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TEATRO NACIONAL DE EL SALVADOR


Enviado por   •  26 de Junio de 2013  •  644 Palabras (3 Páginas)  •  402 Visitas

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Si bien el público viene al teatro a buscar visiones, sonidos, conflictos tejidos y movimiento del alma, primero busca en el teatro un poco de silencio. Anhelan regresar a la vida cotidiana con un poco de paz, o al menos con la llave para encontrarla luego. El artista, que vive en medio de estas turbulencias, busca en el teatro un poco de sí mismo como si fuera él todo el elenco de la obra. En la azotea del teatro, hasta la debacle del centro de San Salvador se vuelve un eco distante. Resta ver todo como si fueran ruinas. Personas que lo vivieron no tardarán en traer una sonrisa nostálgica. Más cerca, más alta aún, la catedral metropolitana, en su eclecticismo, su ser quebrado y remendado en tantas ocasiones, pero que tras tanto, sigue allí parado.

De ese espíritu se llena el artista antes de bajar del camerino. Ve el letrero de acceso restringido y ríe a sí mismo. El teatro debe de ser, es, como la casa del artista. Anda por ese piso ocre, por esa oscuridad de los alargados pasillos. Las muchas puertas han visto tantos atuendos y sentido tantos aromas. Y los muros que han resonado, tan íntimamente, sonatas, sinfonías, poemas, lo viejo y lo nuevo.

Pero no entra, sólo imagina. No le presta mayor atención a ninguno hasta que bajando, llega al camerino estrella. La puerta está abierta, ¡qué fortuna! Sus pies se hunden en la alfombra azul. El gran espejo yace, pero no quiere verse el artista. Explora la cocina vacía, el baño con la gran tina y el artista busca sentirse como los grandes que pudieron alojarse legítimamente allí hace mucho tiempo. Busca aspirar esa magia, pero parece haberse esfumado.

El artista sigue su camino y llega al fondo del teatro mismo, donde esconden todo lo viejo, todo lo que aparentemente ya no tiene valor. Encuentra a su novia sentada en las escaleras que parecen no tener fin. Se sienta a su lado y toma su mano. El moderador hace la segunda llamada mientras él le da un ligero beso. Entre risas y nervios se levantan. Suben rápido y con un suspiro van al final al escenario, oscuro, esperando por la tercera llamada.

Abren el gran telón rojo. El artista ahora conoce la peor decepción de todas. Las butacas están a poco de estar vacías. La indescifrable cúpula con las voluptuosas mujeres azules es su fiel espectador más uno que otro anciano. Así, tan solo, el teatro parece un actor sin maquillaje, viejo, con arrugas, más pequeño de lo que aparenta cuando en escena. Ha sufrido demasiada rutina, ha recibido pequeñas audiencias y ha rebozado en otras veces, pero nada es eterno.

Sube el director al escenario, levanta su batuta y empiezan a tocar. Tan triste se siente el artista. Terminan los 43 minutos de la sinfonía. Se oyen los pasos del artista sobre la madera, como despedida y toma camino hacia la entrada principal. Mira las antorchas que siempre se posan allí y sin más, siempre le han parecido graciosas. Las lámparas con cristales y los majestuosos

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