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Gallina De Los Huevos De Luz


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2013  •  1.867 Palabras (8 Páginas)  •  466 Visitas

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LA GALLINA DE

LOS HUEVOS

DE LUZ

Francisco A. Coloane.

“Uso Exclusivo Vitanet,

Biblioteca Virtual 2005”

—¡La gallina no! —gritó el guardián 1ero del Faro, Oyarzo,

interponiéndose entre su compañero y la pequeña gallina de color flor de haba

que saltó cacareando desde un rincón.

Maldonado, el otro guardafaro, miró de reojo al guardián 1ero con una

mirada en la que se mezclaba la desesperación y la cólera.

Hace más de quince días que el mar y la tierra luchan ferozmente en el

punto más tempestuoso del Pacífico Sur: el Faro Evangelistas, elevado y

solitario islote que marca la entrada occidental del Estrecho de Magallanes, y

sobre cuyo pelado lomo se levantan la torre del faro y su fanal como única luz y

esperanza que tienen los marinos para escapar de las tormentas oceánicas.

La lucha de la tierra y el mar es allí casi permanente. La Cordillera de los

Andes trató, al parecer, de oponerle algunos murallones, pero en combate de

siglos todo se ha resquebrajado; el agua se ha adentrado por los canales, ha

llegado hasta las heridas de los fiordos cordilleranos y sólo han permanecido

abofeteando al mar los puños más fieros, cerrados en dura y relumbrante roca

como el Faro Evangelistas.

Es un negro y desafiante islote que se empina a gran altura. Sus

costados son lisos y cortados a pique

La construcción del faro es una página heroica de los bravos marinos de

la Subinspección de Faros del Apostadero Naval de Magallanes, y el primero

que escaló el promontorio fue un héroe anónimo como la mayoría de los

hombres que se enfrentan con esa naturaleza.

Hubo que izar ladrillo tras ladrillo. Hoy mismo, los valientes guardafaros

que custodian el fanal más importante del Pacífico sur, están totalmente

aislados del mundo en medio del océano. Hay un solo y frágil camino para

ascender del mar a la cumbre: es una escala de cuerdas llamada en jerga

marinera "escala de gato”, que permanece colgando al borde del siniestro

acantilado.

Los víveres son izados de las chalupas que se atracan al borde por

medio de un winche instalado en lo alto e impulsado a fuerza de brazos.

Un escampavía de la Armada Nacional sale periódicamente de Punta

Arenas a recorrer los faros del Oeste, proveyéndolos de víveres y de acetileno.

La comisión más temida para, estos pequeños y vigorosos. transportes

de alta mar es Evangelistas pues cuando hay mal tiempo es imposible

acercarse al faro y arriar las chalupas balleneras con que se transporta la

provisión.

Como una advertencia para esos marinos, existe a unas millas al

interior el renombrado puerto de "Cuarenta Días", único refugio en el cual han

estado durante todo este tiempo barcos capeando el temporal. Algunas veces

un escampavía, aprovechando una tregua, ha salido a toda máquina para

cumplir su expedición y ya al avistar el faro se ha desencadenado de nuevo el

temporal, teniendo que regresar otra vez al abrigado refugio de "Cuarenta

Días."

Esta vez la tempestad dura más de quince días tempestad de afuera,

de los elementos en la que el enhiesto peñón se estremece y parece quejarse

cuando las montañas de agua se descargan sobre sus lisos costados porque

adentro, bajo la torre del faro en un corazón humano, en un cerebro acribillado

por las marejadas de goterones de lluvia repiqueteando en el techo de zinc, en

una sensibilidad castigada por el aullido silbante del viento rasgándose en el

torreón, en un hombre débil y hambriento se está desarrollando otra lenta y

terrible tempestad.

Era la segunda vez que Oyarzo salvaba la milagrosa y única gallina de

los ímpetus desesperados de Maldonado. La gallina había empezado a poner

justamente el mismo día en que iba a ser sacrificada.

Los guardafaros habían agotado todos los víveres y reservas. El

escampavía se había atrasado ya en un mes, y el temporal no amainaba,

embotellándolo seguramente en el puerto de Cuarenta Días”.

Como por un milagro de la Providencia la gallina ponía todos los días

un huevo que, batido con un poco de agua con sal y la exigua ración de

cuarenta porotos signada a cada uno, servía de precario alimento a los dos

guardafaros.

—¡Toma tus cuarenta porotos! —dijo Oyarzo alargando la ración a su

compañero.

Maldonado miró el diminuto montón de fréjoles en el hueco de su mano

¡Nunca —pensó— su vida había estado reducida a esto! ¡No —ahora

recuerda— sólo una vez ocurrió lo mismo en el Faro San Fénix, cuando al

póker perdió su soldada de dos años y convertida también en un montón de

porotos pasó de sus manos a la de sus compañeros!

Pero eran sólo dos años de vida y ahora éstos constituían toda su vida,

la salvación de las garras de la sutil pantera del hambre que en su ronda se

acercaba cada día más al faro.

¡ Y este Oyarzo —continuaba en las reflexiones de su cerebro

debilitado— tan duro, tan cruel, pero al mismo tiempo tan fuerte tan leal Se

había ingeniado para racionar la pequeña cantidad de porotos muy

equitativamente, y a veces, le pesaba hasta unos cuantos más, sacrificando su

parte.! Hasta la gallina tenía su ración, se los daba con conchuela molida y un

poco recalentados para que no dejara de poner.

Cada día y cada noche que pasaban bajo el estruendo constante del

mar embravecido, la muerte estaba más cerca y el hambre hincaba un poco

más su lívida garra en esos dos seres.

Oyarzo era un hombre alto, huesudo, de pelo tieso y tez morena.

Maldonado era más bajo delgado y en realidad más débil.

Si no hubiera sido por aquel hombronazo, seguramente el otro ya habría

perecido con gallina y todo.

Oyarzo era el sabio artífice que prolongaba esas tres existencias en un

inteligente y denodado combate contra la muerte, que se colaba por el

resquicio del hambre. ¡La gallina y el hombre! ¡La energía de unos diminutos

fréjoles que pasaba de una a otros! ¡El milagro del huevo que día a día

levantaba las postreras fuerzas de esos hombres para encender el fanal,

seguridad y esperanza de los marinos que surcaban la desdichada ruta!

Maldonado empezó a obsesionarse con una idea fija: la gallina

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