LA ETAPA DE LA IRA

LA ETAPA DE LA IRA

El duelo es un proceso de ajuste emocional después de una pérdida, durante el cual diversas emociones compiten entre sí, algunas emociones prevalecen sobre otras y algunas quedan tapadas por otras: por ejemplo, sentir ira o enojo durante demasiado tiempo puede indicar que se está luchando contra la tristeza y al revés, sentirse encallado en la tristeza y la depresión podría indicar el no haber podido reconocer y superar la ira. La ira reprimida no se evapora, sino que se convierte en una cuestión pendiente. Si no elaboramos esas pequeñas dosis de enojo diario, éste aumenta más y más hasta que estalla y busca una salida, que generalmente no es la adecuada.

En la etapa ira, no hay ninguna posibilidad de quien está de duelo escuche. En la primera etapa porque estaba en shock por la noticia. En la segunda negando, evitando la realidad y confundido. Y en esta porque está desbordado por sus emociones, capturado por sus aspectos más primarios, sin ninguna posibilidad de conectarse, en pleno dolor irracional, llegan los momentos de ira. El enojo no es más que esto, un sentimiento, y debemos experimentarlo, no juzgarlo. Como todos nuestros sentimientos, es una forma de comunicación y nos transmite un mensaje.

La negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento; surgen todos los por qué. Es una fase difícil de afrontar para el que está de duelo y para todos los que los rodean; esto se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, aún injustamente. Suelen quejarse por todo; todo les viene mal y es criticable. Luego pueden responder con dolor y lágrimas, culpa o vergüenza por lo que hicieron. La familia y quienes los rodean no deben tomar esta ira como algo personal para no reaccionar en consecuencia con más ira, lo que fomentará la conducta hostil del doliente.

Hay arranques de ira abierta y directa. No obstante, puede tomar otras formas muy sutiles que nos cuesta trabajo reconocer como manifestaciones del enojo. Por ej., puede manifestarse por medio de la llamada agresión pasiva como: sarcasmo, olvidos, accidentes involuntarios, por eso es importante reconocerla y trabajarla. La ira no es mala en sí misma, es un fuerte motor que se enciende dentro de nosotros y que nos puede servir para salir adelante y dar enormes pasos en nuestro intento de superar un duelo.

En las experiencias de pérdida, la ira puede estar dirigida a los que consideramos responsables de la muerte: A los médicos que no lo salvaron, la persona que manejaba el camión con el que chocó, los amigos que lo invitaron a ese viaje, etcétera. Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien responsabilizar de todo esto. O nos enojamos con Dios y empezamos a cuestionarlo. O quizá nos enojamos con la vida, con las circunstancias, y con el destino que nos arrebata al ser querido.

Además de eso nos enojamos con el que se murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era adecuado, porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos complica, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella. Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado, no importa si es razonable o no. Pero ¿Cómo puede ser que me enoje?

La verdad es que yo sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la ira tiene la función de anclarnos a la realidad, traernos de la negación y prepararnos para lo que sigue, intenta protegernos por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera. Esta errónea creencia de que la ira es mala, hace muy difícil reconocerla, aceptarla como propia, enfrentarla y manejarla; lo más común es negarla o reprimirla; ¡gran error! La ira reprimida tiende a somatizarse muy rápido, causando enfermedades, insomnio, ansiedad, amargura y hasta depresión. El problema está en la forma en que por lo común la manifestamos:

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