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La Silva Criolla


Enviado por   •  20 de Abril de 2015  •  1.912 Palabras (8 Páginas)  •  461 Visitas

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LA SILVA CRIOLLA Invitación a un bardo amigo

Es tiempo de que vuelvas; es tiempo de que tornes… No más de insano amor en los festines con mirto y rosas y pálidos jazmines tu pecho varonil, tu pecho exornes. Es tiempo de que vuelvas… Tu alma –pobre alondra—se desvive por el beso de amor de aquella lumbre deleite de sus alas. Desde lejos la nostalgia te acecha. Tu camino se borrará de súbito en su sombra… Y voz doliente de las horas tristes, y del mal de vivir oculto dardo, el recuerdo que arraiga y nunca muere, el recuerdo que hiere, hará sangrar tu corazón, ¡oh Bardo! (…)

Ven de nuevo a tus pampas. Abandonada el brumoso horizonte que de apiñadas cumbres se corona. Lejos del ígneo monte ven a colgar tu tienda. Ven feliz, ven a dormir en calma tus quebrantos, y como el sol de la desierta zona en viva inspiración ardan tus cantos. Guárdate de las cumbres… Colosales, enhiestas y sombrías las montañas serán eternamente la hermosa pantalla de tus días. Deja para otra gente el gozo de mirar picos abruptos, y queden para ti las alegrías de ver, al despertar, alba naciente, y de abrazar con sólo una mirada, de Sur al Septentrión. Y del Ocaso hasta el fúlgido Oriente la línea, el ancho lote, siempre al raso de la tierra natal.

(…) ¡Libra tu juventud! El rumbo tuerce de la fastuosa vía en la que el vicio su atracción ejerce y se tiñe de rosa la falsía

donde el amor procaz vive a su antojo y cubierta de pámpanos la frente celebra en la locura del despojo parda penumbra y carnación turgente. Si es oro la lisonja al bravo y fiero Señor –de cuantos míseros se humillan— desprecia el arte vil, por lisonjero, en que nombres y almas se mancillan; y si quieres al fin que no te alcance de la vergüenza el dardo, de igual manera que al hirviente cardo, a la pasión venal esquiva el lance. Es tiempo de que vuelvas, es tiempo de que tornes. No más de insano amor en los festines con mirto y rosa y pálidos jazmines tu pecho varonil, tu pecho exornes. I

Torna a soplar del Este el viento alegre y zumbador. Ondea cual agitada veste el sedoso follaje. El sol orea la charca pantanosa, y por el reino de la luz pasea legión de garzas de plumaje rosa. Florecer es amar… Sobre la falda de las toscas malezas entreteje la parásita en flor, áurea guirnalda; cuelga blanco vellón, de su costado el nido comenzado; regio collar de abiertas campanillas la trepadora mazadaza enreda, y en dos porciones de oraza rota, despide al aura leda, del nevado cairel de su bellota trenza brillante el orozul de seda. Tras la menuda flor cuaja el uvero su gajo tempranero; sus nacarados frutos en el limo el punzador curujujul engendra; la maya erige colosal racimo y desprende el merey sabrosa almendra; señuelo de su copa en lozanía, escondidos granates el orore en mil estuches cría; emulando la escarcha el espinito su jazmín estera, y del verde mogote en la cimera abre su flor simbólica la parcha. En el aire, en la luz, en cuanto vive, amor su aliento exhala; y su aliento febril –tras el espeso ramaje que es baluarte y es escala— estremece del pájaro travieso el mullido pulmón bajo del ala. Torrente luminoso de cumbre cenital se precipita; del árbol generoso la regalada sombra al sueño invita; por el margen del caño espárcese el rebaño; tiemblan reverberando los confines, y borracha de sol y miel llanera, celeste mariposa mensajera batiendo va sus cuatro banderines.

II Ya no viene bramando cual solía al declinar el día, por uno y otro rumbo la vacada; ni plantado en mitad del paradero escarba y muge fiero el toro padre de cerviz cuajada. Ya no turba el reposo de los hatos madrugador lucero; ni despiertan el eco adormecido el amante reclamo del bramido a la par de la copla del vaquero. A más benigno suelo, a más fértil región de aguas profundas y de lucientes pastos regalados, a las islas distantes y fecundas, fuéronse al fin pastores y ganados. ¡Cantando una tonada clamorosa y bajo el fiero sol de la sabana, al paso lento de la res morosa con rumbo al Sur cruzó la caravana!

III Ya dos veces, monstruoso y despiadado sobre la tierra pródiga, el incendio su abanico flamante ha desplegado; ya dos veces, por furias impelido, las yerbas infecundas su aliento abrasador ha consumido; y de pie sin cejar, y frente a frente con el río que impasible está delante, humo y llamas lanzando su turbante ha brillado en las noches del desierto como si fuera un faro ignipotente clavado en la ribera de un mar muerto. En línea de combate, a campo raso, pronta la garra, la mirada alerta, hambrientos gavilanes, paso a paso, asediaron del fuego la reyerta. Consume aún su aliento las entrañas de los troncos vetustos; fluye sutil fermento de las cañas y blanda mirra lloran los arbustos. Coronando el pavés de la macolla sangriento cardenal bate sus alas; las consumidas galas vertiginoso remolino arrolla; y sobre el lienzo oscuro del quemado, de perfiles grotescos, la ceniza y el aura han dibujado flores grises y rotos arabescos. Cuando mengüe la Luna habrá verdores en el fresco bajío; y cerriles hatajos corredores y venado bisoño, en las tempranas horas del rocío alegres pacerán tiernos retoños.

IV La riente primavera, Primavera fugaz, del sol amiga; La que lluvia de flores le prodiga Al monte y la pradera, También como la hierba al pobre arbusto la primorosa dádiva recibe, y de su escasa floración primera el botón más hermoso prende sobre el cabello revoltoso la inocente muchacha sabanera. (…) ¡Oh

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