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Fomento Lector - 9 Cuentos JD Salinger


Enviado por   •  19 de Mayo de 2013  •  1.931 Palabras (8 Páginas)  •  472 Visitas

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2. LA NATURALIDAD EN ‘EL TÍO WIGGILY EN CONNECTICUT’

Este relato rezuma naturalidad, en mi opinión. Todo lo que ocurre y cómo está expresado resulta tan natural como la salida del sol, tener sueño por la noche o beberse un vaso de agua. Por tanto, resulta dificilísimo de analizar. Es como tratar de explicar a alguien lo que significa el cielo despejado o la sensación de calor sobre la piel o un intenso dolor en el abdomen. Y por lo mismo, resulta inimitable. Cualquier escritor que tratase de copiar el efecto que produce el fluir de las frases en este texto, fracasaría sin remisión: resultaría por necesidad banal o forzado.

Veamos el principio:

Eran casi las tres cuando Mary Jane encontró por fin la casa de Eloise. Le contó a Eloise, quien había salido a recibirla, que todo había resultado perfecto, que se había acordado exactamente del camino hasta que dejó la autopista de Merrick. Eoise dijo: «Autopista Merritt, nena», y le recordó que en dos ocasiones anteriores ya había encontrado la casa; pero Mary Jane se limitó a gemir algo en forma ambigua, algo referente a su caja de kleenex, y corrió otra vez hacia su descapotable. Eloise levantó el cuello de su abrigo de pelo de camello, se puso de espaldas al viento y esperó. Mary Jane volvió en seguida, usando un kleenex y todavía con aire de estar preocupada, e incluso angustiada. Eloise dijo alegremente que se había quemado toda la comida —las mollejas, todo—, pero Mary Jane dijo que de todas maneras había comido en el camino. Mientras las dos caminaban hacia la casa, Eloise preguntte; a Mary Jane por qué le habían dado el día libre. Mary Jane dijo que no tenía todo el de;a libre, sino que el señor Weyinburg se había herniado y se había quedado en su casa de Larchmont, y todas las tardes ella debía llevarle la correspondencia y traer alguna que otra carta para despachar.

Si un alumno de taller empezase un cuento de una forma similar a esta, lo más probable es que yo le dijese: «Has escrito casi una página y no has contado nada relevante». Y es cierto. Salinger no nos cuenta nada relevante. Ni la autopista ni los kleenex ni el abrigo de pelo de camello ni las mollejas ni el señor Weyinburg ni su casa de Larchmont, ni mucho menos su hernia, van a tener la más mínima importancia a lo largo del relato. No se puede detectar ningún hilo narrativo claro, al margen de unas acciones irrelevantes puestas una detrás de otra.

¿Por qué, entonces, nos quedamos prendados al texto y dejamos que nos introduzca en la casa de Eloise, tras esas dos mujeres que no parecen tener ningún atributo especial que las haga atractivas?

Pues no lo sé con exactitud, la verdad, ya digo que me resulta casi imposible analizar este texto, pero a mí la sensación que me da leerlo es que la vida es así. No que la vida esté representada por medio de palabras y personajes para mostrarme un aspecto concreto de aquella. No. No lo siento en absoluto como una representación de la realidad. La percibo directamente. Con desnudez. Sin juicios. Sin manipulación. No hay síntesis. No hay ninguna tendencia. No hay fórmulas mágicas. No hay nadie que me lleve de la mano. Hay lo que hay, y yo tengo que moverme ahí como pueda. El autor vuelca en mí la responsabilidad no de la interpretación, sino justo de la no interpretación. «Asiste a ello sin más —parece decirme—. No trates de encontrar un hilo, no quieras entender, no pretendas agarrar, disfruta de la vida en estado puro». Es una desnudez que ni Raymond Carver, con sus frases cortas y directas, consigue hasta este punto.

En cierto sentido, y aunque la apariencia del relato sea de lo más realista y figurativa, produce el mismo intenso desconcierto no conceptual al lector que un cuadro abstracto.

Si siguiéramos enunciando el texto, la cosa no variaría. Los dos personajes son extraordinariamente nítidos y a la vez parecen desvanecerse en el espacio a cada frase.

[...] Le preguntó a Eloise:

—¿Qué es una hernia, exactamente?

Eloise dejó caer el cigarrillo sobre la nieve sucia y dijo que en realidad no lo sabía, pero que Mary Jane no tenía que preocuparse por la posibilidad de herniarse, no era contagioso. Mary Jane dijo: «Oh», y las dos chicas entraron en la casa.

«Oh» no parece una expresión muy interesante para atraer la atención del lector. Y es que esta narración no interesará en absoluto al lector que no desista de encontrar una significación, un hilo narrativo o una trama concreta, que no sea capaz de relajarse y asistir al espectáculo sin más. En el caso de que no seamos capaces de renunciar a la intelectualización, nos pondremos tan nerviosos que cerraremos el libro y lo lanzaremos contra la pared más cercana. El naturalismo es tan desmedido que casi duele físicamente.

Y es que la trama está hasta tal punto escondida entre los pliegues de una charla intrascendente entre dos personajes intrascendentes que no nos la encontraremos —de lleno, brutalmente— hasta que no hayamos desistido de buscarla. No nos va la vida precisamente en que «esa como-se-llame» hubiese jurado por todos los santos que otra como-se-llame era rubia o pelirroja. En el fondo, estamos deseando que Mary Jane se marche de una vez (¿acaso no tiene tanta prisa?) para ver si pasa algo en el relato digno de contarse.

De modo que, entre tanta información irrelevante, cuando Eloise se marcha a la cocina a preparar dos copas más, Mary Jane mira por la ventana, luego corre la cortina y regresa al sillón azul, «pasando entre dos bibliotecas repletas de libros sin dignarse mirar ninguno de los títulos» no se nos pasa por la cabeza que acabemos de recibir una porción de información relevante para la trama.

Si a estas alturas nos hemos conseguido relajar, eso sí, asistiremos con un deleite exquisito a la siguiente escena:

Eloise, con un vaso

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