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Epígono de Pierre Menard


Enviado por   •  30 de Abril de 2017  •  Apuntes  •  4.041 Palabras (17 Páginas)  •  159 Visitas

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Epígono de Pierre Menard

Vou tão longe, que ouso crer nas reabilitações históricas, unicamente ou quase unicamente pela alteração do nome das pessoas. O atual processo para esses trabalhos é rever os documentos, avaliar as opiniões, e contar os fatos, comparar, retificar, excluir, incluir, concluir. Todo esse trabalho é inútil se não trocar o nome por outro.

Joaquim Machado de Assis, Crônica, A semana, 1894.

La clase apenas terminaba pero la historia no podía esperar. Corrí hacia el escritorio del profesor y casi choqué de frente con una joven que, en una suerte de malabar, me esquivó. Llegué por fin y mi nerviosismo complicó más las cosas.

—¡Maestro, por favor!

Umberto Eco dio un paso hacia atrás. Desconfiado, estiró la mano para tomar mi copia de El nombre de la rosa que yo le alcanzaba.

—¿Quiere que se lo firme? Muy bien.  

Trazó un rápido garabato sobre la hoja que auspiciaba el título de su novela. No notó, como lo hicieron otros, que faltaba la primera hoja del libro. Pensé que Eco sería más perceptivo. Confieso que me decepcionó un poco.

—Hasta luego, mucho gusto, ¿eh? —dijo sin voltear mientras se ponía el sombrero y se encaminaba hacia la puerta del aula. Abrazado de su maletín, que no se dio tiempo para cerrar bien, intentaba escabullirse. Mi desesperación encontró su esperanza cuando Eco tropezó con el marco de la puerta y en el desequilibrio dejó caer un manuscrito que lucía antiguo. Ser más joven me permitió recogerlo antes que él.

—¿Pero qué le pasa? ¡Regréseme el manuscrito! —Supe que había logrado por fin captar su atención. Estaba en condiciones de negociar.

Le extendí el libro de nuevo y esta vez advertí: “Necesito que escriba mi nombre, maestro, que por cierto es Álvaro. Y el de ella, Juliette. Los nombres deben aparecer juntos, seguidos de su firma en la siguiente dedicatoria: “For Juliette and Álvaro, two more names of the same rose. New York, November, 1987”.

—¿Que escriba qué? ¿Y en inglés? ¿Qué disparate es éste?

—Vengo de muy lejos sólo para llevar a cabo lo que le pido. Es una historia larga y complicada. Y como no espero que la entienda, limítese a firmar el libro como yo se lo indico. Se lo pediría como favor para un lector marcado por su narrativa, pero no es por eso que lo hago. La verdad es que lo hago por amor.

—¿A la literatura? ¿Al arte en general? —intentaba comprender mientras buscaba arrebatarme el manuscrito. Mi altura bastó para que, al alzarlo, el legajo resultara inalcanzable para Eco, quien desistió después de varios saltos poco prometedores.

—Amor a la historia. Pero no a la Historia con mayúscula, sino a la mía, la privada, la misma que ahora me empeño en reescribir arbitrariamente.

—¿Reescribir la historia? —replicó agitado mientras buscaba asiento sobre su escritorio.

—El concepto no es nuevo y usted mismo lo ha utilizado. Sus ensayos de Obra abierta y Lector in fabula en cierta forma causaron lo que ahora intento.

Eco advirtió que era demasiado tarde para pedir ayuda. Todos los estudiantes se habían marchado. La sala estaba desierta. Sólo quedábamos los cuatro: Eco, El nombre de la rosa, el manuscrito y yo.

Es posible que haya sido su curiosidad de semiólogo, de narrador en busca de una buena historia. Tal vez recordó lo aburrido que estaba desde que regresó a dar clases a la Universidad de Bolonia, aunque creo que más bien fue el miedo a perder el manuscrito que no dejaba de llamar: ¡carissimo! El caso es que permaneció callado unos segundos y, repentinamente, me invitó un café. Prometió que si le contaba las razones que me llevaron a secuestrar su manuscrito, me firmaría el libro siguiendo mis rigurosas condiciones. El trato incluía, naturalmente, la devolución incondicional del papiro. Acepté sólo porque mi siguiente viaje se postergaría un par de días más: me encontraría (aunque él no lo sabía aún) con Carlos Fuentes en su casa de Londres. Bueno, accedí al café porque también me interesaba charlar con Eco, para qué negarlo.

Atravesamos juntos el campus. Me sorprendió su discreta belleza medieval en la cual no había reparado, dadas las circunstancias de mi visita. Eco me llevó a un café bajo uno de los famosos arcos de la ciudad. Generoso, pagó los espressos. Yo me tomé la libertad de pedir un panecillo. No había probado bocado esa mañana esperando el final de su clase.

—Bien, cuénteme —solicitó el escritor, mientras acomodaba su regordete cuerpo y encendía su pipa.

Confié en su promesa, pues él tenía más que perder que yo. Intuía que, de cualquier forma, Eco planeaba divertirse a mi costa y a la vez rescatar su preciado manuscrito. Asumí los riesgos sólo por obtener el autógrafo. Después de todo, no sería la primera vez que contaría la historia.

—Comenzó como un acceso común de celos. Sospechaba que su biblioteca no había sido integrada por ella sola, una gringa que a pesar de sus extensos conocimientos literarios y excelente dominio del español y el portugués, no podía haber reunido esa colección de textos tan variados y difíciles de conseguir. Y es que Juliette, mi esposa, tuvo hace muchos años un novio. Era un poetilla del norte de México con ínfulas parnasianas, es decir, un auténtico imitador de Octavio Paz.

—Sí. Pululan por todos lados —secundó Eco.

 

—Pues no me quedaba duda de que este poeta mediocre había colaborado en la lista de libros de Juliette con algunas ediciones raras de literatura latinoamericana, asiática y europea. Alguna vez ella corroboró que, en efecto, algunos tomos habían pertenecido al tal Armand, cuyo nombre importado me inyectó algo de náusea obsesiva.  

Cierto día, cuando hojeaba su ejemplar de No me preguntes cómo pasa el tiempo de José Emilio Pacheco, noté que Juliette intentaba desviar mi atención. La sospecha germinó cuando me quitó el libro para leerme, según ella, su poema favorito. El poema era bueno pero al terminar ni siquiera me dio tiempo para comentarlo. Se me echó encima e hicimos el amor. Nos quedamos dormidos y al despertar, después de la parada obligatoria post coitum en el baño… Porque así se dice, ¿no?

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