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Sistemas Urbanos


Enviado por   •  19 de Marzo de 2013  •  3.676 Palabras (15 Páginas)  •  541 Visitas

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La solución urbana

Por qué las ciudades son el mejor remedio para los males crecientes de nuestro planeta.

Por Robert Kunzig . NATIONAL GEOGRAPHIC, Diciembre de 2011.

En tiempos de Jack el Destripador, una época difícil para Londres, vivía en esa ciudad un taquígrafo de trato afable llamado Ebenezer Howard. El personaje es digno de mención porque influyó de manera importante en nuestra forma de pensar acerca de las ciudades. Calvo, con un poblado bigote y gafas de montura metálica, Howard tenía el aire distraído de un visionario. Su trabajo de transcriptor de discursos no lo llenaba. Coqueteó con el espiritismo, aprendió el recién creado esperanto e inventó una nueva máquina taquigráfica. Pero sobre todo tenía sueños inmobiliarios. Lo que su familia necesitaba, escribió a su mujer en 1885, era una casa con «un bonito jardín y quizás una pista de tenis». Al cabo de unos años, después de traer al mundo cuatro hijos en seis años en una diminuta casa de alquiler, Howard salió de una depresión con un proyecto para «vaciar» Londres.

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En la década de 1880 Londres estaba en auge, pero también rebosaba de gente mucho más de¬¬sesperada que Howard. Las barriadas donde el Destripador buscaba a sus víctimas eran peor que horrendas. «En cada habitación de esas ho¬¬rribles y hediondas casas de vecinos vive una familia, a menudo dos –escribió el pastor Andrew Mearns, un cruzado de la causa de los pobres–. En un sótano un inspector de sanidad dice haber encontrado a un padre, una madre, tres hijos, ¡y cuatro cerdos! En otro lugar había una pobre viuda con sus tres hijos y un niño que llevaba trece días muerto.» Los victorianos llamaban a esos suburbios rookeries: colonias de cría de aves. El presidente del Consejo del Condado de Londres describió su ciudad como «un tumor, una elefantiasis que absorbe hacia su voraz sistema la mitad de la vida, la sangre y los huesos de los distritos rurales».

La planificación urbana del siglo XX fue resultado directo de aquella espantosa percepción de las ciudades del siglo XIX. Y curiosamente empezó con Ebenezer Howard. En un pequeño libro, cuya edición financió él mismo en 1898, el hombre que pasó sus días transcribiendo las ideas de los demás expuso su propia visión de cómo debía vivir la humanidad, una visión tan convincente que medio siglo después Lewis Mumford, el gran crítico de arquitectura y urbanismo estadounidense, dijo que había «sentado las bases para un nuevo ciclo de la civilización urbana».

Howard sostenía que había que detener la marea urbanizadora y alejar a la gente de las can¬¬cerosas metrópolis para llevarla a nuevas «ciudades jardín» autosuficientes. Los habitantes de esas pequeñas islas felices sentirían la «jubilosa unión» del campo y la ciudad. Vivirían en bonitas casas con jardín en el centro de la ciudad, irían caminando a sus trabajos en las fábricas de la periferia y recibirían los suministros de las granjas de un cinturón verde, que además haría de freno a la expansión urbana hacia el medio rural. Cuando una ciudad se llenara por completo hasta el cinturón verde (32.000 habitantes era el número adecuado, pensaba Howard), entonces habría que construir la siguiente. En 1907, en su discurso de bienvenida a 500 personas a Letchworth, la primera ciudad jardín, Howard pronosticó que su utopía se extendería por todo el mundo.

Estaba en lo cierto sobre el deseo humano de tener más espacio para vivir, pero se equivocaba en lo tocante al futuro de las ciudades. Lo que se ha extendido a todo el mundo ha sido la marea urbanizadora. En los países desarrollados y en América Latina prácticamente ha alcanzado su tope: más del 70% de la población vive en áreas urbanas. Y en gran parte de Asia y África siguen llegando a las ciudades oleadas de gente. La ma¬¬yoría de las poblaciones tienen menos de medio millón de habitantes, pero las grandes ciudades se han hecho más grandes y más comunes. En el siglo XIX Londres era la única metrópoli de más de cinco millones de habitantes; actualmente hay 54, la mayoría de ellas en Asia.

Y otra cosa ha cambiado desde entonces: hoy la urbanización está bien vista. La opinión de los expertos ha variado profundamente en los últimos diez o veinte años. Aunque en el mundo actual abundan los slums, o suburbios tan miserables como los del Londres decimonónico, la metáfora del cáncer ya no parece la más adecuada. Al contrario: ahora que la población mundial va camino de los 9.000 o 10.000 millones, las grandes ciudades empiezan a considerarse un remedio: la mejor esperanza para sacar a la gente de la pobreza sin destrozar el planeta.

Una tarde del pasado mes de marzo, Edward Glaeser, economista de Harvard, acudió a la London School of Economics para defender este punto de vista y presentar su libro Triumph of the City («El triunfo de la ciudad»). «No hay ningún país urbanizado que sea pobre, ni ninguno rural que sea rico», dijo. Un montón de nombres de países, cada uno situado en un gráfico según su PIB y su tasa de urbanización, brillaba en una pantalla a sus espaldas.

Mahatma Gandhi se equivocó, declaró Glaeser. El futuro de la India no está en las aldeas, sino en Bangalore. En la pantalla aparecieron imágenes de Dharavi, el inmenso barrio de chabolas de Mumbai, y de las favelas de Río de Janeiro. Para Glaeser eran ejemplos de vitalidad urbana, no de deterioro. La gente pobre emigra a las ciu¬¬dades porque allí está el dinero, y las ciudades producen más porque «la ausencia de espacio entre las personas» reduce el coste de transportar mercancías, personas e ideas. Históricamente las ciudades se han construido sobre ríos o puertos naturales para facilitar la circulación de bienes. Pero ahora, con la disminución de los costes del transporte y el aumento del sector servicios, lo más importante es el flujo de ideas.

Para Glaeser, el modelo de ciudad vibrante es Wall Street, especialmente el parqué de la Bolsa, donde los millonarios renuncian a las grandes oficinas para trabajar en un espacio abierto in¬¬mersos en la información. «Valoran el conocimiento por encima del espacio. Esta es la idea de la ciudad moderna», dijo. Las ciudades con éxito «incrementan los beneficios de ser inteligente» al hacer posible que cada uno aprenda de los demás. En las ciudades con mayor nivel de educación, incluso los que no tienen instrucción ganan salarios más altos; es una evidencia del efecto de «desbordamiento de capital humano».

Este efecto funciona mejor cara a cara. Ninguna de las tecnologías existentes (teléfono, Internet o videoconferencia) ofrece los fértiles encuentros casuales que han producido las ciudades desde que se creó el Foro romano. Tampoco transmiten los mensajes contextuales,

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