Ola A Todos
Enviado por makebueno • 2 de Febrero de 2014 • 732 Palabras (3 Páginas) • 246 Visitas
Cuánto nos alegramos de aquel encuentro, no hay para qué decirlo. Ella, por el contrario, pareciome
sorprendida desagradablemente, coma persona que no quiere ser vista en lugares impropios de su jerarquía.
Sus primeras palabras, dichas a tropezones y entremezcladas con las fórmulas del saludo, confirmaron aquel
mi modo de pensar.
«No les ruego que pasen, porque esta no es mi casa... Me he instalado aquí provisionalmente, mientras se
arregla la habitación de abajo donde estaba la generala. Es esto un horror, una cosa atroz... Su Majestad se
empeñó en que había de aposentarme en Palacio y no he podido negarme a ello... «Candidita, no puedo vivir
lejos de ti... Candidita, vente conmigo... Candidita, dispón de todo lo que esté desocupado arriba...» Nada,
nada, pues a Palacio. Meto mis muebles en siete carros de mudanza, y me encuentro con que el cuarto de la
generala está lleno de albañiles... ¡Es un horror!... se cae un tabique... el estuco perdido... los baldosines
teclean bajo los pies... En fin, que tengo que meter mis queridos trastos en este aposento, bastante grande, sí,
pero incapaz para mí... Verían ustedes las dos tablas de Rafael tiradas por el suelo, revueltas con la vajilla; el
gran lienzo de Tristán contra la pared; las porcelanas metidas en paja todavía; las mesas patas arriba; las
lámparas y los biombos y otras muchas cosas en desorden, esperando sitio, todo hecho una atrocidad, un
horror... Créanlo, estoy nerviosa. Acostumbrada a ver mis cosas arregladas me abruma la estrechez, la falta de
espacio... Y esta vecindad de mozas de retrete, de porteros de banda, pinches y casilleres me enfada lo que
ustedes no pueden figurarse. Su Majestad me perdone; pero bien me podía haber dejado en mi casa de la calle
de la Cruzada, grandona, friota, eso sí; pero de una comodidad... No me faltaba sitio para nada y todos los
tapices estaban colgados. Aquí no sé, no sé... Creo que en la habitación que voy a ocupar ha de faltarme
también sitio para todo... ¡Qué hemos de hacer!... allá van leyes do quieren reyes».
Dijo esto en tono de jovial conformidad, cual persona que sacrificaba sus gustos y su bienestar al amistoso
capricho de una Reina. Guiábanos por el corredor, y cuando salimos a la terraza para acortar camino, señaló
con aire imponente a una fila de puertas diciendo:
«Esta parte es la que voy a ocupar. La de Porta se mudó al lado de allá para dejarme sitio... Derribo
tabiques para unir dos habitaciones y ponerme en comunicación con la escalera de Cáceres, por la cual puedo
bajar fácilmente a la galería principal y entrar en la Cámara... Mando poner tres chimeneas más y una serie de
mamparas...».
D. Manuel, como hombre muy político, apoyaba estas razones;
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