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Responsabilidad


Enviado por   •  11 de Octubre de 2013  •  5.904 Palabras (24 Páginas)  •  142 Visitas

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Consumo responsable, participación responsable, ciudadanía responsable, responsabilidad

social. Estas expresiones reflejan el lugar destacado que la responsabilidad ha adquirido en los

últimos años en nuestra sociedad democrática. También en el ámbito educativo, un indicador de lo

cual encontramos en la ley educativa vigente1. Todo ello hace que los modos de transmisión de la

responsabilidad sean asunto de la reflexión e investigación actuales en torno a la educación éticocívica.

Estos modos no pueden considerarse desvinculados de los mecanismos por los que actúa la

responsabilidad, esto es, por los que nos erigimos en sujetos responsables. ¿Responsables de qué?

¿De quién? ¿Para qué? ¿Por qué? El fenómeno de la responsabilidad ha quedado olvidado en gran

parte de la teoría ética tradicional, por lo que carecemos de respuestas concluyentes acerca de la

relación que el ser humano establece con la responsabilidad. Por otro lado, aunque la ética

tradicional pudiese ofrecernos respuestas, éstas serían, como mínimo, insuficientes, ya que los

acontecimientos acaecidos en los últimos tiempos, especialmente durante el siglo XX, han puesto

en duda los presupuestos clásicos sobre los que se ha construido la teoría ética: por un lado, la

existencia de una naturaleza fija en el ser humano (Jonas, 1994, 23); por otro, el hecho de que “ante

el ejemplo de la virtud, la razón humana sabe lo que está bien y que su opuesto está mal”, y actúa en

consecuencia (Arendt, 2007, 85). Según la tesis de Hans Jonas, la tecnología ha abierto todo un

mundo de posibilidades en cuanto a lo que el hombre puede hacer, también de sí mismo; siguiendo

a Hannah Arendt, los totalitarismos del siglo XX han puesto de manifiesto que la acción moral no

“va de suyo”, poniendo en cuestión la tesis filosófica según la cual el ser humano está impelido a

1 El artículo 1 de la Ley Orgánica de Educación, referido a los principios de la educación, establece como tercer

principio “La transmisión y puesta en práctica de valores que favorezcan la libertad personal, la responsabilidad, la

ciudadanía democrática, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la justicia, así como que ayuden a

superar cualquier tipo de discriminación.”. Así mismo, el artículo 2, dedicado a los fines, contempla “la educación

en la responsabilidad individual” así como “la preparación para el ejercicio de la ciudadanía y para la participación

activa en la vida económica, social y cultural, con actitud crítica y responsable”.

1

hacer el bien. Rota la tradición del pensamiento moral europeo, esto es, cuando “las normas morales

de comportamiento dejan de ser obvias e indiscutidas en la vida de una comunidad”, surgen las

cuestiones morales (Adorno, 2001, p. 16), en nuestro caso en lo que refiere a la responsabilidad.

Más aún si consideramos el contexto político y económico actual: en las actuales sociedades

democráticas, en nuestro mundo globalizado, en nuestro planeta de recursos limitados, la política, el

mercado, la ciencia y la tecnología son internacionales; de ello se deriva que las decisiones y

acciones que emprenden sujetos situados al otro lado del planeta pueden afectarnos, y de hecho nos

afectan, y viceversa.

Si desde el ámbito de la educación consideramos pedagógicamente bueno educar en la

responsabilidad, habremos de preguntarnos por el marco teórico que enmarca la relación entre el ser

humano y la responsabilidad hoy. Para ello en este análisis emplearemos un matiz a modo de

indicador: en el lenguaje coloquial empleamos la expresión “sentirse responsable” de alguna

persona o cosa. Así, en el imaginario colectivo la responsabilidad aparece primeramente vinculada

al sentir, frente al hincapié en la razón que se deriva del “principio de responsabilidad”.

1. La responsabilidad, una pesada carga

Llegamos a la vida, y en ella encontramos la presencia de otros, sin haberlo elegido, sin que

medie nuestra capacidad de decisión. La existencia, es, por tanto, nuestro primer acto de no libertad.

Tras el nacimiento, nos enfrentamos a una vida que se presenta de forma impositiva, sin preguntar,

y, además, inacabada; una historia de la que se ha escrito sólo el comienzo y que nos impone

inventarla (o inventarnos) hasta su desenlace. “Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré al

decir que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y,

sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que

hace” (Sartre, 2007, 43).

Así comienza nuestra relación humana con la libertad, empujados a una vida a la que no

habíamos pedido llegar. Una vez en ella, encontramos que la posibilidad de sufrir nos hace

vulnerables (Nussbaum, 2006, 19), nos expone a una existencia frágil, inseguros, plagados de

debilidades y condenados a avergonzarnos de ellas en nuestro deseo por abarcar el mundo. La

relación con el mundo nos dota de la certeza de nuestra propia pequeñez, nuestro inacabamiento

2

(Barrio, 1995, 77), nuestra eterna imperfección. Y la apertura a los otros nos dota de la conciencia

de nuestra propia dependencia (MacIntyre, 2001, 15), de la necesidad, no sólo de supervivencia,

sino de vivencia, de experiencia, que nos vincula a ellos.

Nadie nos ha consultado “si deseábamos asumir la tarea de llegar a ser hombres. No somos

responsables de haber llegado al mundo”. (Agís, 2005, 47) ¿Por qué habríamos de ser, entonces,

responsables de todo lo que acontece tras ese primer acto en el que no tenemos elección como es el

nacimiento? ¿Cómo podría exigírsenos ser responsables cuando tanto como nos constituye la

capacidad de elección, nos caracterizan la fragilidad y la dependencia? ¿Por qué habríamos de

hacernos responsables de los otros cuando no hemos reclamado su presencia?

Así, la responsabilidad aparece en un contexto no sólo de libertad y autonomía, sino también

de limitación, vulnerabilidad, fragilidad, dependencia. Y aparece para convertirse en una carga

adicional. En su vertiente cotidiana, puede suponer un enfrentamiento o un freno a nuestros deseos,

un dilema interior entre varias opciones que consideramos valiosas o deseadas, un pequeño lastre

que nos distancia de otras inclinaciones que se nos antojan más livianas,

...

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