TERCER REPORTE DE LECTURA

TERCER REPORTE DE LECTURA

Historiográficamente es común entender al Santo Oficio como un todo indisoluble, si bien se hace énfasis en la jerarquización de los miembros de la Inquisición, pocas veces se habla de un conflicto al interior de la institución inquisitorial, por esta razón el texto de Olivia Moreno resulta bastante ilustrativo, pues hasta entonces, en lo que respecta a los conflictos o desacuerdos en los que estuvo involucrado el Santo Oficio sólo se había visto lo respectivo a los pleitos entre la corona y el papado o bien entre los miembros de esta institución y los laicos, sin mayor preámbulo, se prosigue con el análisis.

        Primero que nada, la autora parte de las disonancias que hubo entre la Inquisición de México y el Tribunal de la Suprema. Olivia Moreno parte del caso de un libro que fue impreso en la península, el cual vio la luz a mediados del siglo XVII, cuyo nombre era Ramillete de divinas flores este texto era de la autoría de Bernardo [Bernardino] de la Sierra, una persona ligada a la corte quién era “un hombre mundano, aunque preocupado por su salud espiritual y la de sus prójimos”^[1]. El libro, sin embargo, comenzó a ser censurado a finales de siglo.

        Ahora bien, en cuanto al autor del Ramillete, debe decirse que era un mercader de libros de la corte^[2], lo cual lo aleja demasiado del ámbito eclesiástico, si bien, puede asegurarse de que era un católico convencido, lo que llama la atención es que su libro haya sido objeto de censura –por el hecho de estar redactado íntegramente en lengua vulgar-, empero, el hecho de que su texto sea de materia religiosa y por lo dicho en líneas anteriores, cabe preguntarse ¿por qué a los laicos les interesa tanto la espiritualidad? ¿Cómo es que los laicos llevaban a cabo su espiritualidad durante la época de censura? ¿El hecho de que un laico publique un libro sobre espiritualidad  no daría cuenta de la necesidad que tienen los fieles de “comunicarse” con Dios?

        En otra instancia, Olivia Moreno menciona que uno de los grandes censores había sido el Padre Porras, no obstante, la autora deja en claro que este clérigo pertenecía a la Compañía de Jesús, por lo que ella se pregunta: “¿Hasta qué punto la personalidad de los calificadores, su pertenencia a una orden religiosa y a una escuela teológica podían influir en el examen de los texto?”^[3] Desde nuestro punto de vista es una pregunta completamente válida, sin embargo, también vale la pena cuestionar ¿Hablar de “escuelas teológicas” implicaba un grado de heterodoxia en la Iglesia Católica? De ser así ¿cuáles eran los organismos que permitían esta heterodoxia? ¿Cómo lograba Roma mantener la unidad en el mundo católico dada la existencia de un disenso?

        En cuanto a los ejemplares del Ramillete decomisados en Nueva España, la autora señala que los casos más resonantes son los de Ignacio de Castro –se le decomisaron 249 ejemplares- y los de Manuel López Pintado –se le decomisaron 103-, siendo este último el más interesante dado su oficio –Pintado era maestre de navío-, sin embargo, cuando le fueron decomisadas las copias del Ramillete el alegó que eran propiedad de Lucas Martín de Hermosilla quien era natural de Sevilla, aunque esto era cierto, vale la pena mencionar que “los puertos fueron, quizás, los puntos más vulnerables del control inquisitorial, sobre todo desde mediados del siglo  XVII. Una vez burlada la vigilancia o corrompida la integridad de los comisarios portuarios, la circulación del impreso prohibido estaba casi garantizada”^[4], entonces valdría la pena cuestionarse ¿qué interés tendrían los laicos peninsulares en hacer llegar este escrito a todo el imperio? ¿Será que acaso buscaban difundir el evangelio tal cual lo mandan las Sagradas Escrituras? ¿No será que los fieles se tomaron muy en serio la vocación universalista que plantea el cristianismo católico?

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