorio de la forma de enseñar que establece en El Emilio.

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