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Enviado por   •  27 de Febrero de 2013  •  2.409 Palabras (10 Páginas)  •  293 Visitas

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FIESTAS JUDIAS DE PENDESCOSTES

Seguramente en el 99% de los casos cuando se le pregunta a un católico o a un cristiano qué se celebra en Pentecostés, responderá que la venida o efusión del Espíritu Santo. El mismo porcentaje reaccionará con sorpresa y desconcierto cuando se le confronte con el texto de Hechos de los Apóstoles que dice: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar” (v. 1). Todavía no aparece mencionado el Espíritu y ya se habla del día de Pentecostés de lo que se desprende que Pentecostés antes de ser una fiesta cristiana era (y es hasta el día de hoy) una fiesta judía. Y era una inmensa fiesta: una de las tres fiestas anuales de peregrinación a Jerusalén que se celebraban en Israel (ver Ex 23,16). Es decir, el Espíritu Santo, para decirlo de una forma gráfica, se aprovechó de la fiesta de Pentecostés, que estaban celebrando los judíos en Jerusalén, para manifestarse.

Originalmente, se trataba de una fiesta agrícola de ofrenda de las primicias de las cosechas a Yahvéh. Levítico 23,15-16 dice: “A partir del día siguiente al sábado, esto es, del día en que hayan ofrecido las espigas con el rito del balanceo, contarán siete semanas completas. Contarán cincuenta días hasta el día siguiente al séptimo sábado, y entonces ofrecerán a Yahvéh una ofrenda de granos nuevos”. De ahí el nombre hebreo de fiesta de las “semanas” (shabuot) y el nombre griego de “Pentecostés” que significa “cincuenta”.

Posteriormente, Pentecostés pasó a conmemorar la alianza de Dios con el pueblo en el Sinaí y, específicamente, la entrega por parte de Dios de la Toráh o Ley al pueblo de Israel a través de Moisés.

Shabuot se celebra 50 días después de Pésaj (= Pascua) y constituye la culminación del proceso de salvación: en la Pascua el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto y en Shabuottoma conciencia del “para qué” fue liberado: para hacer la voluntad de Dios expresada en su Ley. La Toráh se convierte así en el gran regalo, la gran primicia de Dios para la vida humana porque en el cumplimiento de esa Ley el ser humano encontrará la felicidad. Se trata, entonces, no sólo de una “libertad de” sino de una “libertad para”.

Es cierto que el cristianismo no es judaísmo y que no es necesario ser judío para ser cristiano; sin embargo, el cristianismo surgió históricamente del judaísmo y por eso conocer nuestras raíces nos permite una mejor comprensión de nuestra comunidad de fe.

Nosotros celebramos “nuestro Pentecostés” también 50 días después de la Pascua de Jesús. Que el Espíritu Santo descienda sobre los apóstoles durante la fiesta judía de Pentecostés significa que los cristianos tenemos otra ley: la ley del Espíritu, ley que supera a la Toráh en cuanto que no está escrita en uno o muchos códigos, pues de lo que se trata es de vivir permanentemente en sintonía con el Espíritu de Dios.

En el Nuevo Testamento, el Espíritu se manifiesta como el que produce la unidad en el amor, según el antiguo saludo litúrgico de la Iglesia que se conserva en 2Co 13,13 y que se repite al inicio de cada misa: “¡La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes!” El Espíritu Santo es en primer lugar elnosotros del Padre y del Hijo en persona, la comunión del uno y del otro. Y así como es el vínculo de unidad en la Trinidad, lo es también en la historia de la salvación realizando la unidad de los creyentes y, en última instancia, de todo el género humano.

Este Espíritu es el que conduce la Iglesia y que produce su unidad. Hay que recordar que unidad no es sinónimo de uniformidad, le pese a quien le pese. Los creyentes no somos ni debemos ser producidos en serie. La unidad es la armonía en la diversidad legítima, tal como las cuerdas de un arpa o de una guitarra que, siendo distintas, pueden producir hermosas melodías.

También hay que recordar que la Iglesia (todos nosotros) debe abrirse constantemente a la acción del Espíritu tanto dentro como fuera de ella, pues la Iglesia no es la administradora del Espíritu (como una administradora de fondos de pensiones), sino la servidora del Espíritu; y como el Espíritu sopla donde quiere (ver Juan 3,8), la Iglesia debe esforzarse entonces por discernir dónde está actuando para ir allí y servirlo.

El Espíritu por su mismo nombre –que significa también viento, soplo- nos saca de nuestras patrias imaginarias para lanzarnos a un porvenir insospechado; desestructura nuestras pseudoseguridades, indica la revolución de la historia y nos trae el futuro de Dios. En última instancia, nos muestra la insuficiencia del ahora y a Dios como futuro y plenitud del mundo.

La fiesta de pentecostés originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv. 23: 15-21; Dt. 1: 69). Las siete semanas representaban cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex. 34: 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.

Es en este marco de esta fiesta judía, que el autor del libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch. 2: 1.4). Es a partir de este gran acontecimiento, Pentecostés se convertiría también en la fiesta cristiana de gran trascendencia (Hch. 20: 16; 1 Cor. 1: 68).

Sin embargo, PENTECOSTÉS, es algo más que la venida del espíritu. La fiesta de Pentecostés es una de las celebraciones más importantes del calendario litúrgico, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio.

En este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor

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