Modelo Ecológico Para Una Vida Sin Violencia De género
69090216 de Mayo de 2014
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ENSAYO
MODELO ECOLÓGICO PARA UNA VIDA LIBRE DE VIOLENCIA DE GÉNERO
La Ley general de Acceso de las mujeres a una vida libre de violencia; obliga al
Estado Mexicano a garantizar a las mujeres su seguridad y el ejercicio pleno de sus
derechos y plantea principios y criterios que delinean con claridad los valores, enfoques
de política. servicios y procedimientos para orientar las acciones y aplicar los mecanismos
que se destinen a la atención de las victimas. Los principios son: Apego y respeto a los
derechos humanos de las victimas; promoción de la igualdad jurídica de las mujeres y los
grupos vulnerabilizados; respeto a la dignidad humana; gratuidad de los servicios , y
respeto a la privacidad.
La categoría género devela cómo las relaciones humanas están atravesadas por la
construcción simbólica de la diferencia sexual, expresada en unarelación jerárquica que
coloca a los hombres en posiciones de dominio y a las mujeres en estados de dominación.
Pero las relaciones de género se producen tanto entre hombres y mujeres como entre los
propios grupos de mujeres y de hombres, y se expresan en normas y roles que deben ser
cumplidos por ambos grupos. En consecuencia, los hombres se relacionan entre sí a partir
de la observancia de códigos, prácticas, gestos y valores de la masculinidad; y las mujeres
hacen lo propio, respondiendo a los códigos de las normas de género femeninas.
No obstante, mientras las personas de sexo masculino se relacionan como iguales entre sí,
a partir de un eje horizontal basado en el contrato social –ciudadanía, derechos,
privilegios, competencia de mercado, alianza o complicidad basadas en códigos comunes,
las mujeres son inscritas en un estatus y una jerarquía precontractual como iguales e
intercambiables entre sí, pero subordinadas por el eje vertical frente a los hombres –no
ciudadanas–, bajo un estándar de obligaciones morales ubicadas en el mundo doméstico y
no competitivo. Esta jerarquía de género en el eje vertical de subordinación o dominio se
emula o replica, también, en las relaciones entre hombres, con diversas variantes y
gradaciones, cuando están presentes marcas de estatus, clase, rango, raza, edad,
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capacidad física u orientaciones sexuales diferentes. Así como el sistema de las jerarquías
de género infantiliza o minusvalora a las mujeres para hacer dominante o directiva la
agencia masculina sobre ellas, el sistema de jerarquías entre los hombres desvaloriza a
aquellos congéneres que contravienen los estereotipos de la masculinidad hegemónica –
ser macho, fuerte, potente, activo sexualmente y no dejarse someter, entre otros–, con lo
que se les estigmatiza, humilla, veja e incluso violenta hasta la muerte, por ser afeminados
o asumir papeles cercanos a lo femenino.
La introducción de esta categoría complejiza la definición del problema de la violencia y
diversifica los factores que la explican y las vías para intervenir en ella. La violencia basada
en género ( vbg ) no sólo da cuenta de la violencia que se ejerce contra las mujeres
derivada de la estructura de discriminación y la cultura de subordinación y dominio
patriarcal que pesa sobre ellas, sino también de aquellas formas de violencia que, basadas
en el predominio de la heterosexualidad y en los estereotipos de género, se ejercen hacia
lesbianas, gays, travestis y transgéneros.
De esta forma lo reconoce una más reciente definición de la Organización de las Naciones
Unidas (onu), en la que se subraya que la vbg está asociada con [...] la concepción social
de lo que significa ser hombre o ser mujer [...] [de modo que] cuando una persona se
desvía de lo que se considera un comportamiento “normal” [fuera de las concepciones
tradicionales de lo femenino y lo masculino], se convierte en objetivo de la violencia. Esta
realidad se agudiza especialmente si se combina con actitudes discriminatorias por razón
de la orientación sexual o cambios en la identidad de género (onu, 2006).
Reconocer la complejidad y la diversidad de factores y situaciones que acompañan el
fenómeno de la vbg permite –y de hecho exige– el conocimiento más preciso posible de
las condiciones que subyacen en las prácticas violentas que se presentan en los distintos
niveles del territorio social. A partir de este conocimiento es posible el despliegue de
intervenciones dirigidas a prevenir, atender y sancionar las diferentes formas de violencia.
El desafío consiste, justamente, en transformar estas situaciones para construir
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condiciones de seguridad para todas las personas, al desactivar y erradicar las conductas
violentas.
Uno de los enfoques que proporciona esta visión holística es el Enfoque ecológico para la
atención de la violencia, instituido por Heise (1994) a partir de la propuesta de
Bronfenbrenner (1979). Este enfoque parte del supuesto de que, cotidianamente, cada
persona está inmersa en una multiplicidad de niveles relacionales –individual, familiar,
comunitario y social–, donde pueden producirse distintas expresiones y dinámicas de
violencia. El planteamiento de Heise fue asumido desde 2003 por la Organización
Mundial de la Salud (oms) y en él se proponen cinco niveles/planos con los que se
abordan las relaciones, condiciones y actores que influyen en el comportamiento violento
de las personas y en los riesgos que los incrementan:
• En el primer nivel –microsocial– de las relaciones cara a cara se identifican dos planos: - El primer plano es el individual, donde cuentan los factores biosociales que
subyacen en la historia personal. En éste pueden considerarse características como
la edad, el sexo, el nivel educativo, el empleo o los ingresos. Los factores de riesgo
que se deben observar son la presencia de antecedentes de conductas agresivas o
de autodesvalorización; trastornos psíquicos de la personalidad; adicciones o
situaciones de crisis individual debido a la pérdida de empleo, las frustraciones
profesionales o el fracaso escolar. - En el segundo plano cuenta la relación de las personas con su medio ambiente
inmediato, es decir, las relaciones más próximas en la familia de pertenencia, entre
cónyuges o parejas, y entre quienes forman el grupo familiar y más cercano de
amistades. Vivir en ambientes familiares violentos, sufrir agresiones de cualquier
tipo o gravedad en la familia, o atestiguar la comisión de actos de violencia,
pueden predisponer a las personas a sufrir o a perpetrar este tipo de actos en la
adolescencia, la juventud y la vida adulta. Tener amistades que cometan o inciten
actos violentos, también eleva el riesgo de que una persona joven sufra o realice
actos de violencia. Desde la perspectiva de género, son relevantes las formas en
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que se conciben y practican las relaciones y jerarquías de género entre mujeres y
hombres, tanto en las familias como en el círculo de amistades. Como modelos de
identidad, el patriarcado, el machismo y el marianismo pautan comportamientos,
expectativas y códigos altamente sexistas y discriminatorios para las mujeres que
incorporan o legitiman el uso de diversas modalidades de violencia, tanto entre
mujeres y hombres como entre varones. La reducción de riesgos en este plano
llevaría a incentivar cambios hacia formas pacíficas y respetuosas de convivencia
familiar y hacia una mayor equidad de género.
• En el segundo nivel –el mesosocial– se exploran los contextos comunitarios en donde se
desarrollan los individuos y las familias, así como las relaciones sociales que se establecen
en los vecindarios, el barrio, los ambientes escolares y laborales más próximos. Se trata de
identificar las características de estos ambientes y determinar en qué medida éstas
pueden aumentar el riesgo de ocurrencia de actos violentos o fomentar la cultura de la
violencia. Los riesgos pueden estar potenciados por conflictos comunitarios derivados
del deterioro urbano, el hacinamiento, la penuria económica, el desempleo o la falta de
oportunidades de desarrollo educativo y deportivo, así como por la carencia de espacios
lúdicos. La presencia de comportamientos delictivos, robos, vandalismo, homicidios y
tráfico de drogas, entre otros, hacen cotidiana y tolerable la convivencia violenta e,
incluso, banalizan el sentido de vivir en peligro de padecerla o infligirla.
Los defensores del origen sociocultural de la violencia afirman que los comportamientos
agresivos se encuentran institucionalizados, es decir, asentados en valores y prácticas que
los dotan de justificación y aceptación; y normalizados de tal forma que se sabe quién,
cómo y cuándo pueden o deben poner en acto formas de violencia, de suerte que se
concretan en actuaciones o comportamientos que se imponen a los individuos –
dependiendo del rol y del lugar que asuman u ocupen–,
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