Escapando del Amor (A Fugitive from Love)
Enviado por Jenny Guadalupe • 8 de Abril de 2018 • Apuntes • 14.731 Palabras (59 Páginas) • 112 Visitas
Escapando del Amor
(A Fugitive from Love)
Con la espalda cruzada de lado a lado por los verdugones que le había causado el látigo del príncipe, Salena dudó sólo un instante, antes de arrojarse al mar...
La felicidad de Salena al reunirse con su padre en Montecarlo, no tardó en convertirse en terror y desolación cuando supo que debía casarse con el sádico Príncipe Petrovsky.
Rescatada del mar y protegida por el Duque de Templecombe, Salena encuentra una extraña y nueva felicidad en la exótica Tánger del siglo XIX. Pero el largo brazo del príncipe plantea peligros imprevistos, antes que el roce de los labios del duque, lleve a Salena a un éxtasis indescriptible.
Capítulo 1
1903
EL tren se detuvo en la estación de Montecarlo y Salena bajó al andén. Miró a su alrededor con ojos, muy atentos. Era una estación como cualquier otra, ni exótica ni amenazadora, como ella esperaba.
Cuando la Madre Superiora se hubo enterado de que Salena se reuniría con su padre en Montecarlo, no dejó de disimular el escándalo que le producía.
Había expresado tan enérgicamente su desaprobación, que Salena se había sorprendido conociendo el carácter tolerante de la Madre Superiora tanto como su amplio criterio.
La escuela, adjunta a un convento, a la que había sido enviada dos años atrás, no era exclusivamente católica. Admitían muchachas de todas las religiones; pero Salena sabía muy bien que, gracias a la influencia de la esposa de su abuelo, madrastra de su propio padre, había sido aceptada allí.
—El convento de Santa María es muy exclusivo y sólo acepta un número limitado de alumnas —había afirmado Lady Cardenham a Salena—, creo que la educación es de alto nivel académico y lo más importante es que aprenderás a hablar varios idiomas.
La viuda de su abuelo había hecho una pausa para asegurar luego:
—En la actualidad, lo esencial para cualquier muchacha del mundo social es que domine el francés y, de ser posible, el italiano y el alemán también.
Salena sospechaba que la abuela había decidido enviarla a un convento porque no aprobaba la forma en que su padre se conducía desde que enviudara.
No era ningún secreto que Lady Cardenham no se llevaba bien con su hijastro. Fue más por un sentido del deber, que por el afecto, que asumió la responsabilidad económica de la educación de Salena.
—Es lo único que paga —había dicho su padre con amargura—, así que no te prives de nada; todo lo que represente adquirir libros caros o tomar clases extras deberás aprovecharlo totalmente.
Salena, siguiendo los consejos de su padre, así lo hizo aunque se sentía culpable pensando en la considerable cuenta que su abuela recibiría al terminar el curso.
Lady Cardenham podía pagarla sin problemas, porque era una mujer muy rica. Eso hacía más lamentable su muerte ocurrida seis meses antes, sin haber alcanzado a pagar el debut social de Salena.
Las otras compañeras de la escuela proyectaban incesantemente sobre lo que harían al finalizar su educación. Hablaban de los bailes que darían en su honor y de la extensa lista de reuniones sociales a las que asistirían.
Salena se ilusionaba pensando en el día de su presentación en el Palacio de Buckingham como una de las debutantes del “espléndido ambiente social de Londres”.
Tuvo la fortuna de que Lady Cardenham, hubiera pagado por adelantado un año más de estudios; a pesar de ello Salena se preguntaba temerosa qué haría cuando el curso terminara, dónde pasaría sus vacaciones.
No había vuelto a Inglaterra desde la muerte de su madre, y el colegio se encontraba en Francia.
La Madre Superiora había organizado a un grupo de alumnas, cuyos padres vivían en el extranjero, para que pasaran unas semanas en una granja en un ambiente de campo, un poco primitivo.
A Salena le habían encantado esas vacaciones, aunque no tuviera mucho que relatar a sus amigas, de regreso a la escuela.
Para la joven fue como una bomba recibir primero la noticia de la muerte de la abuela y después una carta de su padre anunciándole que no se reuniría con él en Londres, sino en Montecarlo.
¡Montecarlo!
Su sola mención recordaba la superficialidad mundana, las orgías, el pecado, a pesar de que los periódicos informaran que todos los integrantes de la nobleza europea en una ocasión o en otra, incluyendo al Rey Eduardo de Inglaterra, y su hermosa esposa danesa, la Reina Alejandra, hubieran visitado el lugar.
Sin embargo, las monjas lo consideraban lo más cercano al infierno que había en la Tierra, por eso Salena imaginaba a los mozos con aspecto de demonio y a la locomotora del tren convertida en un dragón que arrojaba fuego por la boca.
Mientras permanecía de pie, mirando a su alrededor, un elegante lacayo se acercó a ella y, levantando respetuosamente su alto sombrero de tres picos, le preguntó:
— ¿La señorita Cardenham?
—Sí —contestó ella en francés—, yo soy la señorita Cardenham.
—Milord la espera en el carruaje, señorita, —le indicó el lacayo. Salena volviéndose llena de ansiedad, salió corriendo de la estación, mientras el lacayo recogía su equipaje.
Afuera, en un carruaje Victoria abierto, la esperaba su padre. Estaba apoyado en el respaldo del asiento, con un habano en la mano.
—¡Papá!
Gritó de alegría Salena, subiendo al carruaje, para sentarse a su lado y contemplarlo llena de felicidad.
A Salena le pareció que su padre la escudriñaba, antes de besarla, para decir luego, en su acostumbrada voz, jovial y bonachona:
— ¿Cómo está mi muñequita? Esperaba decirte que habías crecido mucho, pero todavía eres la enanita de siempre.
—En realidad, he crecido diez centímetros desde la última vez que nos vimos —afirmó Salena.
Lord Cardenham arrojó a la calle su habano, para tomar por los hombros a Salena
—Déjame mirarte... —dijo—. ¡Sí, tenía yo razón!
— ¿Razón sobre qué, papá?
—Me había apostado a mí mismo de que te convertirías en una belleza.
Salena se ruborizó.
—Yo sólo esperaba, papá... que me consideraras... bonita.
—Eres más que bonita —contestó Lord Cardenham—. De hecho, eres hermosa, tanto como lo era tu madre, aunque de una forma diferente.
—Me encantaría parecerme a mamá.
—A mí me gusta pensar que tienes algo de mí —exclamó Lord Cardenham con entusiasmo—. ¿Viene ya el equipaje? —preguntó al lacayo que ahora estaba de pie junto al carruaje.
...