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LA LEY DEL MAESTRO


Enviado por   •  28 de Diciembre de 2013  •  2.115 Palabras (9 Páginas)  •  318 Visitas

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LA LEY DEL MAESTRO

La presentación de la obra dramática La comedia no divina de Rolando Ewel por un grupo de estudiantes rebeldes, fue tan inesperado que constituyó un tremendo shock para mí. Jamás me he considerado un profesor tradicional debido a que tuve la oportunidad de asistir a varios cursos y talleres de experiencias educativas innovadoras y estaba consciente de que lo que yo aprendía iba aplicando en el aula. Cuando comencé a trabajar en un colegio particular de elevado prestigio de Cochabamba, siempre tuve la seguridad de que iba por buen camino.

Cuando vi la obra La comedia no divina, sentí que era atacado sin motivos valederos. ¿Yo estaba enfocando mal mi materia? En realidad, ¿yo, en mi condición de maestro innovador, “formaba” solo “satélites” que debían seguirme? ¿Mi decisión de conformar otro elenco teatral sin consenso con los estudiantes era un acto de autoridad? ¿Por qué los estudiantes podían hacer lo que querían? ¿Tenían motivos los estudiantes para presentar una obra dramática con contenidos ya superados?

Lo cierto es que el hecho de haber conformado otro elenco teatral, al margen del equipo ganador del Festival Interno de Teatro, dio lugar a la presentación de La comedia no divina, cuyo contenido es una lapidaria crítica al desarrollo del Proceso Enseñanza Aprendizaje.

UNA CONFRONTACIÓN INESPERADA

El año 1983 fui invitado por un colegio privado de renombre en Cochabamba, para trabajar como profesor de Literatura. Entre otras actividades, el colegio se destacaba por sus festivales internos de teatro. Éramos tres docentes de la materia. A la conclusión del Festival, los profesores de área conformamos otro elenco teatral de estudiantes para participar en el Festival Nacional Intercolegial en Tupiza, en desmedro del curso ganador. Así provocamos la rebeldía de varios estudiantes inconformes, quienes plantearon que el elenco ganador sea el que viaje a Tupiza, petición que fue desestimada.

La protesta de los estudiantes inconformes fue más allá. Comenzaron a reunirse en las noches en el colegio, contrataron un actor – director de teatro. El Director General del Establecimiento nos convocó a los tres profesores y a los estudiantes contestatarios. Entre los propósitos de estos estaba la de “superar el teatro mediocre que presentaban los profesores” (sic), como lo expresaron a la máxima autoridad.

Para mi asombro, El Director General del Establecimiento no les prohibió nada, puesto que la filosofía del colegio permitía la crítica y la autocrítica. El resultado fue la puesta en escena de La comedia no divina de Rolando Ewel (exestudiante egresado del colegio, ya profesional psicoanalista)

La trama presentada era una crítica profunda y exagerada que cuestionaba todo el proceso del sistema educativo al interior del aula. Por ej. se recurrió a los símbolos para representar la labor de los maestros que fueron identificados con la Tierra y los estudiantes, con la Luna (solo satélites de los maestros)

Por otra parte, la materia de Literatura de la que yo era el titular, fue representada por una estrafalaria “mandarina bailarina”: muda, arrítmica, grotesca, una auténtica “bazofia” imposible de tragar y, por supuesto, de digerir. Era una imagen ridícula producto de una intensa pesadilla kafkiana, la misma que daba a entender que mi materia como “expresión de la belleza mediante la palabra” era absurda del modo como la impartía. Así, la literatura se hacía intragable y yo sentía que ingresaba, o estaba ya desde antes, en un proceso involutivo similar al de Gregorio Samsa.

Durante la presentación de la obra, mi bronca se hacía incontenible. El contenido y el mensaje eran sumamente exagerados y lapidarios. Me invadió la ira, me sentí agredido y fui presa de la depresión. Protesté cuanto pude, pretendí rebatir la propuesta. Sin embargo, pude observar que muchos colegas felicitaban a los actores y les decían que estaban de acuerdo con las críticas escenificadas y que las tomarían en cuenta. ¡No lo podía creer! El veredicto de los estudiantes contra mi era… ¡culpable!

A la siguiente clase, mis estudiantes muy satisfechos por su “hazaña”, me hicieron varias preguntas sobre la obra y sobre la actuación; no exentos de ironía me dijeron si la había entendido. Les comenté que la interpretación estuvo muy buena, bien trabajada; aunque la trama atacaba los contenidos y las prácticas didácticas tradicionales, les hice notar que en el colegio los mismos ya habían sido superados.

Pues, el colegio se consideraba innovador y evidentemente lo era, muchas veces piloto experimental; siempre impartía cursos de actualización a sus profesores/as. Sin embargo, me restregaban en mi cara un mensaje rebelde, contestatario, cuestionador, demoledor y anacrónico.

Pasaron algunos días. Ya más calmado, fui reflexionado y, poco a poco, aceptando que evidentemente me faltaba mucho para brindar un mejor trabajo dentro del Proceso Enseñanza Aprendizaje, de acuerdo a las necesidades de mis estudiantes.

Yo, en una introspección reflexiva, me analicé desde mi identidad: ¿Quién soy? Yo soy de raíces quechuas, vengo de una hogar humilde, pero tengo formación elitista; mis estudiantes son hijos(as) de burgueses. He observado diariamente de cerca la opulencia, el complejo de superioridad, la discriminación, y la mentalidad de “hijitos e hijitas de papá”; pero, por otra parte, también jóvenes y señoritas estudiosos, dedicados, con hábitos de estudio, sociables y con sentido de pertenencia institucional. Exigentes y dinámicos, rebeldes y contestatarios.

Durante tres años, he trabajado en un mundo que no es el mío. No solo he sido criticado; también he sido reconocido. Han sido tres años de experiencia “intercultural” entre estudiantes provenientes de familias pudientes y yo, profesor de Estado asalariado; una experiencia intercultural solo por la necesidad humana de sobrevivencia. Pues:

“En un plano amplio, se habla de diálogos interculturales como una necesidad inherente a la condición humana, importante y suficiente para superar las dificultades de las sociedades asimétricas, en las que las relaciones interculturales parecen ser la única vía para la convivencia” (Samanamud, 69)

Sin embargo, trabajar en este colegio se ha constituido en una gran escuela en mi experiencia profesional. Mis raíces son sólidas y nunca me he desclasado. La puesta en escena a cargo de los estudiantes me interpelaba profundamente, por lo que me sirvió como “punto de inflexión” para iniciar un proceso profundo de “exégesis”.

La realidad era nítida: yo era parte del sistema educativo legislado por el Código de la Educación Boliviana: ampuloso, memorístico, desarraigado y colonizante; aunque, en verdad, el

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