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Sueño de Vacaciones


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2018  •  Ensayo  •  8.580 Palabras (35 Páginas)  •  229 Visitas

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Nadie puede imaginarse lo que el destino nos tiene preparado, por más que planificamos y nos imaginamos un futuro, siempre hay los imprevistos, los detallitos, los no sé qué que nos vuelcan el camino por el estrecho sendero del desconsuelo, aunque en este punto es justo recordar que lo bueno que hoy vivimos no hubiera sido sin pasar los malos ratos, ¿o quizá sí?, bueno nadie sabe ni puede contestar tamaña interpelación, pero lo que me trae a poner tinta en el papel es contar una vivencia que de niño yo viví en medio de las chacras y del campo en la finca de mis abuelos.

Era un verano de esos que se alegran con el viento cuando todo es jolgorio y se olvidan los cuadernos, ¡sí!, vacaciones, todo es diferente, mi mamá ya no corre de un lado a otro llevando uniformes y sirviendo la leche caliente de cada mañana, mi papá más calmado toma su café con tortillas de verde antes de salir al trabajo, es viernes y mañana iremos a pasar un mes de vacaciones a la finca del abuelo.

Mi hermano (Wilson) pero todos en casa le llamamos Wilo, es mayor a mí con dos años, tiene 14 aunque ya se cree adulto, apenas es más alto que yo, yo tengo 12 pero casi tengo la misma altura, no sé porque, mi mamá dice que he salido a mi tío Pancho porque mi papá no es muy alto, tampoco mi mamá, bueno la mañana ha pasado tranquila mientras jugaba con unas canicas, a la hora del almuerzo todos llegan con afán, luego de la comida mi padre vuelve al trabajo es profesor de Inglés en el mismo colegio al que vamos mi hermano y yo, dice que cuando era joven viajo a New York, ahí trabajó varios años y aprendió el idioma, luego termino sus estudios y se graduó en la universidad y está en mi colegio desde antes que yo, mi mamá también estuvo en la universidad pero se retiró a mediados de su carrera, estaba estudiando enfermería, no recuerdo que mi mamá trabajara aunque me ha contado que antes de tener a mi hermano estuvo en una farmacia; hoy debe ser un viernes del final del mes, si, lo sé porque de almuerzo hay un arroz relleno de carne, pollo, y verduras, es el plato típico de fin de mes antes de ir de compras al mercado, todo estuviera muy bueno si no hubiera los arbolitos verdes (brócoli) que no me gustan, pero no tengo alternativa, y mientras hago el esfuerzo de tragármelos enteros mi hermano me mira y sonríe ofreciéndome más brócoli que sostiene con el tenedor en alto, pero mi papá que está cerca de mí, trincha dos brócolis de mi plato guiñándome el ojo con una sonrisa cómplice sin que mamá se dé cuenta.

Terminado el almuerzo, ayudamos a recoger la mesa y mi mamá ordena que vayamos a empacar las cosas que llevaremos a casa de los abuelos, la verdad es que viajar a la sierra me transporta a otro mundo, el frio permanente, la leña en el fogón de la cocina de la abuela, el riachuelo con su agua cristalina y cantarina, es imposible no seguir su sendero hasta ver como el agua se junta con la laguna y se funden en un solo espejo de agua con su mágico destello de sol en el día y su pálida silueta de luna de plata en la noche estrellada.

Si, mis abuelos maternos tenían una pequeña finca en la alta serranía en un pequeño pueblito sin nombre en la vía Guaranda - Salinas, allá pasábamos las vacaciones y desde que me acuerdo, todo era novedad los primeros días, luego, el frío que me calaba los huesos por las noches no me dejaba dormir, en el día solo veía el sol, y digo veía porque nada que me abrigaba, su amarillo resplandor aparecía en el cielo tan azul apenas matizado con una nube por aquí y las montañas del horizonte que parecían los muros desde donde cada mañana aparecía y al caer la tarde tras otras montañas se escondía.

Pero a pesar de todo siempre esperábamos con ansias las vacaciones para viajar, salir de la ciudad, cambiar la rutina y llegar donde los abuelos, por el contrario, a mi hermano no parecía emocionarlo mucho y es que decía que prefería quedarse con sus amigos del barrio y jugar futbol, o ver futbol por TV, o ir a la cancha a ver jugar a los adultos y asistía a cuanto campeonato barrial de clubes o empresarial había en la ciudad, entonces, lo único que guardaba con meticuloso cuidado era su maletín especial con todo su equipo, zapatos, vendas y canilleras cual si fuera un profesional del balón, siempre decía que muy pronto se iría a Guayaquil a probarse en algún equipo del astillero, y que aunque era hincha del equipo amarillo, su pasión por el balón era tal que no le importaba si jugaba en el equipo azul, o cualquier otro.

La tarde antes del viaje se fue sin sentirla, y en la noche la ansiedad no me dejaba conciliar el sueño, los recuerdos del año anterior me invadían como collage de imágenes enredadas entre el tiempo pasado y el presente, lo que más recuerdo de la última visita a la casa de la abuela es que siempre tiene un dulce con galletas, pero no cualquier dulce, no está en lata o en sachet, es un gran frasco de cristal con tapa de madera dentro de un viejo mueble de madera con puertas de tablitas atravesadas que deja pasar el aire, son puertas de celosía eso dijo mi abuelo, esa es la alacena, siempre que se acaba aparece lleno de un nuevo sabor y las galletas horneadas en un horno de ladrillos que está en el patio junto a la cocina, tienen un sabor a canela, a vainilla y su aroma invade toda la cocina cuando se abre la alacena.

Ya suena la alarma del teléfono, es hora de levantarse, aun no amanece, siempre viajamos en la madrugada, dice mi papá que es bueno para ganar tiempo y esquivar el calor del sol, me cuesta levantarme y ante el empujón de Wilo que está listo y parece que hubiera dormido con la ropa puesta me visto cómo puedo entre bostezos porque estuve despierto hasta bien tarde, siempre me sucede, no sé porque, cada vez que debo dormir temprano para levantarme muy temprano para algo se me quita el sueño y aunque este en la cama no puedo dormir temprano, en fin, termino de vestirme y salgo arrastrando mi maleta hasta el patio donde nos espera la camioneta con el vecino que nos llevara y regresará con mi papá que aún no tiene vacaciones y debe trabajar.

Al fin iniciamos el viaje, me acomodo en el asiento posterior de la doble cabina y me dispongo a dormir, como siempre, hasta que me despiertan para comer algo en un paradero del camino cerca de llegar a Babahoyo, me enderezo y estiro mis piernas y brazos mientras un dolor en el cuello me impide moverme con rapidez, lentamente salgo y me siento a la mesa donde un jugo de naranja con empanadas de verde y de harina salen recién fritas de una gran paila, esta vez me decido por las empanadas de viento, el chicloso queso que se derrite con el calor en el interior de la empanada me quema con cada mordisco, mientras por sorbos sofoco el calor con el jugo de naranja, mi mamá, mi papá y el vecino han pedido café con bolones, mi hermano Wilo toma un jugo de coco con empanadas de verde y de viento, esta parada también es aprovechada para ir al baño y luego de un descanso rápido continuamos el viaje, ahora es cuando me acomodo en el balde de la camioneta para sentir la brisa del viento y poder admirar el paisaje, mi hermano también se decide y se viene en el balde mientras mi mamá nos advierte que no debemos sentarnos en el filo del balde y que tengamos cuidado y bueno, todas las recomendaciones típicas de las mamás.

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