Ni Derechos Ni Humanos
Enviado por homeboyhhf • 3 de Septiembre de 2011 • 1.240 Palabras (5 Páginas) • 950 Visitas
Ni derechos, ni humanos
Eduardo Galeano1
Abstract
El presente artículo fue leído en Neuquén, Argentina, cuando Eduardo Galeano recibió el doctorado honoris
causa de la Universidad del Comahue por su contribución a los derechos humanos y a la identidad cultural.
Constituye una crítica a la supuesta solidez de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las pocas
garantías que los países ofrecen a sus ciudadanos, a razón de los acuerdos realizados entre grandes empresas
multinacionales que advierten como prioridad no el respeto a la libertad y bienestar del individuo, sino la ganancia
económica.
Si la maquinaria militar no mata, se oxida. El presidente del planeta anda paseando el dedo por los mapas, a
ver sobre qué país caerán las próximas bombas. Ha sido un éxito la guerra de Afganistán, que castigó a los
castigados y mató a los muertos; y ya se necesitan enemigos nuevos.
Pero nada tienen de nuevo las banderas: la voluntad de Dios, la amenaza terrorista y los derechos humanos.
Tengo la impresión de que George W. Bush no es exactamente el tipo de traductor que Dios elegiría, si tuviera
algo que decirnos; y el peligro terrorista resulta cada vez menos convincente como coartada del terrorismo
militar. ¿Y los derechos humanos? ¿Seguirán siendo pretextos útiles para quienes los hacen puré?
1 GALEANO, Eduardo (2002). Ni derechos, ni humanos. Revista Mensual de Economía, Sociedad y Cultura - ISSN 1605-5519 -. En: http://www.rcci.
net/globalizacion/2002/fg253.htm
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Desarrollo humano
Unidad 3. Valores y proyecto de vida
3.1. ¿Qué son los valores?
3.1.2. Valores universales
Educación Superior Abierta y a Distancia • Primer Cuatrimestre
Hace más de medio siglo que las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, y no hay documento internacional más citado y elogiado.
No es por criticar, pero a esta altura me parece evidente que a la Declaración le falta mucho más que lo que
tiene. Por ejemplo, allí no figura el más elemental de los derechos, el derecho a respirar, que se ha hecho
impracticable en este mundo donde los pájaros tosen. Ni figura el derecho a caminar, que ya ha pasado a la
categoría de hazaña ahora que sólo quedan dos clases de peatones, los rápidos y los muertos. Y tampoco
figura el derecho a la indignación, que es lo menos que la dignidad humana puede exigir cuando se la condena
a ser indigna, ni el derecho a luchar por otro mundo posible cuando se ha hecho imposible el mundo tal cual es.
En los treinta artículos de la Declaración, la palabra libertad es la que más se repite. La libertad de trabajar,
ganar un salario justo y fundar sindicatos, pongamos por caso, está garantizada en el artículo 23. Pero son cada
vez más los trabajadores que no tienen, hoy por hoy, ni siquiera la libertad de elegir la salsa con la que serán
comidos. Los empleos duran menos que un suspiro, y el miedo obliga a callar y obedecer: salarios más bajos,
horarios más largos, y a olvidarse de las vacaciones pagas, la jubilación y la asistencia social y demás derechos
que todos tenemos, según aseguran los artículos 22, 24 y 25. Las instituciones financieras internacionales, las
Chicas Superpoderosas del mundo contemporáneo, imponen la “flexibilidad laboral”, eufemismo que designa el
entierro de dos siglos de conquistas obreras. Y las grandes empresas multinacionales exigen acuerdos “union
free”, libres de sindicatos, en los países que entre sí compiten ofreciendo mano de obra más sumisa y barata.
“Nadie será sometido a esclavitud ni a servidumbre en cualquier forma”, advierte el artículo 4. Menos mal.
No figura en la lista el derecho humano a disfrutar de los bienes naturales, tierra, agua, aire, y a defenderlos
ante cualquier amenaza. Tampoco figura el suicida derecho al exterminio de la naturaleza, que por cierto
ejercitan, y con entusiasmo, los países que se han comprado el planeta y lo están devorando. Los demás países
pagan la cuenta. Los años noventa fueron bautizados por las Naciones Unidas con un nombre dictado por el
humor negro: Década
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