Guía De física
Enviado por psogrado • 19 de Septiembre de 2012 • 533 Palabras (3 Páginas) • 376 Visitas
Cómo sacrificaban los hijos del Sol?
Tlalcaélel, quien consolidó la grandeza mexica, fue el ideólogo de las guerras floridas como recurso para obtener prisioneros que serían sacrificados en el Templo Mayor. He aquí sus palabras: "Sacrifíquense esos hijos del Sol, que no faltarán hombres para estrenar el templo, cuando estuviese del todo acabado. Porque yo he pensado lo que de hoy más se ha de hacer; y lo que se ha de venir a hacer tarde, vale más que se haga desde luego, porque no ha de estar atenido nuestro dios a que se ofrezca ocasión de algún agravio para ir a la guerra. Sino que se busque un cómodo mercado donde acuda nuestro dios con su ejército a comprar víctimas y gente que coma; y que bien, así como a boca de comal de por aquí cerca se halle sus tortillas calientes cuando quisiera y se le antojase comer, y que nuestra gente y ejércitos acudan a estas ferias a comprar con su sangre y con la cabeza y con su corazón y vida las piedras preciosas y esmeraldas y rubíes y las plumas anchas y relumbrantes, largas y bien puestas, para el servicio del admirable Huitzilopochtli."
Los sacrificios gladiatorios
Entre los romanos, en las luchas gladiatorias participaban criminales o prisioneros de guerra que tenían la oportunidad del perdón si salían con vida de los enfrentamientos que sostenían en el Coliseo con los gladiadores entrenados especialmente para este tipo de combates. Aquello era un verdadero espectáculo público y la nobleza tenía en su mano perdonar o no la vida a los gladiadores.
Entre los aztecas había también enfrentamientos gladiatorios, pero con finalidad y características muy diferentes. Más que un combate común, se trataba de un sacrificio que se imponía únicamente a prisioneros notables por su valor. Era éste un verdadero reto entre el prisionero y cuatro guerreros aztecas también notables: dos caballeros águila y dos caballeros tigre.
Era una lucha desigual no sólo por el número de combatientes de cada bando, sino porque el cautivo debía luchar amarrado de un pie. En la parte superior de los templos había un gran terraplén en cuyo centro se colocaba una piedra enorme, como la de un molino, llamada temalácatl. A ella se ataba el pie del prisionero, que para su defensa contaba sólo con una espada de madera (en vez de navajas de obsidiana en los filos, tenía pequeños ovillos de pluma, indicativos de que iba a ser sacrificado).
Al cautivo se le asignaba un padrino que se presentaba vestido de oso y le brindaba a su ahijado cuatro garrotes de pino a manera de lanzas para que las arrojara a sus enemigos. Iniciaba el prisionero la pelea con uno de los caballeros aztecas, y si lo vencía, lo asaltaban los otros. Si a pesar de las desventajas lograba vencer a los cuatro, se presentaba por último un quinto que era zurdo, el cual generalmente acababa con el valiente contrincante. Si el prisionero derribaba al mexicano, lo dejaban en
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