LA NACION ARGENTINA Y SU ECONOMÍA DE LA COLONIA A LA ECONOMÍA PRIMARIA EXPORTADORA
Enviado por xjosefinabravox • 23 de Junio de 2016 • Informe • 22.535 Palabras (91 Páginas) • 249 Visitas
UTN 2016
APUNTES DE
INGENIERIA Y SOCIEDAD
UNIDAD 1
LA NACION ARGENTINA Y SU ECONOMÍA
DE LA COLONIA A LA ECONOMÍA PRIMARIA EXPORTADORA
La conquista y la ocupación del territorio que sería el espacio de la futura República Argentina formo parte de la incorporación del Nuevo Mundo al primer sistema global creado por los pueblos cristianos de Europa bajo el liderazgo inicial de España y Portugal. Poco después del descubrimiento, se sumarían Francia, Gran Bretaña y Holanda. En ese Primer Orden Mundial (c. 1500-1800), los objetivos económicos iniciales de los conquistadores fueron explotar las minas de metales y piedras preciosas y las tierras aptas para cultivos tropicales, en primer lugar, el azúcar. Estos eran los productos que, con las especias provenientes de Oriente, constituían la mayor parte del comercio internacional del mundo preindustrial. En pleno auge del mercantilismo, la disputa fue a muerte por el dominio del territorio y el control de las rutas mercantiles, bajo regímenes monopólicos de las potencias coloniales.
En ese orden mundial, el actual territorio argentino fue absolutamente marginal, porque no disponía de ninguno de los recursos buscados por los conquistadores. Los pueblos originarios de este espacio no habían acumulado, como sucedía con las grandes civilizaciones de Mesoamérica y del Imperio incaico, grandes riquezas de metales y piedras preciosas. Eran etnias de un nivel civilizatorio inferior al de las grandes culturas precolombinas. Estas características del actual territorio argentino darían lugar a su marginalidad dentro del Imperio español en América, a tal punto que, recién en 1776 (apenas poco más de tres décadas antes de la Revolución de Mayo), se creó el Virreinato del Rio de la Plata y se desvinculo a estos territorios de la tutela de Lima, cabecera del Virreinato del Perú.
Por las mismas razones no existían producciones aptas para la explotación con mano de obra esclava. De este modo, nunca se instaló en este espacio una economía esclavista. Esto marca una diferencia radical respecto de la experiencia de otras regiones del Nuevo Mundo y, consecuentemente, del poblamiento y las raíces étnicas de sus habitantes. Sin embargo, en la magra demografía colonial los esclavos tuvieron una participación relativamente significativa. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el aluvión inmigratorio europeo redujo radicalmente el componente afro de la población argentina. Por esta suma de factores, durante todo el periodo colonial y aun después de la Independencia hasta la presidencia de Nicolás Avellaneda, dos terceras partes del territorio continuaron despobladas u ocupadas por los pueblos originarios. En los primeros tiempos de la ocupación del actual territorio argentino el sometimiento de los pueblos originarios y la concentración de la propiedad de la tierra configuraron un sistema social basado en la desigualdad de la distribución de la riqueza y la subordinación de las mayorías.
LA FORMA DE ESTADO: UNITARIOS Y FEDERALES
La organización del gobierno territorial fue objeto de ardorosas polémicas y de cruentas luchas que retardaron la organización constitucional por más de cuatro décadas. Las diferencias radicaban en que mientras algunos postulaban la conveniencia de aplicar un régimen centralizado o unitario, con particular hegemonía porteña, otros se inclinaban por la forma federal o descentralizada, aduciendo para ello la peculiar conformación de nuestro territorio y el legítimo derecho de las provincias que lo integraban a ejercer el gobierno local.
Consistía el unitarismo en la existencia de un gobierno único y general que ejercía sus poderes sin restricciones sobre la totalidad del territorio, siendo las provincias simples divisiones administrativas, sometidas directamente a la autoridad general.
El federalismo, en cambio, preveía la existencia armónica de un gobierno central y de los correspondientes gobiernos locales de las provincias o estados. De esta manera, mientras aquél ejercía los poderes que se le hubieran delegado expresamente, las provincias mantenían el ejercicio de un relativo gobierno propio. El asiento de la soberanía en estos casos se encontraba en el gobierno nacional, siendo las provincias autónomas.
Dentro de la organización federativa cabe, además, señalar una nueva forma de vinculación más débil que la anterior, la confederación. Era ésta una simple unión de Estados soberanos, ligados mediante pactos o tratados y donde la autoridad del gobierno central aparecía sumamente restringida por carecer de imperium sobre todo cl territorio confederal. Los Estados miembros tenían, pues, el derecho de aplicar o no las decisiones de aquel gobierno en su propio territorio, y aun tenían, por tratarse de una unión voluntaria, la facultad de secesión, es decir, de separarse de la confederación.
En general, la tendencia unitaria encontró adherentes en los liberales o ilustrados porteños, y también en algunos grupos del interior afincados en Buenos Aires o seguidores de sus ideas.
Para éstos, la aplicación del centralismo debía efectuarse en base al predominio porteño. La tendencia federal, aunque también fue propugnada por grupos intelectuales y por ricos hacendados bonaerenses, tuvo su mayor adhesión en la masa criolla, a cuyo frente estaban los caudillos, por lo que predominó más como una inorgánica bandera de lucha que como doctrina política. Los unitarios, sin el apoyo suficiente en el interior para realizar una inmediata transformación política, estimaban que la única forma de constituir y encauzar a la Nación era el gobierno ejercido por una poderosa élite liberal, concentrada en Buenos Aires, que eliminase al caudillismo. En cambio, los federales, sin las “luces” suficientes para superar en el predominio centralista a los unitarios, los calificaban de europeizantes y enemigos de la tradición, y postulaban que el único gobierno adecuado y efectivo era aquel en que los pueblos tuvieran una activa participación y mantuvieran el ejercicio del gobierno local.
Este antagonismo ideológico estableció dos maneras diferentes para organizar el Estado nacional: los unitarios entendían que debía dictarse súbitamente una Constitución centralista que se impusiera a las provincias, estimando que con ello quedarían solucionados en forma inmediata los problemas políticos. En cambio, los federales se inclinaban por llegar a la Constitución federativa después que las provincias se hubieran organizado territorialmente, bastando, mientras tanto, que la unión quedase sellada mediante el sistema de pactos interprovinciales.
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