POEMAS DOÑA QUETA
Enviado por Jesús Francisco Rodríguez Hernández • 17 de Febrero de 2018 • Apuntes • 542 Palabras (3 Páginas) • 110 Visitas
DOÑA QUETA:
Muchos recuerdos de ella pero solo una frase explota en mi mente: “esos vasos están llorando”, en alusión a que el aseo de “la loza” había sido poco efectivo y, si un vaso de cristal recién lavado lagrimea, es porque está sucio.
En el silencio de mi ir y venir de mis pasos, imagino que la vida es una película, que los personajes es la gente que vive en mi rededor y que soy el protagonista principal, será por eso mi ímpetu de siempre estar hablando, de casi gritar al hablar y la verdad, pocos, muy pocos me han escuchado gritar; a veces pienso qué sería del silbante aquél que me expulsó por que mis gritos lo ponían nervioso, si verdaderamente me escuchara gritar enfermara; en ese trajinar de mis pensamientos, hoy es viernes y amanecí muy activo, a pesar de mi descuido físico me siento ligero, con ganas de hacer algo diferente, por lo pronto ya me están ganando las ansias de escribir, pero no quiero hacerlo en vano; como casi todos los días, hoy llegué a mi trabajo y me puse a lavar la cafetera para hacer un café aromático, fuerte, de buen sabor, combinado entre colombiano y veracruzano, pero sin azúcar para paladear el café; y de golpe me llega el recuerdo, Doña Queta, de gesto adusto, de caminar enjuto, arqueadas sus piernas, pero altiva, con la barbilla alzada mirando de frente pero nunca hacia arriba, de buen aroma, de piel arrugada pero con el maquillaje justo para ver que era una dama, una Señora, recuerdo sus manos de viejecita, arrugaditas, pero siempre adornadas de sus recuerdos, argollas de matrimonio que denotaban el desgaste de una viudez de años y pulseras de oro que acompañaban su garbo al caminar, ella me enseñó el orgullo guadalupano, el amor a la iglesia y el fervor al Sagrado Corazón; esos viajes a su lado a escuchar las letanías obscuras y renacentistas del Padre Nacho, “en misa de niños” decía ella, eran más sufrimiento que enseñanza, el amor a Dios lo aprendí de ella y de mi madre, no del latín del sacerdote; tan sólo cinco o seis años y la acompañaba al panteón al reencuentro con su pasado, un pasado de “soldadera”, de guerra de cristeros, de una vida iniciada en 1905; ahora, en este momento, encuentro su mirada, miro la nada y encuentro sus ojos, era una mirada de nostalgia y señorío; mujer de “pocas pulgas”, líder en su terreno, tengo la sensación de que hasta 1978, año de su muerte, viví en un clan familiar, donde ella era la matriarca; mis días de escuela no serían igual sin el café de todas las mañana en casa con Doña Ramona, la Meche y la Tito, en esas charlas matutinas y escuchando a través de las paredes de cartón refunfuñar el desayuno a Don Manuel “Carrizo”, vecino marido de Doña Ramona, qué tiempos Queta de tus dichos… de pronto, paro mi caminar, veo el vaso de la cafetera en mis manos cual si fuera funeral, lágrimas por todos lados, vuelvo en mis pasos y me esfuerzo por dejar lo más limpio posible el cristal, no quiero escuchar la voz de mi abuela gritando: “esos vasos están llorando”…!
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