Responsabilidad
judithgl11 de Octubre de 2013
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Consumo responsable, participación responsable, ciudadanía responsable, responsabilidad
social. Estas expresiones reflejan el lugar destacado que la responsabilidad ha adquirido en los
últimos años en nuestra sociedad democrática. También en el ámbito educativo, un indicador de lo
cual encontramos en la ley educativa vigente1. Todo ello hace que los modos de transmisión de la
responsabilidad sean asunto de la reflexión e investigación actuales en torno a la educación éticocívica.
Estos modos no pueden considerarse desvinculados de los mecanismos por los que actúa la
responsabilidad, esto es, por los que nos erigimos en sujetos responsables. ¿Responsables de qué?
¿De quién? ¿Para qué? ¿Por qué? El fenómeno de la responsabilidad ha quedado olvidado en gran
parte de la teoría ética tradicional, por lo que carecemos de respuestas concluyentes acerca de la
relación que el ser humano establece con la responsabilidad. Por otro lado, aunque la ética
tradicional pudiese ofrecernos respuestas, éstas serían, como mínimo, insuficientes, ya que los
acontecimientos acaecidos en los últimos tiempos, especialmente durante el siglo XX, han puesto
en duda los presupuestos clásicos sobre los que se ha construido la teoría ética: por un lado, la
existencia de una naturaleza fija en el ser humano (Jonas, 1994, 23); por otro, el hecho de que “ante
el ejemplo de la virtud, la razón humana sabe lo que está bien y que su opuesto está mal”, y actúa en
consecuencia (Arendt, 2007, 85). Según la tesis de Hans Jonas, la tecnología ha abierto todo un
mundo de posibilidades en cuanto a lo que el hombre puede hacer, también de sí mismo; siguiendo
a Hannah Arendt, los totalitarismos del siglo XX han puesto de manifiesto que la acción moral no
“va de suyo”, poniendo en cuestión la tesis filosófica según la cual el ser humano está impelido a
1 El artículo 1 de la Ley Orgánica de Educación, referido a los principios de la educación, establece como tercer
principio “La transmisión y puesta en práctica de valores que favorezcan la libertad personal, la responsabilidad, la
ciudadanía democrática, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la justicia, así como que ayuden a
superar cualquier tipo de discriminación.”. Así mismo, el artículo 2, dedicado a los fines, contempla “la educación
en la responsabilidad individual” así como “la preparación para el ejercicio de la ciudadanía y para la participación
activa en la vida económica, social y cultural, con actitud crítica y responsable”.
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hacer el bien. Rota la tradición del pensamiento moral europeo, esto es, cuando “las normas morales
de comportamiento dejan de ser obvias e indiscutidas en la vida de una comunidad”, surgen las
cuestiones morales (Adorno, 2001, p. 16), en nuestro caso en lo que refiere a la responsabilidad.
Más aún si consideramos el contexto político y económico actual: en las actuales sociedades
democráticas, en nuestro mundo globalizado, en nuestro planeta de recursos limitados, la política, el
mercado, la ciencia y la tecnología son internacionales; de ello se deriva que las decisiones y
acciones que emprenden sujetos situados al otro lado del planeta pueden afectarnos, y de hecho nos
afectan, y viceversa.
Si desde el ámbito de la educación consideramos pedagógicamente bueno educar en la
responsabilidad, habremos de preguntarnos por el marco teórico que enmarca la relación entre el ser
humano y la responsabilidad hoy. Para ello en este análisis emplearemos un matiz a modo de
indicador: en el lenguaje coloquial empleamos la expresión “sentirse responsable” de alguna
persona o cosa. Así, en el imaginario colectivo la responsabilidad aparece primeramente vinculada
al sentir, frente al hincapié en la razón que se deriva del “principio de responsabilidad”.
1. La responsabilidad, una pesada carga
Llegamos a la vida, y en ella encontramos la presencia de otros, sin haberlo elegido, sin que
medie nuestra capacidad de decisión. La existencia, es, por tanto, nuestro primer acto de no libertad.
Tras el nacimiento, nos enfrentamos a una vida que se presenta de forma impositiva, sin preguntar,
y, además, inacabada; una historia de la que se ha escrito sólo el comienzo y que nos impone
inventarla (o inventarnos) hasta su desenlace. “Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré al
decir que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y,
sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que
hace” (Sartre, 2007, 43).
Así comienza nuestra relación humana con la libertad, empujados a una vida a la que no
habíamos pedido llegar. Una vez en ella, encontramos que la posibilidad de sufrir nos hace
vulnerables (Nussbaum, 2006, 19), nos expone a una existencia frágil, inseguros, plagados de
debilidades y condenados a avergonzarnos de ellas en nuestro deseo por abarcar el mundo. La
relación con el mundo nos dota de la certeza de nuestra propia pequeñez, nuestro inacabamiento
2
(Barrio, 1995, 77), nuestra eterna imperfección. Y la apertura a los otros nos dota de la conciencia
de nuestra propia dependencia (MacIntyre, 2001, 15), de la necesidad, no sólo de supervivencia,
sino de vivencia, de experiencia, que nos vincula a ellos.
Nadie nos ha consultado “si deseábamos asumir la tarea de llegar a ser hombres. No somos
responsables de haber llegado al mundo”. (Agís, 2005, 47) ¿Por qué habríamos de ser, entonces,
responsables de todo lo que acontece tras ese primer acto en el que no tenemos elección como es el
nacimiento? ¿Cómo podría exigírsenos ser responsables cuando tanto como nos constituye la
capacidad de elección, nos caracterizan la fragilidad y la dependencia? ¿Por qué habríamos de
hacernos responsables de los otros cuando no hemos reclamado su presencia?
Así, la responsabilidad aparece en un contexto no sólo de libertad y autonomía, sino también
de limitación, vulnerabilidad, fragilidad, dependencia. Y aparece para convertirse en una carga
adicional. En su vertiente cotidiana, puede suponer un enfrentamiento o un freno a nuestros deseos,
un dilema interior entre varias opciones que consideramos valiosas o deseadas, un pequeño lastre
que nos distancia de otras inclinaciones que se nos antojan más livianas, a veces una exigencia
externa con la que no nos sentimos identificados pero que sin embargo nos vemos obligados a
seguir. En su vertiente más dura, un sobrepeso para nuestros cuerpos, una lima que va poco a poco
mermándonos hasta acabar con nosotros mismos, una dura elección entre el cuidado del otro y
sostenernos a nosotros mismos. Y en cualquiera de estas vertientes, un enfrentamiento con nosotros
mismos, una batalla interior entre las posibilidades de acción y las limitaciones humanas y la culpa.
En todas ellas, en ocasiones un deseo de “cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas de la
conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterráneo de órganos
serviciales desarrolla su colaboración y oposición; un poco de silencio, un poco de tábula rasa
[tabla rasa] de la conciencia” (Nietzsche, 2011, 84)
Incluso en los casos en los que decidimos voluntariamente hacernos responsables de alguien,
en ocasiones la carga se vuelve más pesada de lo que nuestro cuerpo puede soportar. Amar implica
asumir nuestra responsabilidad por alguien (Butler, 2009, 141), desear lo mejor para la persona
amada y aceptar que ese “su mejor” se encuentra en nuestro campo de acción. Pero ¿quién no ha
sentido alguna vez el tránsito desde el “ser responsable por” al “ser responsable de” que se
manifiesta en la culpa y el castigo (Jonas, 1995, 163)? “Hay entonces algo tenaz que se establece en
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nosotros, se instala dentro de nosotros, constituye lo que no conocemos y nos vuelve falibles”
(Butler, 2009, 143). En el tema que nos ocupa, nuestra falibilidad se manifiesta en el peso de la
responsabilidad.
2. La responsabilidad: ¿deber o querer?
¿Significa lo dicho hasta el momento que, puesto que es un peso, sería mejor no ser o
hacernos responsables, de nada ni de nadie? Significa sencillamente que la consideración de la
responsabilidad de la que partamos y decidamos transmitir a través de la educación debe ser
humana, y por tanto, ha de considerar todo lo inhumano que hay en nosotros (Íbid). Aceptar que la
responsabilidad en toda su plenitud, en toda la profundidad que entraña el responder a la presencia,
de otro o de uno mismo, es una tarea difícil, pesada, a veces incluso imposible. Y significa recordar
que de la misma manera que podemos hacernos responsables, podemos hacernos no responsables,
es decir, eludir la responsabilidad. Y, por tanto, significa afirmar que, ante nuestra humanidad e
inhumanidad, adquiere sentido la pregunta: ¿Por qué habríamos de ser responsables?
El ser humano es el ser que puede tener conciencia de sí como ser en el mundo. Es también el
único que puede tener conciencia de la presencia del
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