Sonata de primavera
Enviado por diegoglgl2000 • 4 de Agosto de 2013 • Ensayo • 562 Palabras (3 Páginas) • 333 Visitas
Sonata de primavera
Memorias del Marqués de
Bradomin
Anochecía cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria
y comenzamos a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores
lejanos. Era la campiña clásica de las vides y de los olivos, con
sus acueductos ruinosos, y sus colinas que tienen la graciosa
ondulación de los senos femeninos. La silla de posta caminaba poruna vieja calzada: Las mulas del tiro sacudían pesadamente las
colleras, y el golpe alegre y desigual de los cascabeles
despertaba un eco en los floridos olivares. Antiguos sepulcros
orillaban el camino y mustios cipreses dejaban caer sobre ellos
su sombra venerable. La silla de posta seguía siempre la vieja
calzada, y mis ojos fatigados de mirar en la noche, se cerraban
con sueño. Al fin quedéme dormido, y no desperté hasta cerca del
amanecer, cuando la luna, ya muy pálida, se desvanecía en el
cielo. Poco después, todavía entumecido por la quietud y el frío
de la noche, comencé a oír el canto de madrugueros gallos, y el
murmullo bullente de un arroyo que parecía despertarse con el
sol. A lo lejos, almenados muros se destacaban
negros y sombríos sobre celajes de frío azul. Era la vieja, la
noble, la piadosa ciudad de Ligura.
Entramos por la Puerta Lorenciana. La silla de posta
caminaba lentamente, y el cascabeleo de las mulas hallaba un eco
burlón, casi sacrílego, en las calles desiertas donde crecía la
yerba. Tres viejas, que parecían tres sombras esperaban
acurrucadas a la puerta de una iglesia todavía cerrada, pero
otras campanas distantes ya tocaban a la misa de alba. La silla
de posta seguía una calle de huertos, de caserones y de
conventos, una calle antigua, enlosada y resonante. Bajo los
aleros sombríos revoloteaban los gorriones, y en el fondo de la
calle el farol de una hornacina agonizaba. El tardo paso de las
mulas me dejó vislumbrar una Madona: Sostenía al Niño en el
regazo, y el Niño, riente y desnudo, tendía los brazos para
alcanzar un pez que los dedos virginales de la madre le mostraban
en alto, como en un juego cándido y celeste. La silla de posta
se detuvo. Estábamos a las puertas del Colegio Clementino.
Ocurría esto en los felices tiempos del Papa-Rey, y el
Colegio Clementino conservaba todas sus premáticas, sus fueros
y sus rentas. Todavía era retiro de ilustres varones, todavía se
le llamaba noble archivo de las ciencias. El rectorado ejercíalo
desde hacía muchos años un ilustre prelado: Monseñor Estefano
Gaetani, obispo de Betulia, de la familia de los Príncipes
Gaetani. Para aquel varón, lleno de evangélicas virtudes y de
ciencia
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