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La Quintrala


Enviado por   •  5 de Marzo de 2013  •  1.559 Palabras (7 Páginas)  •  416 Visitas

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La Quintrala

Es la época de los duelos y reyertas callejeras y de tremendas venganzas. La historia de la familia Lisperguer, una de las más prestigiosas y poderosas de la época, cuyos desafueros culminaron con los criminales y sádicos amores de doña Catalina. Algunos asesinos nacen… otros se hacen”

Catalina de los Ríos y Lisperguer.

Catalina de los Ríos y Lisperguer, era muy hermosa, alta de ojos verdes y pelo rojo, como el Quitral, de ahí su apodo Quintrala inventado, según párese, en los primeros años del siglo XVII, en el seno de una de las más ricas de chile y emparentada con la alta aristocracia limeña y santiaguina. Era hija de don Gonzalo de los Ríos y Encio y doña Catalina Lisperguer y Flores.

En la historia de su vida se mezclan los hechos de la leyenda de modo que hay en ella muchos aspectos dudosos o fantásticos.

Poco se sabe de su educación, pero consta por su testamento que no sabia leer.

Creció en compañía de su hermana, doña Agueda de los Ríos, quien se caso tempranamente con un oidor de la audiencia de lima, don Blas de Altamirano. Su nombre figura en los anales de la criminología colonial.

Al parecer la abuela y después la madre, homicidas ambas le enseñaron su oficio. Su abuela, María de Encio, había asesinado a su esposo y era experta en sortilegios y pactos diabólicos; su madre había sido acusada de haber intentado envenenar al Gobernador Ribera y de haber muerto con azotes a una hijastra.

Los casos de impudicia y feroz liviandad de que la tradición la inculpa son varios y más o menos espectaculares. Su lascivia y ferocidad no tenia frenos, por lo que su abuela doña Agueda Flores, que era su tutora, resolvió casarla a todo trance para ponerla a raya. Don Alonso Campo Frío Carbajal fue el elegido por doña Agueda para “esposo y domador" de su pupila; y a fin de hacerle aceptable el terrible don, puso una dote monumental; que ascendió a 45.349 pesos. Don Alonso no poseía bienes ni fortuna y doña Catalina no había encontrado un marido sino un cómplice.

El matrimonio que vivía en la hacienda de doña Catalina en La Ligua, tuvo un hijo al que pusieron el nombre de su abuelo, Gonzalo. Pero murió en la infancia antes de cumplir diez años pese a todos los esfuerzos científicos, religiosos, mágicos y el conocido pacto diabólico de doña Catalina.

En la hacienda de La Ligua, según se cuenta, ocurrían los hechos más horribles. Durante la vida de su marido, como luego de su muerte, acaecida hacia 1650.

A pesar de continuas denuncias, no recibió castigo alguno porque tenia mucho dinero, siendo pródiga entre jueces y letrados, además de contar con numerosa parentela en cargos importantes.

Su crueldad llegó a tal extremo que se produjo una dispersión general entre los indios de la hacienda de La Ligua, quienes se fugaron en su mayoría hacia los montes y comarcas vecinas. Aun entonces doña Catalina consiguió de la Real Audiencia una provisión para recogerlos. A cargo de esta labor puso a un mayordomo llamado Ascencio Erazo. Este los prendía y los llevaba a la hacienda. Doña Catalina presidía el castigo acompañada de su sobrino, don Jerónimo de Altamirano.

En 1660, la Real Audiencia, ante la magnitud de los hechos, comisionó a su receptor de cámara Francisco Millán para que hiciese una investigación. Esta alejo de su hacienda a doña Catalina, a su mayordomo y a su sobrino, a fin de que sus víctimas pudieran desahogarse de los crímenes cometidos por su patrona.

El comisionado de la Audiencia encontró plenamente comprobados los delitos cometidos por la encomendadera de La Ligua, por lo que se la apreso y condujo a Santiago.

Se inicio así proceso a la que ya había sido una vez acusada de parricidio, otra de asesinato y ahora por la matanza lenta y cruel de su servidumbre. El juicio se llevo adelante con mucha lentitud, pues las relaciones de doña Catalina seguían contando, al igual que su dinero.

En los últimos años de su existencia encontró un auxiliar poderoso a su impunidad en el Gobernador de Meneses, quien era ávido del dinero de la Quintrala.

Doña Catalina estaba enamorada del padre Pedro Figueroa, que la casó con su difunto esposo, y este aprovechando la situación conseguía aplacar de gran forma su instinto asesino y mantenerla por el camino de la fe, pero no todo fue tranquilo pues ella intentó matarlo en venganza por su matrimonio no deseado. Doña Catalina llego a hacer un segundo pacto diabólico para conseguir

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